Caos de Sofía

Capítulo 25: Entre la dignidad y el alquiler… ganó el alquiler

Una vez escuché a una escritora decir que la adultez era eso que empieza cuando dejás de preguntarte si alguien te ama y empezás a preguntarte si podés pagar el alquiler.
Ese día llegó. Con toda su gloria y sin anestesia.

Había elegido mis zapatos.
Me había arreglado el pelo con esmero.
Tenía mi mejor labial puesto, uno que costaba lo mismo que una cena (económica) pero que te hacía sentir como si hubieras salido de una comedia romántica francesa.
Y estaba a punto de salir de casa para encontrarme con Julián —con quien, por cierto, ya habíamos superado cartas anónimas, cumpleaños caóticos y una pelea por cucharones—, cuando abrí la puerta y me lo encontré.

Rubén.
El conserje.
El hombre que parece haber sido contratado directamente por el FBI para vigilar la vida emocional de los vecinos.

Tenía la cara de alguien que venía a decirte que tu gato destruyó el jardín del consorcio o que habías dejado el gas abierto por error.

Pero no.
Esta vez, era peor.

—Sofía, necesito hablar con vos un momento.

—¿Puede ser después? Estoy por salir...

—Será rápido. No es algo que pueda esperar.

Y con esa frase, ya sabía que venía un problema del tipo: “se te está quemando la vida, pero con una sonrisa”.

—La administración me pidió que te recuerde... que estás atrasada con el alquiler.

Tragué saliva.

—Sí, lo sé. Pero no me he olvidado. Estoy haciendo cuentas, tengo unos encargos pendientes. Lo voy a solucionar esta semana.

—Sofía... son casi tres meses. Y ya están empezando a poner presión. No es personal. Pero si no hay pago o acuerdo antes del fin de semana, se inicia proceso de desalojo.

—¿Desalojo? ¡¿Tan así?!

—Yo no hago las reglas. Solo paso el mensaje.

—¿Y también me vas a ofrecer cajas para empacar?

—No, pero puedo darte bolsas negras de consorcio. Son resistentes.

—Gracias. Me reconforta saber que, si me quedo en la calle, al menos mis cosas estarán bien embaladas.

Rubén suspiró.

—Mirá, te tengo cariño. Sé que sos buena gente. Pero no puedo cubrirte más. Si no pagás, el lunes me obligan a poner el aviso de "unidad vacía". Y ya sabés cómo son acá con las formalidades...

—¿Me van a sellar la puerta como si fuera escena de crimen?

—Con cinta naranja. De esa fosforescente. Tipo “ATENCIÓN, ESTA PERSONA FALLÓ COMO ADULTA”.

—Perfecto.

Rubén me dio una palmada en el hombro.

—Perdón. Yo solo soy el mensajero.

Y se fue, dejando tras de sí una nube de culpa, vergüenza y ese aroma a pánico económico que solo los recibos impagos pueden provocar.

Volví a entrar a casa. Cerré la puerta. Me apoyé contra ella. Respiré hondo.

Simón me miró desde la silla con la misma expresión que tendría un gato japonés de la suerte si supiera que su dueña está a punto de perderlo todo.

—No me mires así, vos tampoco pagás alquiler —le dije.

El celular vibró. Esperaba que fuera Julián con algo tierno.

No.

Era la alarma de mi app de banco. Me decía que tenía exactamente lo suficiente como para comprar cinco cafés y medio... o pagar el gas y vivir a pan tostado hasta fin de mes.

Tomé el teléfono. Y marqué el número que sé que jamás debería marcar en estado de necesidad: Cata.

—¡Sofía! —atendió con tono chispeante—. ¿Qué pasa? ¿Julián te propuso matrimonio? ¿Manuel se tatuó tu cara? ¿Tu madre se enteró que Julianuel es un mito?

—Estoy por quedarme sin departamento.

—¿¿QUÉ??

—Rubén acaba de darme el aviso oficial. Si no pago el alquiler antes del finde, me echan. Literal.

—Pero... ¡¿cómo pasó eso?! ¡Pensé que habías cobrado hace poco!

—Cobramos distinto. La mitad de los encargos están congelados. El cliente nuevo que estaba por firmar me canceló por un “replanteo de prioridades”. Y lo poco que tengo se va en sobrevivir con dignidad y croquetas de Simón.

—Ay, Sofi...

—¿Tenés algo? Lo que sea. Te lo devuelvo ni bien cobre. Palabra de mujer desesperada.

Silencio.

—¿Cata?

—Estoy viendo mi cuenta... y... ¡ay! Justo hice un pago grande.

—¿Qué cosa?

—Un curso. De tarot. Para animales domésticos.

—...

—¡En mi defensa! Estaba con descuento y ofrecían certificado digital y PDF con símbolos felinos.

—¿No tenías un PDF con eso de antes?

—¡Este venía con bono extra de lectura para gatos con traumas de abandono!

—¡YO estoy siendo abandonada por el sistema y vos estás entrenando para leerle el destino a mi gato!

—¡Lo sé! ¡Soy una pésima amiga espiritual y financiera!

Me reí. Porque ya estaba al borde de reír o romperme.

—No pasa nada. Gracias igual.

—¿Y qué vas a hacer?

—No lo sé. Pero tengo que pensar rápido.

Colgué. Me quedé mirando el teléfono.
Un silencio denso me rodeó. Solo el zumbido del refrigerador y los pensamientos como tormenta en mi cabeza.

Tenía una cita en 45 minutos.
Una cita con alguien que estaba empezando a gustarme más de lo que me permitía admitir.
Una cita que había esperado por días.

Y también tenía un mensaje guardado.

El de Manuel.

"Si querés conservar el trabajo, solo tenés que fingir que seguimos juntos. Unos días. Nada más."

Volví a leerlo.
Una. Dos. Tres veces.
Cada palabra era un pequeño golpe a mi dignidad.
Pero el número de mi cuenta bancaria era un gancho al hígado.

Volví a mirar el espejo.
Tenía buena cara.
Buen outfit.
Y una necesidad desesperada de no quedarme sin casa ni trabajo.

Abrí el chat con Manuel.
Mis dedos temblaban.
Pero escribí.

De acuerdo. Pero solo por unos días.
Nada más.
No te aproveches.

Tres puntos. Envío.

Él respondió en menos de diez segundos.

Sabía que serías razonable. Gracias, Sofía. Vas a ver que todo va a salir perfecto.



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En el texto hay: vida real, comedia y amor, chiklit

Editado: 23.05.2025

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