Caos de Sofía

Capítulo 19: El casting para el novio falso

Después del café más tenso de mi existencia, mi madre se levantó del sofá con una elegancia teatral. Se sacudió las arrugas del pantalón como si estuviera preparándose para desfilar por la alfombra roja, y anunció con una mezcla de orgullo y resignación:
—Bueno, me voy. Tu tía Elsa me pidió quedarme unos días en su casa para ayudar con la decoración del cumpleaños. Dice que necesita mis “manos mágicas”. Lo que realmente quiere es que controle a su marido para que no contrate mariachis otra vez.
—¿Te vas? —pregunté, intentando disimular el alivio que me recorría como una ola. Pero en el fondo, esa sensación iba acompañada de un temor persistente, como si el aire se espesara de pronto.
—Sí —respondió, mirando a su alrededor como si inspeccionara el lugar por última vez—. Así que tranquila, tendrás la casa para ti y para tu misterioso Julianuel. Me muero por conocerlo el día del cumple. ¡Estoy tan emocionada de verlos juntos! —dijo con ojos brillosos y una voz digna de telenovela.
Aparentemente, mi madre había decidido que mi vida romántica era la trama principal de un drama familiar, y ahora estaba completamente inmersa en el papel de madre que por fin conoce al yerno ideal.
Yo asentí con la cabeza, intentando parecer una persona normal, mientras por dentro gritaba: “¡Dios mío, ayúdame, me inventé a Julianuel y ahora mi madre espera conocerlo!”
—Dale un beso de mi parte —dijo, tomando su bolso con un gesto calculado, como si estuviera en medio de un acto solemne—. Y dile que me encantará conocerlo. Que me fascina su nombre tan… ¿exótico? ¿Es francés? ¿O suena a mezcla de novela caribeña con místico guaraní?
Me quedé paralizada un segundo antes de forzar una sonrisa que, espero, no delatara mi caos interno.
—Es… único —respondí. ¿Qué más podía decir? “Su nombre lo inventé mientras mi cerebro colapsaba emocionalmente” no iba a sonar muy romántico.
—Perfecto. Entonces te dejo. Recuerda que tu tía es muy puntual. El almuerzo empieza a las dos, pero ella espera ver a “los tortolitos” a la una y media como mínimo. ¡Y no quiero sorpresas, eh! —me apuntó con el dedo, esa señal maternal que atraviesa generaciones.
—Ni una sorpresa. Todo bajo control —mentí como una profesional.
Y así, la puerta se cerró. Mi madre desapareció, dejando tras de sí una estela de expectativas imposibles. Ahora estaba sola. Sola con mi gato, mi taza de café frío y una mentira que, como si fuera un boleto de lotería perdido, ya tenía fecha de vencimiento: el cumpleaños de tía Elsa.
El silencio de la casa se sintió casi antinatural. Miré a Simón, que se desperezaba sobre el cojín del sillón, totalmente ajeno a mis problemas. Si los gatos pudieran opinar, estoy segura de que él habría dicho: “Sofía, eres un desastre”. Sus ojos amarillos me observaron con una indiferencia tan profunda que tuve que desviar la mirada.
Pero no tuve mucho tiempo para reflexionar sobre mi desesperación. Diez minutos después, como si el universo estuviera decidido a no darme tregua, llegó Cata. Llevaba una bolsa de croissants en una mano y la cara de “sé que estás metida en una estupidez” grabada en cada línea de su expresión.
Ni siquiera me dejó tiempo para saludar. En cuanto abrió la puerta, grité:
—¡Necesito que me ayudes a elegir un novio de mentira!
Cata levantó una ceja, dejó la bolsa de croissants sobre la mesa y cruzó los brazos, disfrutando del momento.
—Ah, ¿otra vez? Pensé que esta vez el problema era que habías contratado a un doble para ti —respondió con una sonrisa burlona.
—Cata, es en serio. Mi madre está convencida de que Julianuel es real y lo espera en el cumpleaños de mi tía. ¡No puedo ir sola! ¡Se reirían de mí hasta el final de los tiempos!
—A ver, a ver —dijo, señalándome con un croissant a medio morder—. ¿Quién demonios es Julianuel?
—Nadie. Lo inventé. Es un nombre falso.
—¿Julianuel? ¿En serio? —rió—. Suena a licor caro o a colonia para hombres.
—No me importa cómo suene. Lo importante es que tengo que presentar a alguien.
—Entonces… ¿vas a contratar a un actor? ¿Pedirle ayuda a alguien? ¿Convencer a Manuel de que se disfrace de persona seria por un día?
—No lo sé. Por eso estás aquí.
Cata suspiró y se dejó caer en el sofá, sacando su libreta (sí, una libreta real, porque ella siempre viene preparada para estos casos). Yo me senté junto a ella con mi agenda de dibujo reconvertida en un improvisado plan de batalla. Simón, por supuesto, decidió acostarse sobre la hoja más limpia que tenía, como si supiera que yo iba a necesitarla.
—Bien —empezó Cata, dando una palmada con seriedad falsa—. Empecemos.
—Sí. Esto es importante. Esto es como elegir al protagonista de mi vida, pero solo para una función. Como un actor suplente en obra de colegio.
—Con la diferencia de que si lo hace mal, tu madre va a sospechar que estás sola, fracasada y comiendo sopa en tazas con gatos.
—¡Eso ya pasa! ¡Por eso miento!
Así comenzó el análisis. Un casting mental que involucraba a los dos únicos hombres disponibles: Julián, el vecino imposible, y Manuel, el cliente cantante.
Cata se inclinó hacia mí, abriendo la libreta y señalando con el bolígrafo:
—A ver… Julián es alto, tiene ese pelo rebelde de “no me peino pero igual soy atractivo”, y siempre huele a café tostado con trauma.
—Además, es el tipo de hombre que cuando dice “déjame ayudarte con eso”, tú le das todo: el bolso, las llaves, el corazón, el historial médico…
—Total.
—Y cocina.
—¿Y viste sus manos? Son como… de esas que arreglan cosas y luego te acarician el alma sin querer.
Suspiramos al unísono, como si estuviéramos hablando del protagonista de una novela romántica en lugar de mi vecino con seriedad crónica.
—Pero… —dijo Cata, rompiendo la fantasía—. ¿Crees que él aceptaría?
—¿Aceptaría qué?
—Mentirle a toda tu familia.
—No lo sé. Quizás lo hace por lástima.
—¿Lástima? Sofía, te tengo que regalar un poco de autoestima en tu cumpleaños.
—Si no lo hace por lástima, lo hace por los croissants.
Cata me miró con una expresión entre divertida y preocupada.
—Puntos en contra:



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En el texto hay: vida real, comedia y amor, chiklit

Editado: 23.05.2025

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