Flores negras en mi diario.

Tengo el corazón ardiendo en llamas.

Me rompo en mil pedazos. No consigo respirar.

Y, sin embargo... sigo.

Permanezco inmóvil, mirando al abismo. Mientras mi mente gira como un reloj que nunca descansa.

Uno cada pieza.

Cada palabra rota.

Cada recuerdo que se resiste a morir.

Tengo el corazón hecho llamas por qué sigo amando con tanta intensidad, aunque por dentro me deshago.

Y aún así... Aquí estoy.

Quieta,

Con una risa amarga escapando de mi garganta, porque ya nada parece tener sentido.

Mis manos: manchadas. Tal vez sea la culpa.

Esa culpa que ellos nunca sintieron, pero que a mí me devora desde adentro.

Como si fuera yo quien debe pedir perdón, cuando otros deberían estarlo pidiendo.

Las risas se volvieron cuchillos, y las manos que creí aliadas, me soltaron en medio de la tormenta.

Y su veneno echa raíces en mi alma.

Mi habitación...

Un jardín muerto de rosas negras.

Mi diario...

Una tumba donde descansan los pensamientos oscuros. Los sentimientos que nadie quiso leer.

Me duelen las manos de tanto escribir lo que pienso, sin sentirlo ya, porque se ha ido todo.

Las rosas de mi diario se pudren.

Las promesas olvidadas manchan las hojas con tinta oscura.

Y mis manos sangran.

Duele el pecho como si tuviera un cuchillo clavado en el.

Y nadie entiende. Ni siquiera yo. Y lo más aterrador... es que ya no lo puedo sentir.

Sé que debo morir... Para desechar cada cosa que me lastima. Para volver a vivir. Para que mi alma renazca y brille de nuevo.

Para volver a amarme a mi misma.

A mis imperfecciones, que son poesía escrita con sangre. Mi belleza, que habita en un universo oscuro que mi cabeza creó desde el fondo de mi alma.

Que me llene de orgullo haberlo podido dejar atrás.

Sin antes olvidar, que así fue mi vida antes de mi muerte...

Un grito silencioso.

Un te quiero desde lo profundo de un corazón cubierto de sombras.

Letras escritas en hojas manchadas de tinta negra.

Un canto fúnebre de un alma viva.