Cantos de la Sangre Inmortal: La hija de la luna Oscura

 La revelación de las cartas.

"Susurran los naipes, y la verdad más oscura se revela".

—Victoria —me llamó Andrea desde el pasillo que daba a mi habitación—. Acaba de llegar Emily.

—Avísale que ya bajo, por favor.

Emily había llegado una hora antes de lo acordado, así que tuve que apresurarme en mi arreglo. Mientras descendía las escaleras, escuché los susurros y las risas. Al llegar al salón, vi a mi amiga hablando sin parar y arrancándole sonrisas a su madre y a mi tía.

—Aquí está Victoria.

Me acerqué para saludar a la señora Vivían, la madre de Emily. Ese día lucía sencilla y hermosa como siempre. Su presencia estaba impregnada del delicado aroma de un perfume francés que parecía envolver la sala entera.

—Señoritas, las dejo en el centro comercial. Luego Andrea irá por ustedes —nos informó Vivían, antes de dirigirse a mi tía—. ¿Seguro no hay inconveniente en que lleves a Emily hasta la casa de mis padres?

—Por supuesto que no, te la llevaré yo.

—Yo las hubiera acompañado, pero he estado tan ocupada con los ensayos que apenas logro encontrar tiempo para estar con mi hija…

—Mamá, vamos saliendo. ¡Ya estoy desesperada por llegar al centro comercial!

Su comentario provocó que todos sonriéramos.

Salimos rumbo al centro comercial. En el trayecto, la madre de Emily compartió anécdotas del mundo artístico, relatando entre risas la dificultad de mantener en secreto su vida privada. Aun así, su amor por el arte era tan grande que soportaba todo. Cada tanto, mientras hablaba, sus manos se crispaban sobre el volante y su mirada se desviaba al espejo retrovisor, como si temiera que alguien las siguiera. Esa inquietud decía más que sus palabras.

Emily, igual que su madre, irradiaba carisma y encanto. Era imposible negar la semejanza entre ambas.

Al llegar, Vivían nos detuvo antes de que bajáramos del auto:

—Manténganse juntas. Y tú, Emily, por favor, no te pongas creativa.

—Mamá, cálmate. No nos va a pasar nada.

Me despedí de ella, pero en el fondo comprendí que sus temores no eran infundados: su fama era una sombra que tarde o temprano alcanzaría también a su hija.

Emily fue la primera en enloquecer, como siempre, al entrar en el centro comercial. Tenía el brillo ansioso de un niño frente a una juguetería.

—Por fin, Emily, ¿qué película vamos a ver?

—“Más allá del umbral” —respondió dramáticamente.

—¡Vaya nombre!

—Los cortes se ven buenísimos. La función es a las cinco y apenas son las dos.

—Entonces, ¿cuál era el apuro por llegar tan temprano?

—Victoria, por favor. Miró a su alrededor. La idea es comprar y disfrutar antes del cine. ¿Acaso no nos lo merecemos? La semana entera estamos encerrados en el internado. Relájate y disfruta un poco.

Me rendí ante sus argumentos.

—¿Qué te parece si vamos a comprar ropa para ti y para mí?

—Emily, no fuiste tú quien me pidió ahorrar para regresar a mi país cuando me graduara.

Ella se detuvo en seco, a punto de perder la paciencia por mis comentarios pesimistas.

—Vicky, llevas tanto tiempo ahorrando que ya no te das un gusto. Y no creo que por un día de compras te quedes sin nada.

Preferí no llevarle la contraria. Con Emily, lo mejor era evitar la tormenta.

Caminamos hasta una tienda, pero antes de entrar algo llamó su atención: un local esotérico. En sus ojos brilló esa chispa de curiosidad que siempre anunciaba problemas.

—¿Emily, a dónde vas?

—¿Tú qué opinas?

—¿En serio vas a entrar ahí?

—Yo sola no. ¡Entramos las dos!

Intenté convencerla con un comentario trivial sobre suéteres y medias sexis, pero fue inútil. Emily ya estaba adentro.

El lugar estaba impregnado de un aroma a incienso. Había dagas antiguas, figuras de ángeles y deidades extrañas que jamás había visto. Detrás del mostrador, un joven encendía velas aromáticas y no dejaba de observarnos. Emily se lanzó directo hacia los libros. Yo la seguí y empecé a ojearlos: hechizos, rituales, magia wiccana.

Entonces lo vi. Un libro grueso de color púrpura, con un símbolo dorado en la portada. Al rozar el relieve con mis dedos, un cosquilleo me recorrió la piel, como si el dibujo latiera bajo mis caricias.

—Veo que te interesa ese libro.

Me giré sobresaltada. El muchacho del mostrador estaba frente a mí, con una sonrisa tranquila.

—Disculpa, no quise asustarte, pero noté que el símbolo captó tu atención.

—La verdad, sí.

Su mirada se iluminó.

—El diseño de la portada es llamativo, pero el contenido también lo es. Habla sobre la simbología celta, su cultura e historia. Ese símbolo se llama Trisquel. Para los druidas era el emblema supremo.

Mientras hablaba, yo seguía acariciando el relieve dorado. Cada palabra suya parecía despertar un eco en mi interior.

—¿Y qué significa exactamente?

—Para algunos, vida, muerte y renacimiento. Para otros, las tres fuerzas de la naturaleza: agua, tierra y aire. También está la interpretación cristiana: la santísima trinidad. Cuerpo, alma y mente. Infancia, madurez y vejez. Tres caminos en uno solo. El círculo intacto simboliza la eternidad.

Me estremecí. El símbolo parecía vibrar bajo mi piel.

—¡Me lo llevo!

El chico sonrió complacido y hojeó unas páginas.

—Escucha esto: “Tu mundo es una esfera sagrada.” En su interior hay tres partes, idénticas en tamaño, pero diferentes en naturaleza. Cada una eres tú mismo: tu evolución, tu alma...

Emily irrumpió en ese instante.

—¡Vaya, Vicky! No querías entrar y acabaste enamorada de un libro.

Le lancé una mirada fulminante que la obligó a rectificar. El muchacho rió suavemente y se dirigió a la caja.

Mientras pagábamos, Emily jugueteó con la portada.

—¿Este símbolo no es el de la serie de las jóvenes brujas? ¡Quieres ser como ellas!

El chico volvió a reír. Yo suspiré, agotada.

—Emily, lee un poco más y no harías comentarios tan absurdos. El conocimiento es poder.




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