Cantos de la Sangre Inmortal: La hija de la luna Oscura

Añorando a Emily.

Al llegar a casa, lo primero que hizo fue llamar a su asistente para ponerse al día con asuntos pendientes. Yo subí a mi habitación, dejando atrás el murmullo y las risas de mi familia, especialmente las charlas interminables de mi tía con el tío Gustavo. Saqué mi teléfono y lo observé unos segundos, aun sintiéndome culpable por lo sucedido con Emily. Necesitaba ponerla al día sobre todo lo que había pasado, y finalmente me decidí a llamarla. Tardó un poco en contestar; quizás estaba molesta o herida, pero justo cuando estaba a punto de colgar, su voz apareció:

—¡Vicky, amiga, pensé que nunca me llamarías! —su tono estaba lleno de alegría y sorpresa—.

—Sí, Emily… disculpa. Me siento tan apenada contigo.

—No le des demasiada importancia. Sabía qué estabas pasando por un mal momento, así que no intenté llamarte para no presionarte.

—Gracias por ser tan comprensiva y estar siempre ahí cuando te necesito.

Su voz me reconfortaba; me recordaba que algunas amistades eran refugio y bálsamo.

—No nos pongamos sentimentales —rio—. Mejor cuéntame, ¿te hiciste los análisis, verdad?

—Sí, mañana me dan los resultados.

—Te aseguro que todo saldrá bien.

Quise contarle sobre la reconciliación con mi padre y el efecto del agua de luciérnagas, pero me contuve; eso era algo que debía compartir en persona.

—Vicky, supongo que el lunes te reincorporas, ¿verdad?

—Lo más probable.

—Entonces prepárate —su tono tenía ese matiz de advertencia que ya conocía, y que, aunque me sorprendiera, extrañaba de alguna manera.

—¿Por qué ese tono de advertencia?

—El lunes nuestro grupo tiene previsto un viaje al museo de historia con otro grupo, el masculino.

—Gracias por avisarme —respondí sin mucho entusiasmo.

—Además, el informe que debemos entregar será en grupos de tres personas.

—¿Tres? Supongo que nosotras seremos dos.

—No exactamente —replicó Emily—. Durante tu ausencia, recluté a Lucy. ¿Sabes quién es?

—Por supuesto —respondí, evaluando la situación—. Es la joven corpulenta que casi no habla con nadie, excepto con los profesores. Y, por cierto, tiene un rendimiento académico excelente.

Mientras hablaba, mi mente no podía evitar recordar la sensación de calma que me había dado el agua de luciérnagas. Aunque la conversación con Emily era terrenal, el recuerdo de su efecto me hizo sonreír: esa mezcla de magia y cuidado de mi abuela seguía presente, casi como un hilo invisible que me sostenía.

—Victoria, no me creas tan interesada: recluté a Lucy por Margot. Se ha vuelto más insoportable que nunca y ahora se dedica a hacer sentir mal a la pobre chica. Ya sabes que no tolero esas actitudes.

—Si esa es la razón, entonces estoy de acuerdo en que seamos tres en vez de dos.

—Me alegra oírte decir eso. Vicky, ya tengo que colgar, pero antes debo decirte otra cosa.

—No me digas que es una mala noticia, por favor.

—¡Todo lo contrario! Resulta que el grupo de chicos que irá con nosotras es el de Ethan. Apenas me enteré, así que lo averigüé.

—Sí… Qué bien. ¿Y qué es lo que tanto te emociona?

—¿No entiendes? Parece que los exámenes que te practicaron te restaron neuronas.

—Para tu suerte, no me restaron inteligencia; solo intuí lo que planea esa cabeza tuya.

—No seas tonta. Tenemos que hacer que Margot pague por todas las horas de sufrimiento que ha causado a otras chicas.

—Es verdad, sé que ella es difícil, pero ¿no has pensado que al hacer lo que quieres, nos ponemos al mismo nivel que ella?

—¡Por supuesto que no, Vicky! Nosotras somos el equipo bueno, y por alguna razón del destino, a Ethan le gustaste tú.

—¿Te has vuelto loca, Emily? ¡A ese chico no le gusto yo! No sé cómo aún mantienes esas falsas expectativas.

—Está bien, Victoria. Ya percibo tu negativa sobre Ethan. Pero Margot te tiene tomada personalmente, y créeme, no es solo por fastidiarte. Lo siento, lo veo.

—Sea lo que sea, no me importa. Ya veré cómo actuar si la situación se sale de control.

—Aun así, Vicky, no pienso dejarte sola en esta batalla.

—Qué dramática eres, tú no cambias.

Emily soltó una risa que me llegó al oído y nos despedimos. Tenía que admitir que, en algo, la hiperactiva de mi amiga tenía razón: Margot muchas veces me miraba de un modo inquietante, como si el simple hecho de haberla tropezado aquella mañana en el internado le hubiese dejado un odio irracional. Margot no estaba equilibrada.

Dejé de pensar en ella y en la visita del lunes al museo de historia; la incertidumbre por los resultados de los exámenes aún me acechaba. Entré al baño para darme una ducha y despejarme, pero no logró su efecto. Decidí bajar y pasar tiempo con mi padre; era mejor no darle vueltas a los problemas y aprovechar los pocos días que estaría en casa de mis tíos.




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