Cantos de la Sangre Inmortal: La hija de la luna Oscura

Primeros pasos en el Sagrado Corazón.

La habitación era amplia e impecable, de un blanco tan puro que casi lastimaba la vista. Varios cuadros religiosos de tonos pálidos colgaban ordenadamente por las paredes, armonizando con la pulcra decoración. Aquella blancura abrumadora amenazaba con cegarme. Suspiré y caminé por el lugar en busca de algún color intenso que rompiera con tanta perfección. Necesitaba, con urgencia, sentir algo de vida entre esas cuatro paredes.

Me acerqué a la ventana con balcón. La vista era agradable: árboles, cielo despejado y jardines que se extendían hasta donde alcanzaba la mirada. La brisa acariciaba mi rostro con dulzura, trayendo consigo una paz inesperada.

Entonces lo vi: al otro lado del jardín se alzaba otra construcción. Mi curiosidad apenas tuvo tiempo de activarse cuando la madre Caridad irrumpió en la habitación.

—Esa edificación alberga el dormitorio de los caballeros, y está terminantemente prohibido que las señoritas se acerquen —aclaró, firme.

—¿Ellos compartirán clases con nosotras? —pregunté, más por cortesía que por interés real.

—No. Solo coincidirán durante actividades extracurriculares y misas —puntualizó.

Mi magia ante la vista se disipó al notar un detalle inquietante: la habitación no tenía una cama, sino dos. Dos escritorios, dos armarios. Fruncí el ceño. No estaría sola.

—¡Perfecto! —bufé con sarcasmo—. Justo lo que me faltaba.

—Te dejo para que descanses y te familiarices con tu nuevo dormitorio —dijo la madre Caridad—. Tu compañera llegará mañana. Los uniformes están en el armario. El tuyo es el del lado izquierdo.

Le sonreí por cortesía y empecé a desempacar. Las horas se desvanecieron sin darme cuenta. La noche cayó con sigilo, y el cansancio terminó por vencerme. Por primera vez en mucho tiempo, no tuve pesadillas.

El reloj sonó puntual a las 6:00 a. m. Me levanté con pereza, pero pronto ya estaba lista. El uniforme: falda plisada de cuadros negros y gris claro, camisa blanca de manga larga y blazer negro con la insignia del internado bordada en hilo dorado. La corbata gris era lo único que me parecía poco estético.

—Bien, Victoria —me dije al espejo con ironía—. Es hora de colocarse la armadura para enfrentar lo que te espera afuera.

Busqué la esclava que mi abuela me había dado antes de partir. En ese instante alguien llamó a la puerta. Mi corazón se aceleró; consideré fingir estar enferma. Pero… ¿Y mañana?

Al abrir, una mujer de rostro amable, sin hábito, me recibió con sonrisa luminosa. Algo en ella me hizo sentir extrañamente aliviada.

—¡Hola, Victoria! Vine a ver si ya estabas lista.

—Sí —respondí, con un hilo de voz.

—Parece que te costó levantarte… Ya casi todas están en formación. Será mejor que te apures.

—No —contesté, dándome cuenta de que el espejo me había retrasado.

—No te preocupes, querida. Ningún comienzo es fácil. Ya te acostumbrarás —dijo, con un tono sereno que me envolvió en calidez.

Tomé el morral y salí con ella. Caminaba nerviosa mientras la mujer, me dedicaba pequeñas sonrisas.

—Bien, Victoria. Es aquí —indicó al llegar al patio—. Cálmate… ¿No sabes que los retos nos hacen más fuertes? Lo que no te hiere a muerte, te fortalece.

Sus palabras me dieron valor, aunque en mi interior no deseaba ser fuerte todavía.

—Por cierto, qué descortés de mi parte —dijo, sacudiendo levemente la cabeza—. Soy Rebeca.

Asentí, apretando sus palabras en mi interior como un escudo. Me sentí acompañada por primera vez en mucho tiempo.

El patio estaba lleno de estudiantes. Tropecé con una niña mimada, Margot, quien me regañó con arrogancia.

¡Fíjate por donde caminas!

Sus amigas se unieron en murmullos y risas. Mantenerme firme fue todo un esfuerzo.

Durante el acto de bienvenida y la clase, mis pensamientos se centraron en sobrevivir al día. Y aún faltaba enfrentar a mi compañera de cuarto.

Al llegar a la habitación, la encontré de espaldas, sacando ropa de su equipaje. Intenté pasar desapercibida, pero giró y nos miramos. Mi autoestima se hundió: cabello rubio cobrizo, rizos perfectos, ojos verdes grandes… parecía una muñeca tipo anime.

—Me gusta el color azul de tus ojos. Son diferentes… —dijo con una sonrisa.

—Gracias —susurré.

—¿Eres extranjera? —preguntó.

—Sí —contesté, breve.

—No hablas mucho, ¿verdad?

—Muy poco.

—Entonces estaremos en equilibrio. ¡Yo hablo en exceso!

Me presenté formalmente. —Me llamo Victoria Montesinos. Bienvenida…

—Gracias, Victoria. Me llamo Emily —respondió—. ¡Qué alivio que seas tú y no una de esas niñas mimadas!

Solté una carcajada inesperada.

—¿Qué pasa? —preguntó.

—Pensé exactamente lo mismo de ti —confesé. Ambas reímos. La risa selló un pacto invisible: un inicio.

Esa noche, compartí fragmentos de mi vida cuidadosamente seleccionados. Emily escuchaba con atención, y por primera vez en mucho tiempo, sentí algo parecido a la paz.

Mientras el sueño me envolvía, pensé que quizás… esta vez no estaría sola. Pero los demonios dentro de mí seguían ahí, esperando. Y sabía que enfrentar los pesares requeriría algo más que una nueva amistad.

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Bienvenido a mi mundo

Hola, soy Luisa Elena Fernández, la autora de esta historia. Antes de que te adentres en estas páginas, quiero contarte algo: esta saga se llamaba originalmente Resurrección. Sin embargo, decidí darle un nuevo nombre y pulir cada detalle de la narrativa, para que vivieras una experiencia más intensa, profunda y envolvente. Cada palabra, cada escena, ha sido cuidadosamente revisada para acercarte más al corazón de mis personajes y al misterio que los rodea.

Mi nombre es Victoria, y lo que estás a punto de leer no es un cuento cualquiera. Es un viaje por pasillos silenciosos, habitaciones llenas de secretos y sombras que susurran historias que nadie se atreve a contar.




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