Al llegar a la casa, mi papá entró con una alegría evidente.
—No me digan —comentó el tío Gustavo, que esperaba en la sala frente a la TV—, tu rostro lo dice todo.
—Sí, tío, gracias a Dios, Victoria salió bien en los exámenes.
—¡Debemos celebrarlo! —exclamó Gustavo—. Mis hijos vienen el domingo a saludarte, sobrino; podemos hacer una parrillada.
Los observaba celebrar un triunfo construido sobre una mentira. Si le contara a mi padre que todo había salido bien gracias al preparado que me envió mi abuela, no me creería. Incluso para mí resultaba ilógico, y lo único que lograría sería despertar otra vez su ira. Así que callé y fingí felicidad, al igual que ellos.
Charlamos un rato y luego subí a mi cuarto, con la intención de tomar una siesta. Me desvestí y me puse algo más cómodo, pero al lanzarme sobre la cama, un pensamiento me detuvo: la hacienda “El Renacer”. Mi deseo de descansar se esfumó, y encendí la computadora para investigar. Primero revisé los periódicos de mi país de origen, y luego abrí el chat por si Alexandra se conectaba, con la intención de contrastar versiones y obtener pistas adicionales.
No tardé en encontrar titulares sobre el homicidio:
Vuelven los asesinatos en los alrededores de la hacienda “El Renacer”. La noticia narraba con detalle lo sucedido: Jennifer Núñez (19) y Rodrigo Serrano (21), encontrados muertos cerca de la propiedad de los Palacios, bautizada por los vecinos como “La morada del diablo”.
Según los reportes, la pareja había asistido a una fiesta el viernes anterior, donde hicieron un juramento de amor eterno y anunciaron su intención de “volverse inmortales” en la hacienda. La madre de Jennifer, preocupada, llamó días después al percatarse de su ausencia, lo que llevó a que los cuerpos fueran hallados por un trabajador de la propiedad, Hugo Pacheco. Los testigos mencionaban un olor intenso que los condujo hasta los cadáveres ocultos bajo el monte.
Los vigilantes nocturnos aseguraban no haber notado nada extraño, y la comunidad se encontraba aterrada. Las víctimas, al igual que un hombre hallado años atrás, no presentaban golpes ni heridas visibles; sin embargo, fueron desangradas por un método desconocido. Nadie podía explicar cómo se extrajo la sangre sin dejar rastros. El encargado de la hacienda desestimaba los comentarios como superstición, pero el miedo se había instalado entre los vecinos.
Al terminar de leer el artículo, sentí un vértigo inquietante. No era solo horror lo que recorría mi pecho, sino también culpa y un presentimiento de que algo mucho más oscuro operaba tras estos asesinatos. Justo cuando más concentrada estaba en mis pensamientos, recibí un mensaje de Alexandra:
—¡Hola, prima! ¿Cómo estás?
—Bien.
—¿Saliste bien en los exámenes?
—Sí, muy bien.
—¡Me alegra! Siempre has sido una nerd —bromeó. Esperé a que terminara las preguntas de rutina para indagar más profundamente.
—Alexandra, hablemos por videollamada, ¿te parece?
—Está bien.
En cuestión de minutos, su rostro apareció sonriente. Sus rizos castaños oscuros caían sobre los hombros, más largos que nunca. Llevaba una camiseta de su banda favorita que dejaba al descubierto un tatuaje reciente.
—Vicky, cuéntame, ¿cómo te llevas con tu papá?
—No lo creerás cuando te lo cuente.
—Entonces no tardes más, dímelo.
—Nos reconciliamos, y eso me hace muy feliz. Incluso me prometió que, cuando me gradúe, volverá conmigo a Venezuela.
—¡Vaya! Me alegra mucho que tu tío recapacitara, pero más me alegra por ti.
—Su compañía me ha hecho mucho bien, prima.
—Mi abuela comentó la otra noche durante la cena que tarde o temprano tu padre no podría mantener tanta amargura. Que la pared que construyó alrededor de sus sentimientos se desplomaría, y su río de emociones volvería a su cauce… Palabras de mi abuela.
—No se equivocó, la describió con precisión… esa pared se rompió frente a mí —respondí con una sonrisa leve antes de cambiar de tema. No entendía por qué aquel asesinato me afectaba tanto, pero necesitaba hablar de ello.
—Alexandra, no me habías contado nada sobre la pareja que encontraron muerta cerca de la hacienda El Renacer.
—¿Y cómo iba a hacerlo? Has estado recluida en ese internado infernal.
—Eso no es excusa —repliqué—. Pudiste haberme mandado un mensaje.
—Tú tampoco me habías escrito —se defendió. Y tenía razón; entre mis crisis y los sueños, no había tenido cabeza para nadie.
—Tienes razón —admití—, pero ahora que estoy en vivo y en directo, por favor, cuéntame qué opina mi abuela al respecto.
—Ella coincide con los pobladores: dice que es obra de un demonio. Pero yo creo que se trata de una secta satánica.
—Lo mismo opina mi padre —suspiré—. Ya sabes cómo detesta todo lo que suene a misterio; para él todo tiene una explicación lógica y científica.
—Pues mira, Vicky, yo concuerdo un poco con él —dijo Alexandra—. Pero hay algo innegable: nadie logra entender cómo el asesino deja los cuerpos secos, sin una sola herida ni una gota de sangre. ¡Nada!
—Es muy extraño —murmuré.
—Algunos compañeros de la universidad incluso dicen que podría tratarse de un vampiro… o de un extraterrestre.
Las palabras de Alexandra me hicieron estremecer. Por un instante, me dejé arrastrar por esa idea absurda, recordando mis propias comparaciones con aquellos seres malditos.
—¿Victoria? —preguntó al notar mi silencio—. ¿Por qué te quedas callada?
—No… no es nada.
—¿Te sientes bien?
—Sí, solo pensaba en lo que dijiste.
—¿Sobre los vampiros y los extraterrestres?
—Exacto… ¿Tú qué opinas en realidad? —quise saber su punto de vista con genuina curiosidad.
—Que es una tontería —respondió sin titubear—. Si en ese castillo realmente viviera un conde Drácula, ¿por qué no ha matado a nadie de la hacienda? Además, si los vampiros necesitan alimentarse todos los días, este sería el más perezoso de la historia: solo ha atacado dos veces en cinco años. No me convence.