La tarde se estiraba como un chicle pegado al asfalto mientras Sofía miraba la pantalla de su ordenador, completamente estancada en la tarea de ilustrar el nuevo proyecto de Manuel. Su escritorio era un caos: bocetos a medio terminar, tazas de café olvidadas y lápices desparramados como soldados caídos. La sensación de frustración se apoderaba de ella. Era como si las líneas no quisieran cooperar, como si el universo entero se hubiera confabulado para que ese día fuera particularmente improductivo.
—¡Maldito Manuel! —masculló, apretando los dientes mientras deslizaba el ratón con furia. Su computadora no tenía la culpa, pero eso no impedía que le lanzara miradas asesinas.
De repente, su teléfono vibró. Sofía, aún sumida en su mal humor, lo tomó con desgano. Pero al ver el nombre que aparecía en la pantalla, su expresión cambió. Julián. Siempre tenía la capacidad de desconcertarla con sus mensajes, que a menudo oscilaban entre lo cómico y lo desconcertante.
Julián:
"Hoy, he encontrado algo mejor que los cafés. Son las conversaciones contigo. Y no, no es una invitación a que vengas a rescatarme, aunque me vendría bien."
Sofía levantó una ceja. ¿Conversaciones mejor que el café? ¿Y quién necesitaba ser rescatado? Leyó el mensaje dos veces, preguntándose por qué Julián tenía esa habilidad especial de desconcertarla y hacerla sonreír al mismo tiempo.
—Este hombre… —murmuró, sin poder evitar que una pequeña sonrisa se formara en sus labios.
Con una mezcla de curiosidad y diversión, respondió:
Sofía:
"A ver si te vas acostumbrando a las mejores cosas. Yo solo paso por aquí."
No esperaba que Julián respondiera tan rápido, pero casi de inmediato el teléfono vibró nuevamente.
Julián:
"Me acabo de dar cuenta de que no sé si eres un respiro o una tormenta. Tal vez ambas cosas a la vez. Te espero para una charla profunda en el café de siempre, si no te asusta la idea."
Sofía dejó caer el teléfono sobre la mesa. ¿Un respiro o una tormenta? ¿Qué clase de poesía barata era esa? Pero al mismo tiempo, sentía una punzada de nervios en el estómago. ¿Por qué tenía que ser tan complicado?
Nota mental: "Solo es un café. No lo conviertas en una tragedia griega."
Después de dudar un par de minutos más, se levantó y tomó sus cosas. Tal vez una charla con Julián sería justo lo que necesitaba para desconectar del estrés. Aunque, siendo Julián, desconectar probablemente significaba meterse en alguna conversación absurda.
Más tarde, el sol comenzaba a bajar mientras Sofía caminaba por el parque en dirección al café. A cada paso, sus pensamientos daban vueltas. ¿Qué me está pasando? ¿Por qué me siento tan inquieta por un simple encuentro? Intentó distraerse con el paisaje: niños jugando, ciclistas pasando con prisa, el aire fresco de la tarde. Pero ni siquiera eso lograba acallar la maraña de preguntas en su cabeza.
Cuando llegó al café, lo vio de inmediato. Julián estaba sentado en una de las mesas junto a la ventana. Parecía distraído, mirando por la ventana, con una taza de café en una mano y el teléfono en la otra. Había algo en su postura que transmitía una mezcla de cansancio y tranquilidad, como alguien que ha luchado contra el día pero ha encontrado un momento de calma.
Sofía se acercó con paso decidido y se sentó frente a él.
—¿Qué haces aquí en lugar de estar arruinando la vida de alguien más? —dijo, con un tono que mezclaba burla y curiosidad.
Julián levantó la vista. Una sonrisa traviesa cruzó su rostro.
—La verdad es que te estaba esperando. —Respondió con naturalidad, como si fuera la cosa más obvia del mundo. —Hoy eres lo más interesante en mi agenda.
¿Qué clase de respuesta era esa? Sofía no pudo evitar sentir que su corazón daba un pequeño salto. Pero no estaba dispuesta a mostrarse afectada.
—Ah, ¿sí? —respondió, cruzándose de brazos. —¿Y eso es lo que le dices a todas las chicas de tu agenda?
—No —dijo Julián, tomando un sorbo de café—. Solo a las que me hacen reír. Y tú, querida, eres un espectáculo de comedia ambulante.
Sofía arqueó una ceja.
—¿Me estás llamando payasa?
—No. —Julián fingió indignación. —Te estoy llamando artista multifacética. Una que sabe cómo sacar una sonrisa incluso cuando parece que quiere asesinar a alguien.
¿Qué se suponía que respondiera a eso? Sofía se limitó a sonreír con una mezcla de sarcasmo y diversión. Su relación con Julián siempre había sido así: una especie de duelo verbal, una batalla de ingenio donde ninguno de los dos quería mostrar debilidad. Pero hoy, por alguna razón, todo parecía un poco más… cargado.
Julián la miró fijamente, como si tratara de leer algo en su rostro. Esa mirada intensa la hizo sentir incómoda, pero no de la manera habitual. Había algo diferente en su expresión.
—Sofía —dijo de repente, inclinándose un poco hacia ella—. Hay algo en ti que es… interesante.
¿Interesante? ¿Qué clase de comentario era ese? Sofía sintió que su corazón comenzaba a acelerarse, pero no estaba dispuesta a que Julián lo notara.
—Oh, por favor —dijo, rodando los ojos—. Si esto es un intento de coqueteo, vas a tener que esforzarte más.
Julián sonrió, pero no respondió de inmediato. En cambio, se apoyó en la mesa y la miró con una seriedad que no le había visto antes.
—No es coqueteo —dijo finalmente—. Es una observación. Solo quería decirte que… no tienes que estar siempre a la defensiva. No contigo misma, al menos.
Sofía parpadeó, sorprendida por el giro de la conversación. ¿A qué se refería? Antes de que pudiera responder, él se echó hacia atrás, rompiendo la tensión.
—Pero no me hagas caso —dijo con una sonrisa—. ¿Vamos a hablar de algo más ligero o seguimos poniéndonos profundos?