Todo comenzó inocentemente.
Era una tarde como cualquier otra: café, ilustraciones atrasadas, gato dormido encima del teclado y Julián en mi cocina, inclinado frente al horno, preparando su famosa lasaña “con extra de queso y trauma emocional”.
Yo… bueno, yo estaba mirando.
Juzgadme si queréis, pero nadie puede ignorar un buen trasero. Y ese trasero en particular estaba perfectamente enfocado en mis ojos, en mi alma… y en el lente de mi cámara.
Saqué el móvil. Clic. Instantánea. Pura perfección entre la estufa y la encimera.
Abrí WhatsApp.
Destino: Cata ❤️🍷🔥
Texto:
“¿¡ES LEGAL TENER ESE TRASERO FRENTE A UNA PERSONA FRÁGIL COMO YO!? Me va a dar un infarto hormonal. Míralo. MÍRALO.”
Adjunto: la foto en cuestión.
Toqué "Enviar". Satisfacción total.
Hasta que vi la notificación.
Grupo: FAMILIA (con mayúsculas)
Participantes: Mamá, tía Elsa, prima Clara, primo Andrés, abuelo Fernando, y... el padre Camilo (sí, el cura).
Silencio.
Parálisis.
Negación.
—No.
—No.
—No, no, NO, NO, NOOOOO.
Entré al chat como si estuviera entrando al mismísimo purgatorio. Ahí estaba. El mensaje. Brillando. Imposible de borrar porque TODOS lo habían leído.
Incluyendo mi madre, que respondió primero:
Mamá:
“¿Ese es el famoso Julianuel? 😳”
Tía Elsa:
“¡Con razón le pusiste ese nombre! ¡Yo también estaría frágil, querida!”
Clara (la abogada malvada):
“Acabo de hacerle zoom. Estoy evaluando demandarte por ataque visual.”
Padre Camilo:
“Voy a fingir que no vi nada. Rezaré por ti.”
Yo ya estaba en el suelo, envuelta en una manta de vergüenza y tragedia.
Y como si no fuera suficiente…
Andrés (el primo que siempre hace stickers):
“Listo.”
Stickers. Mi cara en estado de shock. Mi expresión de lujuria reprimida. Mi avatar, ahora convertido en meme familiar.
“Sofía viendo injusticias anatómicas”
“Cuando el pan de ajo no es lo único horneado”
“Frágil pero atrevida”
Quise morir. Pero estaba ocupada con un ataque de risa nerviosa.
Julián salió de la cocina con el delantal puesto, sin saber que su trasero se había hecho viral en un grupo familiar.
—¿Estás bien? Te oí gritar.
—Sí. Solo... metí la pata. Digitalmente. Con captura incluida.
—¿Qué hiciste?
—¿Te acuerdas cuando dijiste que deberíamos mantener las cosas privadas?
—Ajá...
—Bueno, no lo logré.
Le mostré el móvil. Su expresión fue una mezcla de horror, risa, incredulidad y resignación.
—¿Eso está en el grupo con el sacerdote?
—Sí.
—Y tu tía Elsa... ¿ella...?
—Sí, también.
—¿Y tu madre...?
—Sí. Me pidió el Instagram.
Nos miramos. Él se sentó a mi lado.
—¿Quieres huir a otro país?
—Solo si tú cocinas en el exilio.
Risas. Vergüenza. Stickers.
Y un nuevo capítulo en la leyenda de Julianuel.