Cantos de la Sangre Inmortal: La hija de la luna Oscura

PRÓLOGO

El Presente

El tiempo no camina… se disuelve.

Se escapa entre los dedos como agua tibia, llevándose todo lo que alguna vez creímos eterno.

Mi abuela solía decir que el tiempo no cura… solo transforma la herida en sombra. En aquel entonces, no entendía sus palabras. Ahora, cada día las repito como un conjuro silencioso mientras intento recoger los pedazos que el pasado dejó esparcidos en mi alma.

Hay vacíos en mi mente que respiran como si fueran seres vivos. Sombras que no se disipan, que se aferran a mi memoria con uñas negras. No me sueltan.

Y, sin embargo, aún guardo la esperanza de liberarme de este abismo. Me aferro a la idea de que incluso las pesadillas tienen un final.

La señorita Rebeca —mi psicóloga, aunque a veces más parece una espectadora muda de mis ruinas— me asegura que todo se cura con tiempo.

¿Pero cómo confiar en algo que se escurre? ¿Cómo sanar cuando hasta las palabras más dulces se clavan como cuchillos?

Es entonces cuando el mundo se apaga. Cuando regreso a ese rincón secreto donde Adrián vive. Él no pertenece a este plano. Lo sé.

Solo aparece cuando cierro los ojos… cuando la realidad se derrumba y me sumerjo en el sueño.

Allí, él extiende su mano como si supiera que estoy al borde. Me susurra al oído la promesa que sostiene mi cordura: “Siempre estaré ahí.”

En su mirada encuentro la luz que el mundo me niega. En su voz, la melodía olvidada de un amor que parece haber atravesado siglos. Pero la calma es breve. Las voces siempre regresan.

Voces sin rostro que reptan en mi mente, con susurros que laceran:

—Dormiste como una bella durmiente… pero tu hora ha llegado. La verdad te devorará. Sentirás el filo de las dagas que tu alma olvidó. Cierra los ojos, Victoria… desde ahora serán noches de insomnio. No hay regreso. Solo eternidad.

En ese instante, algo dentro de mí despierta. Algo que llevaba demasiado tiempo en silencio.

Me levanto. Camino hacia la ventana. Afuera, la noche está tan fría como el hueco en mi pecho.

Apoyo las manos en el alféizar. Una lágrima tibia resbala sin permiso, y con ella, un suspiro que me arrastra de nuevo a esta existencia fracturada.

Es solo otra noche maldita. Otra noche en la que intento recordar quién fui… o a quién estoy destinada a ser.

Victoria Montesinos




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