Entramos nuevamente al estudio. Sentí cómo la tensión se apoderaba de mí. No era lo mismo estudiar en grupo que hacerlo a solas, y mucho menos con un chico tan sagaz como él.
—Bien, vamos a sentarnos. Saca el cuaderno y muéstrame la duda —le pedí, tratando de sonar fría y controlada.
Ethan no se movió. Permaneció de pie, y con su siguiente frase confirmó lo que ya sospechaba.
—No tengo dudas —confesó sin una gota de timidez—. Solo quería pasar más tiempo contigo, sin tus amigas cerca.
Me quedé en silencio. No supe cómo reaccionar.
La situación se volvió aún más incómoda cuando Andrea entró al estudio con el pretexto de ver cómo estábamos. Mostrando su sonrisa más inocente, dijo:
—Vicky, después que terminen de estudiar, podrías llevar a tu amigo a conocer mi invernadero. Así le muestras tu lugar favorito, el más hermoso de la casa.
Ethan se mostró encantado con la idea, mientras yo estaba a punto de estallar por dentro.
—Probablemente el señor Gustavo no esté esperando con una escopeta —bromeó, arrancándole risas a mi tía.
—Los dejo para que terminen de trabajar —añadió ella, aún sonriendo. Era evidente que Ethan le había caído muy bien.
Luego de su aporte nefasto, se marchó.
Tenía que hacer algo para detener aquello antes de que siguiera avanzando.
—No te tomes a mal lo que voy a decirte… Si lo que quieres conmigo es algo más que amistad, entonces debo ser honesta contigo: no estoy interesada en una relación sentimental.
Ethan me observó sin decir palabra, acercándose lentamente.
—¿Y lo dices así? ¿Sin siquiera darme la oportunidad de intentar despertar tu interés por mí? —preguntó con voz grave.
No supe qué responder. Era torpe manejando ese tipo de situaciones; me costaba hablar con claridad. En eso, me parecía demasiado a mi padre.
—Créeme, Ethan, no soy la persona adecuada para eso. —Él no apartó la mirada. Sabía que aquella conversación se me estaba escapando de las manos.
—¿Por qué dices eso? ¿Acaso alguien te ha hecho daño? ¿O tienes novio y no me lo has dicho?
—No es eso —contesté, torpemente.
—¿Entonces qué es? Porque tu actitud defensiva da pie a pensar lo contrario. Además, eso que dices de que serías una pésima novia… no lo decides tú, sino la persona que esté contigo.
Había llevado la conversación a una encrucijada.
—No tengo novio —admití al fin—. Y, para serte sincera, nunca he tenido.
Aquellas palabras parecieron sorprenderlo. Su semblante se iluminó con una emoción imposible de disimular.
—¿Nunca has tenido novio? Qué desperdicio. Eso significa que nadie te ha besado… lo que me deja la oportunidad de ser el primero.
Sus palabras me sonrojaron al instante.
—¿Qué te hace pensar que te dejaría besarme? —repliqué, intentando sonar firme—. Eres un hombre atrevido, y con una autoestima peligrosamente alta, considerando los tormentos que escondes detrás de esa sonrisa.
Así que déjame aclararte algo: soy diferente a cualquier mujer que hayas conocido. No lo digo por presumir, es solo la verdad. A veces pienso que… simplemente no estoy hecha para eso. No me nace. Es como si mi cabeza estuviera en otro lugar, como si mi cuerpo no respondiera igual.
Ethan soltó una risita, mezcla de ironía y ternura.
—¿Y qué tipo de “no estoy hecha para eso” eres, Vicky? —preguntó, acercándose aún más—. ¿No te interesa el sexo, o simplemente no te has enamorado de verdad?
Fruncí el ceño. Aquella pregunta me desarmó.
—¿Cómo puedes estar tan segura de lo que dices sin haberlo experimentado? —continuó, bajando el tono—. ¿Sin un beso que te quite la razón?
Su voz me estremeció.
—Y en cuanto a eso de ser “complicada y abstracta” —añadió, con una sonrisa más suave—, me temo que ese tipo de mujeres son mi debilidad. Me encantan los retos, y si son más difíciles, mejor.
No supe qué decir. Su mirada se había tornado más intensa, y la cercanía era casi insoportable. Me escurrí a un lado, intentando mantener la compostura.
—Ya dije lo que tenía que decir —murmuré, tratando de romper el hechizo.
—No, Vicky. Como te dije antes, eso no puedes asegurarlo. —Su voz se volvió más grave—. Creo que sí puedes amar, y con una fuerza que ni tú imaginas. Lo que pasa es que tienes miedo. ¿Sabías que eres de esas mujeres que dejan huella en quien las conoce? En mí ya lo hiciste, sin siquiera haber probado tus labios.
—No lo soy… ¡No soy eso que dices! —repliqué, con un temblor en la voz.
—Sí, lo eres —insistió con convicción. Luego hizo una pausa, bajando la mirada—. Ese brillo en tus ojos… me recuerda mucho al de mi madre.
Su comentario me dejó sin aliento. Aunque mi expresión se mantuvo severa, la palabra mamá me atravesó.
«Déjalo entrar… los dos pueden ayudar», resonó la voz de Rebeca en mi mente.
—Ya no me digas más esas cosas —pedí, con una incomodidad creciente.
—¿Por qué no? ¿Es por lo que hice en el internado? ¿Crees que solo soy ese chico rebelde del que todos hablan? No soy lo que piensan. —Su tono se quebró un poco.
—Ethan, lo sé. Esa rebeldía es solo una fachada.
—¿Entonces por qué te niegas tanto?… ¿Es por Margot? —preguntó.
No tuve más remedio que asentir, aunque no fuera verdad. Mi excusa sobre la asexualidad había fallado, y no podía confesarle el verdadero motivo.
¿Cómo podría decirle que en mis pesadillas lo veía morir?
Si le contaba eso, no solo no me creería, sino que también pensaría que estaba loca.
Pude haberle dicho que no sentía nada por él y acabar con su ilusión, pero no pude. Aunque me lo negara, su compañía me hacía sentir bien.
—Victoria —susurró con voz cansada—, a mí no me interesa Margot. Es demasiado superficial y vacía. Y… —Su voz se apagó.
—¿Y qué? Continúa, ¿por qué te callas? —lo apremié.
—Disculpa, Vicky. Deberíamos cambiar de tema —dijo al fin, visiblemente incómodo.
Su silencio me dio la oportunidad perfecta para escapar de aquel torbellino.