Caos de Sofía

Epílogo

La cocina estaba perfumada con ajo, romero y algo más que Sofía no supo identificar... ¿ilusión recién horneada?

Simón dormía en la encimera (de manera completamente antihigiénica, pero aprobada por todos), y la ventana abierta dejaba entrar el canto desafinado de algún vecino, probablemente el del tercero, que creía que cantar en la ducha lo convertía en Pavarotti.

Julián, con el delantal bien atado, revolvía una mezcla enérgicamente mientras tarareaba una melodía inventada.

—¿Eso es una canción real o estás improvisando?

—Improviso. Se llama “Bizcocho de la reconciliación”.

—¿Incluye ingredientes como “traumas superados” y “mentiras redimidas”?

—Y un toque de “tarta voladora no incluida”.

Sofía sonrió. Estaba en pijama, sin maquillaje, con harina en la nariz y el alma ligera. Miraba a Julián como quien ve llover después de un verano largo y seco.

—Oye —dijo mientras se acercaba por detrás y le rodeaba la cintura con los brazos—, ¿cuántas veces más vas a preparar pan de ajo esta semana?

—¿Hasta que dejes de fingir que no es tu debilidad?

—Jamás me verás rendida.

—Ríndete. Tengo más ajo que dignidad.

Se giró y le ofreció un trozo caliente, recién salido del horno. Sofía lo mordió sin pensarlo, quemándose ligeramente, como siempre, y soltando un gemido a medias entre dolor y éxtasis culinario.

—Vale. Está rico.

—Está glorioso. Admítelo.

—¡No voy a inflar más tu ego! Ya está a punto de explotar como esa masa mal fermentada que hiciste la semana pasada.

—Error técnico.

—Creció tanto que Simón creyó que era otro gato.

Ambos rieron.

Julián la miró en silencio por unos segundos. Tenía harina en el pelo, un trozo de cebolla pegado a la manga y los ojos brillando más que cualquier glaseado que haya preparado.

—¿Te imaginas que esto... sea siempre así?

—¿La harina por todos lados y el gato en la encimera?

—No, lo de nosotros. Cocinar juntos. Pelear por los cuchillos buenos. Burlarnos de las recetas. Inventarnos excusas para comernos las sobras. ¿Esto?

Sofía lo pensó por un segundo. Luego se encogió de hombros y respondió con una sonrisa:

—Solo si me prometes una cosa.

—La que sea.

—No más tartas en forma de mujer.
Ni lanzamientos desde azoteas.
Ni pasteles con mi cara.
Y nada que tenga glasé con mensaje pasivo-agresivo.

—Entonces lo nuestro no tendrá drama, pero sí postre.

—Y si tiene que haber drama, al menos que se pueda untar con chocolate.

Él se acercó, rozó su nariz con la de ella, y la besó como quien sabe exactamente dónde está su hogar. Lento. Cálido. Repetido. Tan sencillo y tan necesario como una buena receta.

Y mientras el pan seguía dorándose en el horno, Julián dijo, con un tono más bajo, casi un secreto:

—Te haré una tarta cada cumpleaños.
Pero sin escándalos.
Solo amor.

Sofía respondió abrazándolo por la cintura:

—Y yo te haré una ilustración cada año.
Solo tú y yo.
Y Simón, claro.
Aunque probablemente esté dormido encima.

En ese momento, no necesitaban más.

Porque cuando el amor sabe a pan caliente,
y se cocina a fuego lento…
el final feliz no se escribe.
Se sirve.

—¿Qué pasa? —preguntó él, ladeando la cabeza.

—Nada. Bueno… algo. O sea, no es grave. En realidad sí. O sea… no malo. O sí, dependiendo de cómo lo veas. Bueno, ¡ya sabes! —respondió Sofía, atropellada.

Julián levantó una ceja.

—¿Te comiste mi receta secreta de alfajores y no me vas a decir?

—Ojalá fuera eso —dijo ella, tragando saliva.

Sacó algo de su bolsillo. Lo colocó sobre la mesa.

Era una pequeña caja.

Julián la miró. La abrió lentamente.

Dentro, había una galleta decorada con glasé blanco.
Y escrito con letra imperfecta (claramente hecha por alguien con el pulso nervioso) decía:

“Próximo pan en el horno: en 8 meses.”

Silencio.
Simón estornudó.
Y luego volvió a dormirse.

Julián la miró. La galleta. Luego a ella.

—¿Estás…? ¿De verdad?

Sofía asintió.
—Sí. De verdad. Y esta vez no es una excusa para evitar una cita.

Julián no dijo nada durante cinco segundos eternos.
Luego se acercó, la abrazó como si temiera que pudiera esfumarse, y apoyó su frente contra la de ella.

—¿Puedo gritar de felicidad?

—Solo si no rompes más tartas.

Julián levantó el puño al cielo.

—¡Simón! ¡Vas a ser hermano mayor!

Simón respondió con un leve ronquido.

Julián miró a Sofía, todavía con la caja en la mano.

—¿Sabes qué significa esto?

—¿Que tenemos que aprender a cocinar papillas?

—No…
Significa que esta cocina...
ahora es oficialmente para tres.

Y mientras el pan seguía dorándose en el horno y la noche caía sobre la ciudad, Sofía se apoyó en su pecho y sonrió.

Porque esta vez, el futuro tenía aroma a familia.

Y a pan de ajo, claro.



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En el texto hay: vida real, comedia y amor, chiklit

Editado: 28.05.2025

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