Aunque la idea de tener a Ethan en mi casa me aterraba, aquel paso me trajo una calma inesperada. Preparé los libros, las hojas, los marcadores. Emily me llamó para decir que ya venía en camino con Lucy y que, al terminar, veríamos películas. Ella siempre encontraba el modo de entrelazar la diversión con sus planes románticos.
A pesar de que deseaba asesinarla por su insistencia en acercarme a Ethan, no podía evitar esperar que llegara primero ella. Estaba nerviosa; el miedo me oprimía el pecho. Ese maldito miedo que me hacía parecer un ser extraño frente a los demás.
—¡Vicky! —llamó mi tío desde la sala—.
—¿Qué pasa? —pregunté desde arriba.
—Tienes visita.
—Gracias, tío —respondí mientras comenzaba a bajar. En el descenso oí varios susurros concentrados en la sala; entre ellos reconocí las voces de mi tío y de Andrea, pero también una más: masculina, grave y cálida. No era la de Emily, ni mucho menos la de Lucy.
Sentí un leve entumecimiento en las piernas. Tomé aire, intentando aparentar serenidad mientras mi corazón latía con violencia.
Ethan estaba sentado en el sofá junto a mi tío, que lo observaba sin disimulo. Llevaba una camisa de cuadros, vaqueros desgastados y una chaqueta oscura. No podía negar que tenía un aspecto atractivo; si Margot lo viera, se desmayaría. Las facciones de Andrea confirmaban que pensaba lo mismo: sus ojos lo examinaban con una sonrisa complaciente.
—Ahí viene Vicky —anunció ella al verme bajar.
—¿Emily y Lucy no venían también? —preguntó mi tío, dejando entrever su instinto protector.
—Deben estar por llegar —murmuró Andrea.
Cuando nuestros ojos se cruzaron, los de Ethan brillaron con una intensidad que me atravesó, cálida y luminosa, imposible de disimular. Temí que alguien más notara esa mirada, así que actué rápido, fingiendo naturalidad.
—¡Hola, Ethan! ¡Bienvenido! Ya veo que no tuviste problemas para encontrar la casa.
—No —respondió, levantándose de inmediato—. En situaciones como esta agradezco la existencia del GPS.
Guardó silencio unos segundos y luego, sin importarle la presencia de mis tíos, añadió con una sonrisa atrevida:
—Hoy te ves más hermosa que nunca. Con el uniforme ya te ves bonita, pero con ropa casual… no hay palabras.
El tío Gustavo reaccionó primero: se levantó del sofá con un carraspeo inquisidor, mientras Andrea reprimía una risa.
—Y yo te veo más alto hoy —respondí, intentando disolver la tensión.
Ethan Hudson tenía un don para desafiar los límites. A su carácter rebelde —capaz de ganarse enemigos con facilidad— se sumaba una sinceridad feroz. Podía ser el patán más insoportable o el hombre más intenso del mundo, y todo en él parecía estar hecho de extremos. Lo desconcertante era esa nueva faceta: la que mostraba solo frente a mí. No le importaba revelar su atracción, aun si debía hacerlo delante de toda mi familia. Ethan era misántropo, sí, pero también un alma que obedecía sus impulsos, aunque el mundo se incendiara a su alrededor.
La puerta se abrió y, por suerte, irrumpieron Emily y Lucy. El semblante rígido de mi tío se relajó de inmediato.
—¡Muchachas, bienvenidas! —exclamó con alivio.
Emily, al notar la presencia de Ethan, giró hacia mí y soltó su habitual estallido de emoción.
—¡Amiga! —me abrazó de golpe, ignorando a todos—. Tienes que contarme todo —susurró al oído.
—No hay nada que contar —murmuré entre dientes.
Los llevé al estudio de mi tío, donde ya teníamos lo necesario para empezar. Emily, como era previsible, propuso una idea: que Lucy le explicara a ella —porque “tenía más paciencia”— y yo a Ethan. No puse resistencia; sabía perfectamente cuál era su verdadero propósito. Emily no descansaría hasta verme unida a él.
Y lo cierto es que Ethan resultó ser más hábil de lo que había fingido. Por momentos sospeché que su excusa de “no entender física” era una invención para tener una excusa y venir. Aun así, no me quejé. Estudiar con él resultó sorprendentemente agradable.
Emily, frustrada al ver que entre nosotros no surgía la chispa inmediata que ella esperaba, observaba desde su trinchera de cupido fallido. Yo no pude evitar reír. Pobre Lucy, pensé; ahora ella carga con esa cruz que durante tanto tiempo fue mía.
Andrea entró con una bandeja de bocadillos; Emily los tomó con un suspiro de derrota. La tarde siguió su curso. Agotados tras tanto resolver ejercicios, decidimos hacer una pausa. Me incliné para recoger algunos lápices y hojas sueltas que cubrían la mesa y el suelo.
—Déjame ayudarte —dijo Ethan, agachándose junto a mí.
En ese instante, Emily recordó su propuesta de ver una película, pero el plan se vino abajo cuando Lucy anunció que debía irse temprano. Emily y Ethan cruzaron una mirada cómplice. Algo se tramaba.
Cuando mis amigas se disponían a marcharse, Ethan fingió de pronto un gesto de confusión.
—¡Qué torpe soy! Lo sabía, olvidé algo importante —dijo, mirando hacia mí—. Victoria, todavía tengo una duda sobre el problema… el de la ley de las mallas de Kirchhoff.
—¿De verdad? Si resolviste todo de forma brillante —comenté, sorprendida.
—Solo porque tú lo explicas bien. Pero hay algo que no termino de comprender. Prometo que apenas me lo aclares, me marcho.
Su tono era una mezcla perfecta entre disculpa y osadía. Sabía lo que hacía. Y yo también lo sabía.
Andrea ya se despedía de Emily y Lucy, así que no podía negarme sin levantar sospechas.
—Está bien —dije, disimulando el temblor de mi voz—, no tengo problema en ayudarte. Después de todo, aún es temprano.
—¡Gracias, Vicky, eres lo máximo! —declaró con entusiasmo. Luego se dirigió a Emily y Lucy: —Señoritas, me quedaré un poco más, así que nos vemos. Cuídense y manejen con cuidado.
Emily sonrió, satisfecha por la iniciativa de Ethan; al fin la había complacido.
—Te llamo más tarde —me comunicó Emily, y con esas últimas palabras se marcharon.
Ahora solo quedábamos él y yo.