Cantos de la Sangre Inmortal: La hija de la luna Oscura

No temas lo que habita en ti

La mañana había llegado, trayendo consigo un frío sutil que se colaba por la ventana y un nudo persistente en mi pecho. Casi lista, solo faltaba peinarme y aplicar un toque de brillo en los labios, una costumbre que Emily había convertido en ritual. Mientras lo hacía, su voz resonó en mi mente: “Victoria, la mujer, debe realzar su belleza y feminidad con un toque de maquillaje”. Sonreí con melancolía, pero la emoción se ahogaba entre el temor que me embargaba. El día anterior había sido un torbellino, y los recuerdos de mi padre reavivaban una herida que creía cicatrizada.

Él también siente dolor, me recordé. Primero el accidente que se llevó a mis abuelos, luego la muerte de mi madre, y ahora yo, inestable y vulnerable. Una ola de culpa recorrió mi cuerpo, helando mi piel y clavando un punzante dolor en el pecho. Tenía que comprender su sufrimiento, su pasado sobre las cenizas; al igual que las estaciones cambian, yo también debía transformarme y demostrar que podía salir de mi prisión de vidrio, ese lugar secreto al que solo yo tenía acceso.

Finalmente, bajé las escaleras y sentí el aroma cálido del café recién hecho. La luz de la mañana iluminaba tenuemente la cocina, contrastando con la angustia que todavía me envolvía. Allí estaban todos: mi padre tomando su taza de café negro, Andrea ya con su habitual carácter firme y el tío Gustavo vigilando con un guiño. No me atreví a mirarlo directamente; aún me dolía haber tocado un tema delicado.

—Ven, Victoria, ya serví tu desayuno —dijo Andrea, su voz firme como siempre—. Espero que tu apetito de ayer no haya sido solo un accidente.

Asentí, tratando de recomponerme, mientras mi tío lanzaba su comentario burlón sobre la paleta. Mi padre sonrió ante la escena, y Andrea bufó con desdén. Por un instante, la tensión se alivió, aunque solo parcialmente.

—Alberto, ¿qué te dijo tu asistente ayer? —preguntó mi tío—. ¿Pudiste resolver el problema?

—Sí, todo está resuelto. Esta construcción es grande y no puedo permitirme errores; afortunadamente cuento con dos excelentes ingenieros que me dejan tranquilo hasta que vuelva.

Un escalofrío me recorrió la espalda al escuchar que pronto se iría. Era viernes, y la idea del lunes me llenaba de inquietud. Mi padre me lanzó una ojeada analítica, pero el siguiente comentario de mi tío logró distraerme momentáneamente.

—Me complace saberlo. Ahora cuéntanos sobre el nuevo asesinato ocurrido en la propiedad llamada “El Renacer”, del que me ibas a hablar ayer, pero otros asuntos interrumpieron la conversación.

El nombre se clavó en mi mente como un cuchillo. «El Renacer», la hacienda de la que hablaban, evocaba visiones perturbadoras: cuerpos sin vida, sombras que no pertenecían a este mundo. Un pedazo de pan se me quedó atascado en la garganta y empecé a toser; mi padre se levantó asustado y me dio palmadas en la espalda hasta que logré recuperar la respiración.

—¡Ven!… ¿Qué les dije sobre esos comentarios?… Nadie me hace caso… ¡Sigan! —se quejó Andrea, claramente molesta.

—¿Te sientes bien, Victoria? —preguntaron mi padre y el tío al mismo tiempo, con preocupación.

—Estoy bien, fue un simple ahogo. Continúen.

Andrea no pudo ocultar su irritación.

—¿Tú también vas a alentarlos a continuar? —dijo, frunciendo el ceño.

—Es que quiero saber… —susurré, mientras un presentimiento me oprimía el pecho, recordando aquella propiedad.

—Encontraron una pareja muerta cerca de la hacienda “El Renacer” —continuó mi padre—. Las víctimas no tenían signos de violencia ni sangre en sus cuerpos; el misterio está en cómo les extrajeron la sangre.

Un escalofrío me recorrió de nuevo. El aroma del café y la luz sobre la mesa contrastaban con la oscuridad de sus palabras. Las visiones regresaron, fugaces y punzantes, recordándome que había secretos que exigían ser enfrentados. Andrea, notando mi tensión, suspiró, guardó su plato y salió hacia el carro.

Me quedé inmóvil, absorbiendo cada palabra. “El Renacer” no era solo un lugar; era un aviso. La mañana avanzaba con aparente normalidad, pero yo sabía que mi mundo se preparaba para adentrarse en un abismo que aún no comprendía del todo.

—No le hagan caso, terminen su desayuno, y tú, Alberto, sigue contando.

Me tomé mi tiempo para terminar la comida; no quería perderme ni un solo detalle.

—Como decía, encontraron una pareja muerta, y se volvió a abrir la investigación.

—¿Cuál fue la causa de la muerte? —intervine.

—No se tiene certeza —respondió mi padre—, pero aparentemente las víctimas fueron asesinadas con el mismo método que la persona hallada hace siete años en ese lugar. No presentaban signos de golpes ni maltrato, tampoco tenían sangre en sus cuerpos. Lo que intriga a los investigadores es cómo extrajeron la sangre sin que haya ninguna herida visible —mi tío Gustavo mostraba perplejidad.

—¿Crees que pueda tratarse de algo paranormal? —pregunté—. Es muy extraño.

—No lo sé —respondió mi padre—. Nunca he creído en lo sobrenatural. Este hecho debe tener una explicación lógica; lo más probable es que sea obra de algún grupo secreto o secta fanática. Faltan muchas piezas en este rompecabezas, así que solo nos queda esperar a que las autoridades lo esclarezcan.

—Aunque fueran unos «locos», es raro la forma en que encontraron a las víctimas. Ni una gota de sangre, nada que explique cómo ocurrió. Para mí, esto parece sacado de los expedientes X.

—Sí —asintió mi padre—, extraño que no hubiera sangre, solo cuerpos secos.

Un escalofrío me recorrió la columna. En mi mente aparecieron los rostros pálidos de la pareja muerta, la misma imagen que había revivido en mi pesadilla con Emily. La caza alrededor de la hacienda «El Renacer» no había terminado; algo más oscuro y terrible se cocía lentamente.

Ya en camino al hospital, mi mente seguía atrapada en la conversación. Miraba por la ventanilla, deseando que el viaje terminara pronto. Saqué los audífonos, los conecté al teléfono y dejé que la música anestesiara mi ansiedad; las melodías hacían que el tiempo pasara más ligero.




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