Caos de Sofía

Capítulo 11: La carta, el bar y el malentendido

La carta llegó temprano, como una broma de mal gusto en un día que prometía ser tranquilo. Era pequeña y simple, casi frágil al tacto, pero tenía un aire de conspiración que no podía ignorar. La dirección, escrita con precisión casi obsesiva, me decía que me dirigiera al Café Dante a las 7:00 p.m. No había remitente, no había explicación, solo ese mensaje que parecía un imán para la curiosidad y el desastre.

Al principio, dudé. ¿Quién envía una carta anónima a estas alturas? Y peor aún, ¿quién la recibe y decide seguir las instrucciones? Spoiler: yo.

Porque si algo me ha enseñado la vida, es que los misterios no resueltos solo terminan royendo tu tranquilidad desde dentro. Así que, armada con una mezcla de nervios y determinación, a las 7:00 p.m. estaba sentada en una esquina del Café Dante. El lugar tenía un aire nostálgico: madera desgastada, lámparas bajas, y el murmullo constante de conversaciones ajenas que llenaban el espacio como una banda sonora improvisada.

Y entonces lo vi. Julián.

No estaba solo. Frente a él había una mujer. De inmediato supe que no era una presencia casual. No, no era una prima perdida ni una compañera de trabajo aburrida. Era alguien que sonreía de manera que el mundo parecía detenerse a su alrededor. Esa sonrisa… ¿Cómo lo explico? Hacía que el café más amargo se convirtiera en miel.

Nota mental: Bien, Sofía, calma. Solo es una mujer. No significa nada. Claro, solo una mujer que parece hacer que Julián olvide que el resto del mundo existe.

Pero ellos se reían. Se reían de verdad. Él con esa risa que parecía llenar el espacio de una calidez que yo nunca había sentido al escucharlo. Era como si alguien hubiera cambiado las reglas del juego sin avisarme.

Mi estómago se retorció, y mi cabeza empezó a construir un discurso interno que iba desde lo racional hasta lo completamente irracional:

¿No me habías dicho que no tenías novia? ¿Quién es esta mujer? ¿Y por qué estás tan cómodo con ella?

Nota mental 2: Sofía, no hagas una escena. Solo respira.

Por supuesto, decidí ignorar mi propia nota mental. Me levanté rápidamente, como si tuviera una misión secreta. Mis pasos, aunque determinados, seguramente parecían los de una elefanta en patines. Intentaba acercarme sin parecer que estaba acechando, pero no sé si lo logré.

—¡Hola! —dije con una sonrisa que probablemente parecía más una mueca.

Julián me miró, sorprendido, y luego me devolvió esa sonrisa suya, relajada y sin preocupaciones.
—¡Sofía! —dijo, como si fuera la cosa más normal del mundo.

La mujer también me saludó, con un tono tan amable que mi cerebro automáticamente lo etiquetó como sospechoso.
—Hola —dijo, con una sonrisa suave.

Nota mental 3: ¿Es posible odiar una sonrisa sin conocer a la persona detrás de ella?

—¿Todo bien, Sofía? —preguntó Julián, como si estuviera completamente ajeno al pequeño tornado que se estaba formando en mi pecho.

—Claro, claro, todo bien. —Mentí. Mi sonrisa era tan sarcástica que podía haber ganado un concurso de sarcasmo. Pero él no parecía notarlo.

Lo peor no era la situación en sí. Lo peor era la forma en que mi mente no podía parar de cuestionar cada movimiento de Julián y cada expresión de esa mujer. Me senté con una sonrisa falsa y un aire de confianza que no tenía.

—¿No te molesta que me quede un rato? —pregunté, como si fuera lo más normal del mundo. Mi mente gritaba: ¡Claro que no es normal! ¡¿Qué estás haciendo?!

Julián, todavía desconcertado, asintió.
—Claro, Sofía, siéntate.

Nota mental 4: Buenísimo, ahora soy parte del espectáculo. La amiga entrometida que no puede soportar no ser el centro de atención.

La conversación continuó, aunque yo apenas la escuchaba. Mi cabeza seguía construyendo teorías sobre quién era esa mujer. Quizá era una amiga de la infancia. O tal vez una antigua colega. O… su novia.

Nota mental 5: No, no, no. No pienses así. Esto no es una telenovela. Julián es solo un vecino. Un vecino con una sonrisa malditamente encantadora y una risa que hace que la gente se detenga a escuchar.

Después de lo que parecieron siglos de tortura, tomé una decisión.
—Bueno, chicos, me voy. Qué gusto verlos. —Sonreí, me levanté y me fui tan rápido como pude sin parecer que huía.

Mientras caminaba de regreso a casa, mi mente no dejaba de darle vueltas a lo que había pasado. ¿Por qué me afectaba tanto? ¿Por qué no podía simplemente ignorar la situación? Al fin y al cabo, él podía hablar con quien quisiera.

Nota final: Sofía, tal vez, solo tal vez, estás empezando a caer por alguien que no deberías. Y ese alguien tiene una sonrisa que te deja sin respuestas.

Esa noche, mientras intentaba dibujar algo que no saliera tan torcido como mis pensamientos, decidí que, al menos por ahora, debía dejar de sobreanalizarlo todo. Pero claro, no lo hice. Porque si algo era evidente, es que este caos en mi cabeza apenas estaba comenzando.



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En el texto hay: vida real, comedia y amor, chiklit

Editado: 06.05.2025

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