—Ethan… lo siento mucho.
Quedé callada, sin saber cómo consolarlo. Me acerqué y lo abracé; Ethan se sorprendió, luego me rodeó y me besó en la cabeza.
—Si hubiera sabido que presenciar una discusión con la víbora de mi madrastra provocaría estas reacciones en ti, te habría traído antes y me habría peleado con ella mil veces gustoso —susurró cerca de mi cuello, dejándome tensa e incómoda.
El silencio volvió a la casa. Sin embargo, la mirada de Ethan seguía cubierta por una máscara inexpresiva. Me mantuve en silencio, esperando que se le pasara la ira. Dentro de mí, podía percibir todo el halo de tristeza que cubría su alma; un dolor que se ocultaba tras la rebeldía. La impotencia me atravesaba: ¿qué podía decir para calmar aquella marea de resentimiento?
—Si de algo te sirve, quiero que sepas que mi vida tampoco es color de rosas; por mucho tiempo me he sentido culpable de la muerte de mi madre. —Su rostro volvió a iluminarse al terminar la frase, y me miró con intensidad.
—Ya extrañaba tu mirada —murmuré, vacilante. Todo valía para devolver la sonrisa al chico inexpugnable.
—Buen trabajo —dijo, tomando mi mano y besándola suavemente.
La puerta se abrió de repente; era su tía Mery.
—Ethan, ¿puedo pasar?
—Sí, pasa.
Su semblante estaba apesadumbrado, pero intentó sonreír.
—Quería asegurarme de que todo estuviera bien.
—Sí, tía, todo está bien.
—¡Mi muchacho loco! ¿Qué voy a hacer contigo? —exclamó, abrazándolo con cariño.
—Soportarme —respondió él, acomodándose entre sus brazos.
El momento me llenó de ternura; por un instante, evocó el abrazo de mi abuela, y la nostalgia me envolvió.
—Él no es mal muchacho —aseguró Mery, sacándome de mis pensamientos.
—¿Ah?
—¿En qué piensas, muchacha?
—Disculpe… Es que al verlos abrazados recordé a mi abuela —confesé.
Mery se acercó, sonriendo dulcemente.
—Entonces déjame darte un beso también, para calmar un poco ese vacío —dijo, posando sus labios en mi frente.
Mis ojos se cristalizaron ante la ternura de aquel gesto. Mery era realmente encantadora. Me acarició el rostro y continuó:
—Los dejo para que conversen. Por hoy no creo que Maribel prosiga con sus reproches. Victoria, no quiero marcharme sin pedirte disculpas por tan bochornoso acto; no siempre es así.
—No se preocupe, ya lo he olvidado —sonreí, reconfortada.
Mis ojos recorrieron la habitación de Ethan. Si mis tíos o mi padre supieran que estaba sola con un chico en su cuarto, sin duda me castigarían hasta volverme una anciana.
Su alcoba era enorme comparada con la mía. Lo primero que captó mi atención fue la batería en la esquina y las guitarras colgadas cuidadosamente en la pared, cinco en total, entre eléctricas y electroacústicas. Los carteles de bandas de rock decoraban el lugar, pero lo que realmente me detuvo fue un gran cuadro frente a la cama: una mujer caminando entre un jardín florido, con mirada melancólica. En su mano derecha sostenía un sombrero de verano, y en la izquierda, la mano de un niño de unos cuatro años.
—Es mi madre, y el pequeño soy yo —dijo Ethan, notando mi fascinación.
No quise indagar demasiado; por experiencia, sabía que algunos temas íntimos requieren tiempo y respeto.
—Se llama Eleonor —agregó, anticipando mi pregunta.
Ethan abrió el ventanal, revelando un balcón con una pequeña mesa y dos sillas.
—Sentémonos; aquí podremos hablar sin interrupciones.
—Recuerda que solo tengo tres horas de permiso… ya queda hora y media —exageré, intentando bromear.
—Relájate, Vicky, y mira todo lo que se extiende frente a nosotros —dijo, señalando el paisaje.
Exhaló, colocando sus manos detrás del cuello. Un ave pasó cerca, y Ethan la contempló con ensimismamiento, su mirada suave y reflexiva, mostrando un lado suyo que pocas veces veía.
—Los pájaros son mis animales favoritos… A veces fantaseo, imaginando que soy uno de ellos. Si existiera vida después de la muerte, un ave sería la segunda cosa que querría ser: libre, volando donde quisiera. —Sonrió, tranquilo—.
Sus palabras eran profundas; un alma errante deseando amor y libertad. Luego, me miró con dulzura:
—Aunque me sienta satisfecho, tú me haces sentir libre. Olvido todo lo oscuro que me rodea. Puede parecer molesto, pero solo quiero acercarme a ti.
Un instante de duda me hizo retroceder. Ethan percibió mi ansiedad y me tomó suavemente del brazo.
—Victoria, no quiero incomodarte.
—Pero lo estás haciendo —respondí, tratando de soltarme.
—No te sientas comprometida. Solo quiero que me escuches… Deja salir a la mujer que lucha dentro de ti.
Un escalofrío me recorrió. Arturo parecía susurrar en mi mente, advirtiéndome que no podía confiar por completo.
—Por favor… no puedo dejar salir a la bestia que habita en mí.
—¿Qué bestia, Victoria? —preguntó Ethan, confundido.
—Olvídalo… ni yo sé lo que digo —respondí, tratando de calmarme.
Éthan suspiró, volteando la vista hacia el horizonte. Tras unos minutos, volvió a mirarme con determinación:
—Te estoy empezando a amar.
Me quedé pálida ante su declaración.
—Sé que suena precipitado, pero lo que siento por ti es más que un juego; es intenso, profundo.
Se acercó y posó su mano bajo mi barbilla con delicadeza.
—Pienso en ti más de lo que debería… y eso me asusta. Pero quiero que intentemos volar juntos. ¿Quieres escaparte un momento de esta realidad? —Su voz era firme pero dulce—. Quiero enseñarte a extender tus alas junto a mí.
Retrocedí, asustada por la intensidad de sus palabras. La voz de Arturo volvió a advertirme:
—Si lo amas, firmarías tu sentencia de muerte.
Ethan se dio cuenta de mi confusión y me abrazó con fuerza.
—Puedo abrir mis alas si tú también lo haces —susurró.
Lloré en sus brazos, sin darme cuenta de que también envolvía mi cuerpo alrededor del suyo.