Esa mañana, Sofía estaba más ocupada de lo normal. Decidida a limpiar y reorganizar su espacio, había apilado varias cajas de cartón con libros, ropa que ya no usaba y un par de misteriosos objetos que ni siquiera recordaba haber comprado. Se ajustó el moño de forma distraída, se puso las pantuflas y se paró frente a la puerta con la torre de cajas tambaleándose entre sus brazos.
“Muy bien, Simón,” murmuró mientras trataba de ver por encima de las cajas, “deseame suerte. Si sobrevivo a esto, merezco una pizza entera para mí sola.”
Simón la miró desde el sofá, con esa indiferencia felina que solía irritarla y reconfortarla a partes iguales. El gato bostezó y cerró los ojos, como diciendo: “Hazlo tú sola, humana.”
Sofía suspiró y se dirigió a la puerta, tratando de abrirla con el codo. La manija resistió.
“¿En serio? ¿Ahora?” masculló. Dio un empujón más fuerte con la cadera, pero la puerta ni se movió.
Justo en ese momento, Julián salió de su departamento. Llevaba una bolsa de papel con lo que parecía pan fresco y un suéter que, a pesar de ser viejo, le quedaba demasiado bien.
—¿Necesitas ayuda? —preguntó, deteniéndose a unos pasos de ella. La escena debía ser cómica: Sofía con las cajas casi cubriéndole la cara, empujando la puerta con la fuerza de un pingüino cansado.
—No, no, estoy bien —mintió ella, aunque cualquiera podría ver que estaba perdiendo la batalla contra una puerta aparentemente poseída. Dio otro empujón con la cadera y las cajas temblaron peligrosamente. Julián, por supuesto, no se movió.
—Vamos, déjame ayudarte. —Dejó la bolsa de pan en el suelo y se acercó. Sofía quiso protestar, pero antes de que pudiera articular una palabra, él ya estaba a su lado.
—Está bien —dijo finalmente, resoplando—. Pero solo empuja un poquito. Creo que se atascó con la alfombra o algo.
Ambos se posicionaron a un lado de la puerta. Sofía empujaba con la cadera, y Julián, más práctico, intentó mover el picaporte hacia arriba y hacia abajo. Nada.
—Esto es ridículo —se quejó ella, el sudor comenzando a acumularse en su frente—. Parece que alguien clavó esta puerta a propósito.
—Tal vez es un complot para evitar que te deshagas de estas cajas —sugirió él, sonriendo de lado.
—O un castigo del universo por acumular tanta porquería —respondió Sofía, empujando una vez más sin éxito. Las cajas se inclinaron y Julián tuvo que sujetarlas antes de que cayeran al suelo.
—Cuidado, que no me gustaría morir aplastado por… ¿qué tienes aquí? ¿Un set de pesas?
—Libros —replicó ella, con tono de obviedad—. No tengo tantas pesas. Y deja de quejarte, esto lo hago todos los días.
—Claro, y seguro todos los días la puerta te ataca también.
Ella iba a replicar, pero antes de que pudiera decir algo, Julián tomó el mando.
—Déjame probar algo. —Se colocó frente a la puerta y dio un empujón firme con el hombro. Nada.
—Lo mismo hice yo, ¿por qué iba a funcionarte? —dijo Sofía, cruzando los brazos, todavía con las cajas en equilibrio precario.
Julián levantó una ceja, ignoró su comentario y se inclinó para inspeccionar la cerradura. Trató de mover la manija de nuevo, luego la golpeó suavemente con el puño. La puerta ni se inmutó. Sofía, mientras tanto, empezó a pensar que probablemente estaban siendo grabados por alguna cámara oculta.
—¿Y si lo intentamos juntos? —sugirió él finalmente—. Tal vez con un empujón coordinado…
Sofía suspiró, se alineó junto a él y contó hasta tres. Ambos empujaron al mismo tiempo, pero la puerta seguía inmóvil.
—Perfecto. Ahora soy parte de una comedia de situación y nadie me avisó —refunfuñó, girándose para recargar su peso en la pared opuesta. Las cajas por poco y se le escurren de las manos, pero Julián las sostuvo justo a tiempo.
—Tal vez debamos llamar a un cerrajero —dijo él, fingiendo seriedad.
—Tal vez debamos incendiar todo el edificio —replicó ella, con el tono sarcástico más seco que pudo encontrar.
Y entonces, como si el universo quisiera burlarse de ellos, Simón apareció detrás de ellos. Caminó con su habitual aire de superioridad felina, se acercó a la puerta y la empujó ligeramente con su cabeza. La puerta se abrió con un sonido suave, como si jamás hubiera estado cerrada.
Julián y Sofía se quedaron en silencio, mirando al gato, luego a la puerta, y después entre ellos. Julián se cruzó de brazos.
—Bueno, parece que ya no necesitamos al cerrajero —dijo, claramente disfrutando del momento.
Sofía lo miró con los ojos entrecerrados. Luego, miró a Simón, que se estiraba perezosamente como si acabara de salvar el día. Al final, simplemente negó con la cabeza.
—Nunca viviré esto. Nunca.
Julián tomó las cajas de sus manos y las llevó al pasillo. Sofía se detuvo un momento para acariciar a Simón, que parecía tan ajeno a la escena que acababa de protagonizar. El gato la miró con sus grandes ojos verdes y maulló suavemente, como diciendo “Ya era hora.”
—Tienes suerte de que seas lindo —le dijo al gato, antes de levantarse y seguir a Julián al pasillo.
Y así, gracias a un felino con complejo de superhéroe, la batalla con la puerta quedó en el pasado. Pero no el recuerdo. Ese, por supuesto, Julián se aseguraría de mencionarlo cada vez que necesitara ganar una discusión o simplemente molestarla con una sonrisa burlona.