Caos de Sofía

Capítulo 28: Pastel de despecho (con relleno de caos)

Cuando llegué al edificio, todavía con el pelo húmedo después de una ducha exprés post-sopa, lo último que imaginaba era encontrar a Julián en la azotea del edificio, completamente borracho, proclamando su decepción como si fuera el protagonista de una telenovela de repostería vengativa. Y mucho menos esperaba ver, junto a él, una tarta de tres pisos en forma de mujer… claramente yo.

Tenía mi peinado, mis curvas (exageradas, gracias por nada) y en el centro, con glasé rosa y estilo dramático, estaba escrito mi nombre: SOFÍA.

Cata estaba en la vereda de enfrente, con un paquete de palomitas y grabando con su móvil como si fuera una reportera en pleno apocalipsis emocional.

—¡Dile algo! ¡Haz que baje! ¡Está a punto de lanzar a la Sofía de bizcocho desde el techo!

—¿Qué le digo? ¿¡Que no lo tome tan a pecho!?

—¡O que no lo lance literal!

Levanté la vista. Julián tambaleaba con una copa vacía en una mano y una espátula en la otra, vestido con su delantal de cocina y completamente descompuesto. Parecía un Romeo despechado que planeaba matar a Julieta con crema pastelera.

—¡Julián! —grité desde la calle—. ¡No es lo que crees!

—¡Sí lo es! ¡Te vi con ese tipo! ¡Abrazados! ¡Con flores! ¡Subiendo a su coche como si fueran a una luna de miel low cost!

—¡No! ¡Manuel me estaba chantajeando! ¡Tuve que fingir esa cita o perdía mi trabajo! ¡No tiene nada que ver contigo!

Silencio.

—¿Qué?

—¡Lo hice por necesidad, no porque me guste! ¡Tú eres el único que me importa!

Julián bajó la copa. La espátula también. El aire se volvió denso.

—¿Entonces... no estás enamorada de él?

—¡Claro que no! ¡Eres tú! Eres tú el que me gusta. Con tus cejas caídas y tus tartas ridículas. ¡Tú y tus benditos panes de ajo!

—¡Me estás gritando que me amas!

—¡Porque no hay otra forma de que lo entiendas!

—¡Y tú me mentiste con tofu vencido!

—¡Porque no sabía cómo explicarte que estaba obligada a estar con alguien que me da asco! ¡Y me dio miedo perderte!

Desde abajo, Cata levantó un cartel improvisado con una cartulina que decía: "¡YA BÉSENSE, MALDITOS!"

Julián bajó la mirada y, por primera vez, sonrió.

—¿Quieres que baje?

—Por favor. Solo no mueras en el intento.

Julián dio un paso hacia atrás para bajar por la escalera… y tropezó.

Y entonces, como si el universo hubiera estado esperando exactamente ese momento: la tarta cayó.

Entera.

Yo, con los brazos abiertos, dispuesta a recibirlo con un abrazo heroico, no vi venir la tormenta de bizcochuelo, merengue y dulce de leche que se me venía encima.

En cuestión de segundos, tenía el pastel encima.
Desde los rizos de crema hasta la cereza que me golpeó justo en la frente.

Silencio.

Luego, un niño gritó:
—¡Es un milagro de azúcar!

Cata se tiró al suelo, riendo sin poder respirar. Yo, con una capa de chantilly sobre los hombros, solo miré al cielo y dije:

—Claramente, el universo no quiere que tengamos una conversación normal.

—¡¿Estás bien?! —gritó Julián desde arriba, asomándose por el borde.

—¿Tienes una servilleta? ¿O una manguera?

Minutos después, Julián bajó corriendo las escaleras, sin copa, sin espátula, pero con cara de arrepentimiento. Me encontró en la entrada del edificio, cubierta de pastel, dignidad derretida y un trozo de mi "cara de tarta" pegado al vestido.

—¿Puedes perdonarme? —preguntó con voz temblorosa.

—¿A ti? ¿Después de tirarme una tarta entera encima?

—Era por despecho. Pero tenía aroma a vainilla...

—Y sabor a humillación.

—No quería hacerte daño.

—Tarde.

—Pero te amo.

Me reí. Con toda la crema en la cara. Con la cereza en la frente. Con el glaseado chorreando por mi escote.

—¿Por qué me gustas tanto, idiota?

—Tal vez porque estamos igual de locos.

—O igual de dulces.

—¿Te invito a una cena de reconciliación?

—Solo si no termina otra vez con una tarta cayendo desde un techo.

—Prometido.

Nos abrazamos. Pegajosos. Azucarados. Ridículos. Reales.

Desde el fondo, Cata gritó:

—¡La mejor comedia romántica que he visto en años! ¡Y gratis!

Y yo, con el corazón ligero y el pelo empapado en mousse, supe que, a pesar del desastre, de los errores, de las tartas vengativas… me estaba enamorando de verdad.

Y esta vez, no pensaba huir.

Julián me abrazaba con fuerza, como si el azúcar que nos envolvía también pegara los pedazos de todo lo que habíamos roto con malentendidos, orgullos y chantajes laborales.

—Estás llena de crema —susurró.

—Gracias, detective pastelero. Creo que tengo chantilly en la oreja y dulce de leche en las pestañas.

—Y una cereza pegada en el cuello… espera, ¿esto es una cereza o una uva confitada?

—No sé, pero creo que forma parte de mi personalidad ahora. Ya no soy Sofía, soy Sofía al horno.

Él rió, bajó la mirada, y con un dedo me limpió la mejilla. Bueno, lo intentó. Más bien me esparció el glaseado como si fuera protector solar con sabor a vainilla.

—Lo siento por todo —dijo más serio, sin dejar de mirarme—. Por haber dudado, por haber reaccionado como un idiota. Por… haber hecho una tarta en tu honor.

—¿En mi honor? ¡Si me la tiraste encima!

—¡Fue accidental!

—¿Ah sí? ¿Y la parte en que le diste pechos de bizcocho talla 95?

—Eso fue culpa de la manga pastelera. Tenía voluntad propia.

Ambos reímos. Un poco por la escena absurda. Un poco por los nervios. Un poco porque después de todo el caos… habíamos llegado hasta ahí.

—¿Sabes qué es lo peor? —dije—. Que esta ha sido la cita más honesta que he tenido en años.

—Y probablemente la más calórica.

—Sí. Mi nutricionista va a desmayarse.

Hubo un silencio. Un momento que no era incómodo, sino tierno. Un segundo en el que sus ojos bajaron a mi boca, y mi cerebro, por una vez, no le gritó “huye”.



#184 en Otros
#83 en Humor
#618 en Novela romántica
#269 en Chick lit

En el texto hay: vida real, comedia y amor, chiklit

Editado: 28.05.2025

Añadir a la biblioteca


Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.