Caos de Sofía

Capítulo 21: Cumpleaños, mentiras y cara de póker (Parte 2)

Estaba a punto de empezar la tercera ronda de excusas creativas para justificar la ausencia de Julianuel cuando lo vi.

Manuel.

Entrando al salón de fiestas como si fuera una alfombra roja. Camisa blanca arrugada como declaración de guerra a la plancha, flores rojas y amarillas que parecían haber sido robadas de un altar improvisado, y una sonrisa tan amplia que podía reflejarse en la tarta.

Me quedé paralizada.

Literalmente. Como estatua de cera de museo fallido. Mi madre lo vio primero. Luego la tía Elsa. Luego toda la mesa 3. Y así, como una ola lenta de muerte emocional, todos se fueron girando hacia él.

—¡Buenas! —gritó con entusiasmo—. ¿Dónde está mi amor?

...

Yo.

YO era el “mi amor”.

—¿Sofía? —preguntó mi madre.
—Sofía. —repitió mi tía, al borde de la lágrima emocional.
—¿Sofía? —dijo Clara con su celular listo para grabar el escándalo.

Y yo, apenas con aliento, respondí:

—Eh... hola... Manuel.

—¡Manuel? —repitieron varios al unísono, con eco emocional incluido.

—¡Digo… Julianuel! —gritó él, con total convicción, alzando las flores como si fueran un trofeo de guerra.

—¡Amor mío! Perdona por llegar tarde, se me cayó la floristería encima y el Uber se perdió. ¡Pero no podía perderme esta fiesta! —agregó, y sin que pudiera evitarlo, me abrazó. Delante de toda la familia.

Yo estaba tan tiesa que un violinista de la fiesta me habría usado como soporte de partitura.

FLASHBACK — 24 horas antes

—¿Y si no va ninguno? —le pregunté a Cata, aún con restos de glaseado en la cara.

—Entonces estás condenada a tres horas de interrogatorio familiar con vino barato —respondió sin inmutarse.

—Y si va Julián... puede ser incómodo. Si va Manuel... puede ser caótico.

—¿Y si... van los dos? —sugirió con una sonrisa perversa.

—¡CATA!

—Bromita. Obvio no haría eso —dijo.

Mentira.

Esa noche, mientras yo trataba de dormir, Cata le envió un mensaje a Manuel que decía:

“Sofía está muy nerviosa por el cumple familiar, y aunque no te lo pide, sé que en el fondo quiere que vayas. Le haría muy feliz. Llega antes del almuerzo y sorpréndela. No le digas que te dije esto. Confío en ti.”

El mensaje terminó con un emoji de unicornio.

Esa fue toda la cadena de eventos que nos trajo a esto.

Fin del flashback.

—¿Pero tú no estabas enfermo? —preguntó mi madre, acercándose con una sonrisa extraña, mezcla de ternura y duda existencial.

—¡Sí! Pero me recuperé por amor. Nada como las endorfinas de la pasión para curar una gripe —respondió Manuel, con total aplomo.

Mi tía Elsa sollozó. Literalmente. Se limpió una lágrima con una servilleta decorada con su propia cara y murmuró:

—Esto es mejor que mi novela turca de las 7.

Yo estaba tan roja que podía camuflarme con una caja de tomates.

Y justo cuando pensé que no podía empeorar...

—¿Julianuel? —llamó alguien desde la entrada.
—¿Eh?

Me giré. Todos se giraron. Hasta el camarero se giró.

Era Julián.

Pelo peinado, camisa azul oscuro, ramo discreto de flores silvestres. Nada estrambótico. Nada teatral. Solo... él. En su versión “venía a apoyar a mi vecina pero ahora parezco extra en un drama de Netflix”.

Me quedé congelada.
Él me miró.
Me miró a mí... abrazada por Manuel, que todavía tenía las flores de altar y cara de “estoy ganando”.

—Hola —dijo Julián, con una sonrisa suave y confusa.

—¡Amor! —gritó mi madre otra vez, dando una palmada.

—¿Otro? —susurró Clara mientras grababa en modo ninja.

—¿Tú... tú también viniste? —balbuceé.

—Sí... me dijiste que era hoy. Que me haría bien. Pensé que necesitabas apoyo. Y... bueno, traje esto —alzó el ramo, torpemente.

—¡QUÉ HERMOSO! —gritó la tía Elsa—. ¿También es para Sofía?

Manuel frunció el ceño.

—¿También?

Y entonces empezó.

—¿Quién es este? —preguntó Julián, mirándome.
—¿Quién es este? —preguntó Manuel, señalándolo.
—¡YO SOY EL NOVIO! —gritaron los dos, al mismo tiempo.

Silencio.

Se escuchó un cubierto caer al piso.
Mi abuela se santiguó.
Una niña gritó “¡me gusta este episodio!”
Y Clara susurró: “esto va directo a TikTok”.

Mi madre se sentó lentamente. La tía Elsa respiró hondo. Y yo…

Yo solo quería fundirme con la silla.

—¡¿Alguien puede explicarme qué está pasando?! —dijo mi madre.

—¡YO PUEDO! —gritó Manuel.

—No, yo puedo —dijo Julián, con voz grave y resignada.

—NO, YO —intervine, levantando las manos como si fuera a detener un accidente múltiple.

Pero ya era tarde.

La fiesta había estallado.
Las flores se mezclaban.
Las versiones se cruzaban.
Los ojos me apuntaban como si fuera la reina del caos emocional.
Y lo peor es que...

Aún no había servido la tarta.

—Sofía, mi amor, no seas tímida —dijo mi madre, dándome una palmadita en la espalda como si me estuviera empujando a una piscina sin agua—. Que se sienten los dos. Así los conocemos mejor. ¿No es una maravilla que te hayan acompañado?

Yo pestañeé. Dos veces. Intenté hablar. No salieron palabras, solo un sonido como de gato que tose pelusa.

Y así, por obra y gracia del universo conspirador, Julián se sentó a mi derecha y Manuel a mi izquierda. Como si fueran los angelitos (y demonios) de dibujos animados. Pero sin moral clara.

Mi madre, feliz, levantó la copa.

—¡Por Sofía y su… Julianuel! —brindó, sin notar que tenía a dos hombres distintos alzando la copa al mismo tiempo y ninguno corrigiéndola.

Yo tragué saliva. Más por nervios que por vino.

—Entonces… —dijo Julián, con una sonrisa amable—. ¿Tú eres… Manuel?

—Así es —respondió Manuel, orgulloso—. El Manuel que canta, que ilustra, que enamora.



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En el texto hay: vida real, comedia y amor, chiklit

Editado: 23.05.2025

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