Nota mental: A veces, el pasado no se limita a ser una página vuelta. A veces, se convierte en una sombra que nunca deja de seguirte.
Julián había aprendido a vivir con la incomodidad. Con el dolor. Con la falta de respuestas. Era algo que había venido a dominar su vida después del accidente. Pero lo que sentía ahora era algo más insidioso. Algo que nunca había experimentado: la sensación de ser observado.
Aquel martes por la mañana, todo parecía normal. El sol se filtraba a través de las persianas con la misma persistencia de siempre, el café estaba tibio, y la radio en la cocina emitía su monótono murmullo. Pero había algo en el aire, algo intangible que se sentía como un peso sobre sus hombros. Julián no podía evitar la sensación de que algo estaba mal. Muy mal.
Un mensaje inesperado
Mientras intentaba concentrarse en su rutina habitual, su teléfono vibró sobre la mesa. Un número desconocido. La sola visión de ese mensaje le hizo tensar la mandíbula. Ya conocía esa sensación. Esa extraña mezcla de curiosidad y temor que siempre lo invadía cuando veía esos números que no estaban en sus contactos.
Con un suspiro profundo, tomó el teléfono. Dudó durante un momento, como si abrir el mensaje significara aceptar algo que no quería enfrentar. Finalmente, deslizó el dedo por la pantalla.
"Aún la estás vigilando, ¿verdad?"
Era breve. Cortante. Pero lo golpeó con la fuerza de un martillo. Julián sintió cómo la presión se acumulaba en su pecho. Las palabras parecían hablarle directamente a su conciencia. Su mente comenzó a girar, cada vez más rápido, como un torbellino de preguntas sin respuesta. ¿Quién le estaba enviando esto? ¿Cómo sabían lo que sabían? ¿Qué querían de él?
El pasado vuelve a acechar
Él pensaba que lo peor había quedado atrás. Que el accidente, las heridas y las preguntas sin respuesta se habían quedado en el pasado. Pero ahora veía que no. El pasado no solo estaba presente; estaba acechando desde las sombras, recordándole que nunca se había ido del todo.
Dejó el teléfono sobre la mesa y comenzó a caminar en círculos por su sala. El eco de sus propios pasos resonaba en el apartamento vacío, aumentando la sensación de claustrofobia. Cada rincón del espacio que una vez consideró su refugio ahora le parecía hostil, desconocido. Nada era familiar, nada era seguro. Y todo por un mensaje de seis palabras.
Una visita inesperada
El sonido de la puerta al abrirse lo sacó de sus pensamientos. Giró sobre sus talones, con los nervios a flor de piel, solo para ver a Rubén, el portero del edificio, entrar sin permiso.
—Rubén —murmuró Julián, aliviado y, al mismo tiempo, irritado de ver una cara conocida.
Rubén era una presencia constante y algo intrusiva en su vida. Siempre aparecía en los momentos menos oportunos, con su actitud despreocupada y sus comentarios cargados de misterio. Para muchos, Rubén era solo el portero. Para Julián, era un confidente no deseado que a menudo parecía saber demasiado.
—¿Qué pasa, Julián? —preguntó Rubén, dejándose caer en el sofá sin esperar invitación—. Te ves más tenso que de costumbre. ¿Hay algo en el aire que no huelo?
Julián frunció el ceño. Siempre sentía que Rubén tenía una habilidad especial para leerlo. Como si supiera cosas que nadie más sabía.
—Estoy bien —respondió Julián, sin mucha convicción.
—Vamos, hombre, a mí no me engañas. Sé que hay algo rondándote. Lo veo en tus ojos. Esas sombras no vienen solas. —Rubén cruzó una pierna sobre la otra, con esa expresión tranquila que parecía diseñada para sacar de quicio a cualquiera.
—¿A qué te refieres? —dijo Julián, incapaz de ocultar su incomodidad.
Rubén lo miró directamente a los ojos, su sonrisa nunca alcanzando del todo los bordes de sus labios.
—No necesitas que te lo diga, Julián. Tú ya lo sabes. El pasado no se queda atrás. Siempre encuentra una manera de volver.
El eco del miedo
Las palabras de Rubén resonaron en la mente de Julián mucho después de que el portero se marchara. No podía apartar la sensación de que su vecino sabía más de lo que decía. Pero ahora no tenía tiempo para pensar en Rubén. El mensaje seguía quemando en su mente. “Aún la estás vigilando, ¿verdad?”
Decidió salir al balcón para despejarse. Necesitaba aire fresco. Algo que lo hiciera sentir que tenía control sobre su entorno, aunque fuera por un momento. Pero al mirar hacia el callejón, algo llamó su atención. Una sombra, un movimiento fugaz. Se tensó, tratando de discernir qué había visto. Su corazón comenzó a latir más rápido.
Sin pensarlo mucho, bajó las escaleras hacia el callejón. Quería saber qué había visto. Quería confirmar que no era solo su imaginación. Pero cuando llegó, no había nada. Solo el viento arrastrando hojas secas por el suelo. La frustración lo embargó.
Un giro inesperado
De regreso en su apartamento, su teléfono volvió a vibrar. Esta vez no era un mensaje. Era una llamada.
El mismo número.
El número que ya había aprendido a temer.
Julián dudó solo por un segundo antes de responder.
—¿Quién eres? —preguntó, tratando de mantener la calma.
La voz al otro lado de la línea no era la que esperaba. Era grave, distorsionada, y sin embargo, tenía algo inquietantemente familiar.
—¿Aún la estás vigilando, Julián? —dijo la voz, burlona. Y luego, colgó.
Julián se quedó inmóvil, con el teléfono aún en la mano. El frío que recorrió su espalda no era solo por el miedo. Era algo más profundo. Era la certeza de que algo estaba por suceder. Algo que no podría controlar.