Caos de Sofía

Capítulo 20: La gran decisión (¿o no tanto?)

La mañana amaneció con niebla. Literal y emocional. Cuando abrí la ventana, esperaba una inspiración divina que, como siempre, no llegó. En su lugar, entró el viento húmedo que, lejos de despejar mis dudas, solo logró que el cabello se me pegara a la cara y que las cortinas se movieran de forma casi amenazante. Parecía una señal de que el universo estaba tan confuso como yo.
Miré el móvil, algo que nunca debo hacer antes del café. Ahí estaba. Otro mensaje de mi tía Elsa, el sexto del día. El menú del cumpleaños estaba confirmado, la ubicación exacta del salón, las flores, el color de los manteles... Todo acompañado de una nota final que decía:
"Espero con ansias conocer a Julianuel, ese nombre ya es famoso entre mis amigas."
Fantástico. Ahora no solo me había metido en una mentira enorme, sino que mi novio imaginario tenía un club de fans. ¿Cómo había llegado a esto? ¿Por qué no inventé algo más sencillo? ¿Un novio en el extranjero? ¿Un marido astronauta? Pero no. Mi mente decidió crear a Julianuel, ese hombre inexistente con nombre de colonia francesa.
Me senté frente al café con leche, en busca de claridad. Observé la taza como si tuviera algún tipo de respuesta secreta en el fondo. Por supuesto, no me dijo nada. Solo me devolvió mi propio reflejo, con las ojeras bien marcadas y el gesto de “estoy a punto de explotar”.
En ese momento, como un huracán anunciándose con tambores, llegó Cata. Entró sin saludar, cerró la puerta con el pie y dejó caer una bolsa de churros sobre la mesa. Su expresión no dejaba lugar a dudas: “¿Ya resolviste tu vida o seguimos en modo caos?”.
—Bueno, ¿y? —dijo, plantándose frente a mí, con las manos en las caderas.
—¿Y qué? —respondí, tratando de evitar la mirada inquisitiva.
—¿Quién será el elegido para representar al legendario Julianuel? ¿El vecino sexy o el trovador sin vergüenza?
—Ninguno. —Solté el tenedor que estaba usando para revolver la espuma del café como si fuera un arma defensiva.
—¿¿Cómo que ninguno?? —preguntó, escandalizada, como si acabara de anunciar que había renunciado a mi ciudadanía emocional.
—Voy sola. Ya está. Fin del teatro.
Cata me miró como si acabara de sugerir que el mundo dejara de girar.
—¿¡Qué!? ¡¿Vas a dejar a tu madre plantada con la expectativa de conocer al hombre con nombre de perfume francés y alma de playlist de amor?!
Suspiré.
—Le diré que está resfriado. Que se quedó en cama, que no quiere contagiar a nadie. Ya sabes... algo responsable, maduro, creíble.
—¿Creíble? —Cata arqueó una ceja—. ¡Tu madre cree que Julianuel es instructor de meditación y criador de gatos en su tiempo libre!
—Bueno, también le diré que está medicado y que está viendo documentales de historia para no deprimirse. ¿Contenta?
—¡NO! —Cata golpeó la mesa con la palma de la mano, haciendo que la bolsa de churros saltara—. ¡Eso no es una solución!
—¡Cata, no puedo elegir entre dos desastres y exponerlos frente a toda mi familia!
—Pero...
—¡Además, qué pasa si uno se entera del otro! ¿Y si ambos vienen? ¿Y si la tía Elsa les hace preguntas profundas sobre nuestra relación, tipo “¿cuál fue su primera película juntos”? ¿¡Y si Manuel responde ‘Shrek’ y Julián dice ‘El Padrino’!?
Cata me miró fijamente. Trató de parecer seria. No pudo.
—…¿Y si les gusta el mismo postre y se pelean por la última porción?
—¡Exacto! ¿Ves por qué no puedo llevar a ninguno?
Cata se rindió. Tomó un churro, lo mordió con rabia y murmuró con la boca llena:
—Está bien. Pero luego no te quejes cuando estés sola, rodeada de preguntas incómodas y recuerdos de tu mentira.
—Lo manejaré. Como siempre.
El día transcurrió entre pausas teatrales, miradas vacías a la ventana y constantes repasos mentales de posibles excusas. Esa tarde, decidí despejar mi mente bajando la basura. Porque no hay mejor terapia que enfrentarte a las bolsas goteantes y el aroma ligeramente sospechoso de los restos de la cena del día anterior.
Mientras bajaba al contenedor, iba hablando sola, como buena neurótica funcional:
—“Está con fiebre alta… tipo… 38... o 83, ya no sé”
—“Lo tiene todo: nariz tapada, tos sexy, y un poco de delirio místico”
—“Me dijo: ve tú, mi amor, tú brillas más sin mí”
Estaba tan concentrada en mis divagaciones que no lo vi venir. Doblé la esquina del pasillo, y ahí estaba.
Julián.
Saliendo de su departamento con una bolsa de pan y la mirada somnolienta, pero con ese maldito aire de “acabo de despertar y aún así luzco como un modelo de catálogo”.
—¿Hola? —dijo, levantando una ceja.
—Hola… —respondí, deseando que una grieta en el suelo me tragara.
—¿Todo bien? —preguntó, acercándose un poco más.
—Sí, sí, claro… solo... tirando la basura. Lo que siempre soñé en un viernes.
—Mmmm. —Él me observó, como si pudiera leer cada uno de mis pensamientos, como si supiera que estaba a punto de inventar algo ridículo.
Silencio incómodo.
Yo intenté decir algo coherente. Fracasé.
Él, con esa sonrisa ligera, ladeada, que dice “sé más de lo que crees”.
—¿Y tú? —pregunté, porque no quería parecer una estatua de cartón.
—¿Planes para el fin de semana?
—No muchos. Mi prima se fue, así que pensé en... desconectar. Leer. Cocinar. Tal vez hornear algo.
—Ahhh… —respondí, con un tono más alto del necesario—. Bueno, si quieres… desconectar, cocinar, leer... o socializar… hay un cumpleaños el domingo. Familiar. Muy formal. Con mucha tarta y preguntas incómodas. ¡Justo lo que uno desea para descansar!
Él rió.
—¿Estás invitándome?
Parpadeé. Mi cerebro tardó en procesar sus palabras.
—¿Qué? ¡No! O sea… sí. O sea... no realmente. Pero si quieres venir. No tienes que. Pero puedes. Si quieres. Pero no hace falta. A menos que tengas ganas. Pero…
—Sofía.
—¿Sí?
—Acepto.
...
No sé si fue el tono de su voz, la mirada directa o el hecho de que no tenía ya fuerzas para contradecirme a mí misma, pero asentí como una idiota.
—Genial. ¡Genial! Es este domingo. Mediodía. Pregúntame la dirección… después. O nunca. ¡JAJAJA! ¡Qué risa!
—Te escribo mañana —dijo, y me guiñó un ojo.
Un. Ojo.
Cuando entré a casa, me desplomé sobre el sillón.
Simón me miró desde su cojín con expresión de juicio.
Cata me escribió: “¿Cómo va tu día de soledad planificada?”
Y yo respondí: “Accidentalmente invité al vecino sexy al cumpleaños. Envíame una pala. O una torta. O ambas.”



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En el texto hay: vida real, comedia y amor, chiklit

Editado: 23.05.2025

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