Cantos de la Sangre Inmortal: La hija de la luna Oscura

La frase de mi abuela.

Al bajar del auto, el frío nocturno me golpeó con fuerza. Aceleré el paso y subí rápidamente las escaleras hasta mi habitación. Quería olvidar este episodio y llorar para drenar la confusión acumulada. Pero el timbre del teléfono me sobresaltó. Escuché a mi tío contestar y luego pronunciar: “¡Es tu padre!”

—¡Lo que me faltaba! —susurré, con un temblor en la voz.

Estaba a punto de cerrar la puerta cuando mi tío me alcanzó con el teléfono en la mano.

—Debes hablar con él, Victoria.

Tomé el teléfono con las manos sudorosas, intentando calmar el nudo en la garganta. Mi corazón se aceleró y un recuerdo fugaz del invernadero me recorrió, frío y penetrante. No tuve más opción que responder.

—Aló —dije, con voz baja y tensa.

—¡Hola, Victoria! Al fin puedo hablar contigo —su voz sonaba nostálgica y aliviada, pero un estremecimiento recorrió mi espalda al reconocerla.

—¿Cómo te ha ido en la escuela?

—Bien —respondí, con un hilo de frialdad mientras mis dedos se aferraban al teléfono.

—Papá, ¿en vacaciones podré ver a mis abuelos? —pregunté, tratando de mantener la compostura.

—Ya hablamos sobre eso, Victoria —dijo él, firme.

Sentí que su intención era mantenerme cautiva en aquel lugar. La ira subió en mí y, sin importarme que mi tío estuviera presente, respondí:

—¡Entonces no tenemos nada más de qué hablar! Tengo sueño. Que descanses.

Mientras colgaba, un escalofrío recorrió mi nuca y un pensamiento fugaz me dijo que algo aún invisible estaba observando, conectando mi mundo con aquel otro que apenas empezaba a comprender.

Colgué sin dejarlo contestar y le devolví el teléfono a mi tío, que me observaba atónito. Por un momento quise disculparme, pero luego decidí no hacerlo. Estaba de muy mal humor.

—Es mejor que descanses —dijo él, una vez superado el asombro—. Hoy ha sido un día muy agitado para todos.
—Tienes razón —murmuré, dejando que mis hombros cayeran en señal de cansancio. Después, él se dio la vuelta y se fue a su habitación.

Una vez sola, me dejé caer en la cama. El dolor y la confusión me envolvieron como una bruma espesa. ¿Qué demonios me estaba pasando? Me sentía terriblemente sola, atrapada en un laberinto sin salida. El sonido de la puerta interrumpió mis pensamientos.

¿Quién podrá ser esta vez? —murmuré, levantándome con desgano. Fui a ver. Se trataba de Andrea; ya se había cambiado y llevaba puesta su bata de dormir.

—Victoria, disculpa que venga a molestarte. Sé que hoy no fue un buen día para nadie.

—No te preocupes —respondí, tensando las manos sobre mis rodillas, esperando un sermón por mi reacción con papá. Pero todos esos pensamientos se desvanecieron cuando la escuché hablar.

—Vine porque hay algo que quiero preguntarte, y no quise comentárselo a Gustavo sin antes hablarlo contigo —su rostro estaba contraído, como si algo la incomodara profundamente. Ese gesto me turbó.

—¿Qué pasa? ¿De qué se trata?

Andrea se sentó en una esquina de la cama, entrelazando las manos sobre sus rodillas. Respiró hondo, y soltó las palabras con cuidado:

—Cuando perdiste el conocimiento en mi estudio, dijiste un nombre. Y no solo eso… le rogabas desesperadamente a esa persona que te esperara.

Cerré los ojos, sintiendo cómo el corazón me palpitaba con fuerza y un escalofrío recorrió mi espalda. Ya sabía a quién se refería.

—No sé qué decirte, Andrea. No sabría cómo explicarlo —susurré, intentando calmar el temblor de mis manos.

—Vicky, solo quería que supieras que no es la primera vez que lo mencionas. Y esos sueños o pesadillas que experimentas son lo que más preocupa a tu papá… Y perdón por traerlo a colación, sé que su relación es complicada.

—No te entiendo, ¿qué quieres decir? —pregunté, respirando con dificultad—. ¿Qué le preocupa a mi papá? ¿Y cómo que no es la primera vez que menciono ese nombre? ¿También lo pronuncié en el invernadero?

—Cuando te encontramos, estabas tendida en el suelo. Según tú, dormida —cuando dijo “según tú, dormida”, comprendí que Andrea era más perspicaz de lo que aparentaba. Papá les había contado muchas cosas… y, al parecer, había detalles que ni yo misma conocía.

—No entiendo. Si no fue ahí, ¿cuándo y dónde?

—Alberto nos contó que muchas veces, mientras dormías, murmurabas ese nombre.

—¡No puede ser! —musité, con un nudo en la garganta. Si eso era cierto, ¿por qué no lo recordaba como los otros sueños?

—Entonces, ¿no tienes idea de quién es ese tal Adrián?

—No, tía. Créeme, no estoy mintiendo. —Sentí un escalofrío inexplicable al pronunciar su nombre, como si un eco distante resonara en mi mente. ¿Era su voz o solo un recuerdo?— ¿Por qué mi papá no me preguntó directamente, como tú lo estás haciendo ahora?

—Vicky, sé que piensas que Alberto es un tirano sin corazón, pero solo quiere que tengas una buena vida. Él también está tratando de entender esta situación, igual que tú. Y debes comprender que, para un hombre tan cerrado como él, expresar sus emociones es casi imposible.

—Tía, por favor, no quiero discutir ese tema. No estoy de acuerdo con tu decisión. La única persona que realmente me comprendía era mi abuela, y el hecho de que seas fría e inexpresiva no te da derecho a tratarme de este modo. ¡Soy su hija! A veces pienso que ni siquiera soy hija biológica de mis padres.

—No, hija… no fue tu culpa.

—Por favor, déjame continuar —pedí, con voz temblorosa. Ella asintió en silencio, visiblemente conmovida—. Una sola vez sentí el amor de mi padre… solo una. Me lo dio todo, menos su alma.

—Él te quiere, Victoria. Solo que no sabe cómo acercarse. Hay personas a quienes les cuesta mostrar sus sentimientos.

—No, tía, ahí también estás equivocada. Fui yo quien se acercó muchas veces, sin obtener nada. Así que no lo justifiques. Y por favor… no quiero seguir hablando de esto.

—Está bien, Vicky. Solo te pido que reflexiones. En cuanto a lo otro… no sé cómo manejarlo, pero creo que Adrián es un personaje imaginario que tu mente ha creado para protegerte del vacío emocional que sientes con Alberto. Deberías hablarlo con la señorita Rebeca —me aconsejó.




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