Caos

Seis

ꜱᴇɪꜱ

El demonio con rostro de ángel

 

A ninguna le resultó adecuado seguir rondando los alrededores después de lo que habíamos escuchado así que, cuando las voces desaparecieron por completo en la inmensidad del camino, retornamos a la habitación, esta vez rodeadas de un silencio incómodo y sospechoso que los ronquidos de Lev no tardaron en apagar. Flora se acostó, sin decir nada, y luego de un rato supe que estaba profundamente dormida.

La noche, para mí, fue espantosa. No podía calmar mi mente y la extensa línea de dudas que no dejaba de engrosarse, y hacerse cada vez más compleja, volviéndome loca. Los pensamientos inconexos, ajenos, distantes, especulativos, no me daban un minuto de paz. Conectar las pistas, eso era lo que quería hacer mi cerebro pero, por algún motivo, no lo conseguía.

La mañana del domingo me desperté con unas monstruosas ojeras —había dormido, como mucho, treinta minutos— y con unas intensas ganas de no hacer absolutamente nada. Sin embargo, cuando bajé junto a Lev, Flora y Mak a la cafetería para el desayuno, supe que eso no sería posible. Al parecer, alguien había aprovechado la noche para escribir en una de las inmensas paredes: «¡muéstrennos o lo descubriremos nosotros!». Los de limpieza trataban con denuedo de quitarlo, pero seguro les tomaría horas.

No entendí a qué se refería hasta que, mientras buscábamos una mesa, un chico regordete, que debía tener unos diecisiete, nos gritó: «¿les comieron la lengua ahora? ¡tarde o temprano tendrán que hablar!». Traté de enfocarlo con la mirada, pero Lev me aconsejó ignorarlos; según él, así dejaban de fastidiar más rápido. Por un segundo creí que tenía razón, porque cuando nos ubicamos, al fondo, ya nadie murmuraba ni decía nada. Alain entraba en la cafetería, con una libreta entre las manos, leyendo algo en ella, y avanzaba casi en automático hacia donde estábamos nosotros.

Asumí que nadie diría nada porque, ¿quién era capaz de intentar siquiera ofender al grandísimo ayudante del líder?

Pero hubo alguien. No fue un grito directo, como habían hecho con nosotros, sino un comentario ponzoñoso y malintencionado que rebotó en el silencio y ascendió como espuma: «él es el peor de todos. ¿Qué más podíamos esperar? ¡Es un uno!». Alain, que parecía tener un oído super desarrollado, frunció el ceño y movió su cabeza en dirección al chico de instantes atrás. Una de sus espejas cejas negras se arqueó, petulante. No iba con Yerik, pero no lo necesitaba para lucir peligroso; Alain era de esos tipos que inspiraban fuerza y masculinidad, sin embargo, si te acercabas demasiado, su belleza podría causarte repelús.

Lev bufó, Mak se golpeó la frente y Flora se echó hacia atrás en la silla. Cada uno de ellos parecía saber qué era lo que iba a hacer Alain con ese pobre sujeto, y no mostraban intención alguna de frenarlo. Con precaución, me levanté, fingiendo que iba tirar un envase de jugo a la basura, y caminé calmadamente entre las mesas. Nadie reparó en mí, porque estaban demasiado absortos en el pelinegro, que ya se encontraba frente a la mesa del chico, y sonreía. Sus dientes blanquísimos tenían un brillo perturbador.

—Huh… perdona, ¿quién eres? —inquirió Alain, con su voz potente.

—C-Calvin —respondió él, sorprendido de que Alain le estuviese hablando como si nada, cuando todos habíamos escuchado atentamente su comentario.

—¡Calvin! —exclamó el pelinegro, ampliando su sonrisa—. Entonces, cuéntame, Calvin —pidió, sentándose en la mesa del muchacho, justo en la silla que le quedaba en frente—. Siento mucho interés por entender tu desagrado hacia mí.

—¡N-no! —se apresuró a negar él—. ¡No deseaba decir eso! ¡No existe ningún desagrado!

Alain elevó una ceja, su rostro expresó una sorpresa tan falsa que me provocó una molestia aguda. Aplasté el envase vacío de jugo.

—¡Oh! —siguió, con tono decepcionado; como si hubiese estado esperando una confirmación directa—. ¿Entonces no piensas que soy el peor de todos? —indagó—. Aunque, me gustaría saber de quiénes hablabas exactamente, porque, entre tú y yo —se inclinó; mechones de cabello oscuro desplomándose sobre su frente—, no entiendo un carajo.

—Me refería a…

—¿Qué quieren que les mostremos? —interrumpió, como si supiese que lo que el sujeto diría no era más que una excusa, mientras señalaba la pared pintada—. Siéntete libre de ser sincero, Calvin. Aprecio eso.

Calvin balbuceó una frase incomprensible.

—Q-quieren saber cómo pueden ser capaces de utilizar sus habilidades —respondió, trémulo—. Los únicos que consiguen hacerlo son ustedes… y ella —un tembloroso dedo señaló en mi dirección, e instantes después cada par de ojos en la sala se clavó en mí de forma acusadora.

Sentí las dagas en cada parte de mi cuerpo, voluptuoso y pequeño. Algunos seguían murmurando, y otros me observaban tan atentamente que a duras penas parpadeaban. Derrotada, lancé el envase al basurero junto a mí, con una expresión de hastío. Alain estaba mirándome, aquellos orbes fríos y apáticos parecían exigirme, pero ¿qué? ¿quería que dijera algo?

Carraspeé, armándome de valor y avanzando en dirección a la mesa del chico. No era consciente de qué iba a hacer, sin embargo, cada persona en la cafetería parecía esperar pacientemente mi reacción y, aunque la opción de huir resultaba tentadora, creí que no sería lo más apropiado. De modo que, ocultando toda la inseguridad que burbujeaba en mis entrañas, me detuve frente a ellos, casual, y observé con detenimiento al muchacho: de baja estatura, rechoncho, con carita de bebé y el auténtico horror grabado en sus irises.




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