Caos de Sofía

Capítulo 12: Una cita con Manuel y otros desastres

La vida nunca deja de sorprenderme. Cuando pensaba que todo estaba bastante complicado con Julián, aparecieron mis celos, esa horrible emoción que te hace tomar decisiones absurdas. Y ahí estaba yo, con la brillante idea de invitar a Manuel a una cita. Aunque, seamos sinceros, no lo hacía porque me gustara. No, señor. Lo hacía por puro despecho, porque si alguien iba a ser el centro de mi atención, tenía que ser yo. Y si eso significaba hacerle un favor a mi ego y darle una oportunidad a un cliente al que apenas conocía, pues… ¡que así fuera!

Nota mental: "No hay mejor motivación para salir con alguien que una buena dosis de celos irracionales."

Así que le envié un mensaje a Manuel. Fue un simple “¿Te gustaría salir conmigo a tomar algo? Te invito.” Nada muy elaborado. Lo que me asombró fue la rapidez con la que respondió. Diez minutos después, ya estábamos confirmando la cita. ¿Sabía él algo que yo no sabía? No podía evitar preguntármelo.

Cuando llegué al café, me encontré con Manuel sentado en una mesa, con una taza de café del tamaño de un balde. En cuanto me vio, levantó una mano con tanto entusiasmo que casi derrapó de la silla.

—¡Sofía! ¡Te estaba esperando! —gritó, ignorando que estábamos en un lugar público y no en un estadio de fútbol.

Nota mental: "Este hombre está más emocionado que yo viendo la final de la Champions."

Me senté frente a él y apenas pude soltar una palabra cuando ya estaba lanzando un monólogo sobre la “mágica experiencia” de estar en el café. Según Manuel, el café tenía “un sabor raro” y “energía mística” que lo estaba llenando de inspiración. No era solo café, no. Era una especie de brebaje celestial que, en sus palabras, “predecía el futuro”.

Yo intenté mantener la compostura. ¿Qué clase de cita era esta? Mi plan inicial era simple: pasar una noche tranquila, despejar mi mente de Julián, y tal vez disfrutar de un par de bromas con Manuel. Pero lo que estaba sucediendo frente a mí parecía más bien un espectáculo improvisado de comedia.

—Este café me está diciendo que hoy será un día… raro. ¡Perfecto para nosotros! —anunció Manuel, como si acabara de descubrir un portal a otra dimensión.

Me limité a asentir y sonreír, incapaz de decidir si estaba divertida o aterrorizada. La verdad, no podía negar que me estaba entreteniendo.

A medida que avanzaba la velada, Manuel empezó a soltarse. Con una energía desbordante, me contó cómo, según una anciana que conoció una vez, estaba destinado a hacer “grandes cosas”. Lo que siguió fue un relato completamente absurdo sobre cómo vendió aguacates en un mercado y pensó que era un “paso importante en su misión divina”.

Nota mental: "¿Por qué estoy aquí otra vez?"

Justo cuando pensaba que la situación no podía volverse más surrealista, Manuel se levantó de la mesa.
—¡Voy a pedir un vaso de agua! —gritó, señalando al camarero con el dedo, como si estuviera a punto de lanzar un hechizo.

El camarero lo miró con una mezcla de desconcierto y resignación, pero le llevó el vaso. Y ahí empezó el verdadero espectáculo. Manuel levantó el vaso como si fuera el Santo Grial, proclamando que tenía el poder de predecir el futuro con él. Luego, sin previo aviso, comenzó a usar el vaso como si fuera una guitarra eléctrica invisible, haciendo ruidos y fingiendo que estaba en un concierto.

—¡Soy un genio de la música! —anunció, sin preocuparse por el resto de los clientes que ahora lo observaban con curiosidad, y quizás un poco de alarma.

Intenté mantener la calma, aunque por dentro estaba a punto de explotar en carcajadas.
—Manuel, creo que deberías calmarte un poco. —dije, aunque sabía que era inútil. Ya había perdido todo control sobre la situación.

Y entonces llegó el clímax de la noche. Manuel, con la cuchara grande de sopa que había tomado de una mesa cercana, comenzó a cantar. Sí, a cantar. En pleno café, a voz en grito:

—¡Nooooo! ¡Mi corazón seguirá! —berreaba, mientras movía la cuchara como si fuera un micrófono, desafinando tanto que podía haberse ganado un premio por ello.

Nota mental: "¿Esto es una broma? ¿Es un episodio de cámara oculta?"

Los demás clientes se giraron para mirar el espectáculo, algunos con incredulidad, otros con risitas nerviosas. Yo me hundí en mi silla, deseando desaparecer. Pero Manuel no tenía intención de detenerse. Con movimientos dramáticos, giraba sobre sí mismo y señalaba al camarero, como si estuviera en una película de Bollywood.

Finalmente, cuando el camarero se acercó con cara de pocos amigos, intenté intervenir.
—Manuel, ya es suficiente. Creo que deberíamos irnos. —dije, levantándome y tirando de su brazo.

Pero Manuel, en su papel de rockstar improvisado, solo me miró y sonrió.
—Lo mejor de esta noche es que ahora soy una leyenda del karaoke. Nadie me lo va a quitar. —dijo, completamente convencido.

Apenas pude arrastrarlo fuera del café, disculpándome con el camarero y los demás clientes. Al salir, me apoyé en la pared del edificio, riendo y suspirando al mismo tiempo. ¿Cómo había terminado en semejante situación?

Mientras Manuel seguía cantando por lo bajo, desafinando con alegría, me di cuenta de algo importante: por más celos que tuviera de Julián, nunca, nunca debería volver a salir con Manuel.



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En el texto hay: vida real, comedia y amor, chiklit

Editado: 06.05.2025

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