Caos de Sofía

Chisme: Canva, suegras y toallas bordadas

Esa mañana lo único que quería era paz. Y cuando digo paz, me refiero a un desayuno decente, sin sobresaltos, sin dramas y sin ninguna conversación existencial con Cata antes de las 10:00 a.m. Estaba en pijama (evidentemente), con un café en la mano y la esperanza ingenua de que el universo, por una vez, se quedara quieto.

Pero no. Porque a las 09:13, sonó el teléfono.

Número desconocido.

¿Quién llama en 2025 sin mandar primero un mensaje de “¿te puedo llamar?”? Un psicópata. O un banco. O Cata desde otro número.

Respondí con cautela y voz de persona que aún no ha tomado suficiente cafeína para lidiar con la vida.

—¿Hola?

—¡Mijitaaaaaa!

Pausa. Largo silencio. Mi cerebro necesitó reiniciar el sistema.

—¿Perdón?

—¡Sofía! ¡Mi nuera favorita! ¡Qué emoción por fin escucharte! Soy Norma, la mamá de Manolito. ¿Te acuerdas de mí?

Manolito. El diminutivo ya fue un puñetazo emocional. Solo una persona lo llamaba así: su madre.

—Eh… señora, creo que hay un malentendido…

—¡No te hagas la tímida! ¡Ay, pero si mi hijo ya me dijo que eres así! Toda recatada, con carácter fuerte, pero con un corazón de oro. Como las protagonistas de las telenovelas de antes.

Yo. Parpadeando. Como si alguien me hubiera lanzado un balde de agua fría con confeti encima.

—¿Manuel le… dijo qué?

—¡Todo! Me enseñó la foto del primer beso. ¡Con el atardecer! ¡Ay, qué romántico, Sofía! Yo lloré, fíjate. Lloré como en el capítulo final de “Amor en la Montaña”.

—¿Foto? —pregunté, ya sudando frío.

—Sí, mijita, la que tienen en la playa, con esa luz naranja divina. Él me dijo que fue en su cumpleaños, cuando te declaraste. ¡Ay, yo dije: esta niña es de armas tomar!

¿La playa? ¿El atardecer? ¿La declaración?

Mi mente corrió a través de todos mis recuerdos y aterrizó en la única explicación lógica: ese idiota había hecho un montaje. UN MONTAJE. Con Canva. Otra vez.

—Señora, yo…

—Y no sabes la emoción aquí en el pueblo. Ya la señora Dominga está bordando unas toallas para ustedes. Dicen: “Sofía y Manuel para siempre”. ¿No es precioso?

Me atraganté con mi propia dignidad.

—¿Toallas? ¿Para siempre?

—Sí, ya tienen diseño con florcitas. Y unas palomitas. Pero si no te gustan las palomas, también hay opción con colibríes. ¡Ay, pero no te preocupes! Todo se puede personalizar. Yo le dije a Dominga: ‘Esta muchacha es moderna, no le pongas mariposas, que eso es muy ochentero’.

—Señora, creo que… necesito hablar con Manuel.

—¡Ay, sí! Háblale. ¡Pero sin pelear, eh! Que él está tan ilusionado. Dijo que pronto te lleva al pueblo para que coman empanadas con mis hermanas. ¡Aquí ya te estamos preparando una habitación para cuando se casen!

¿CASARSE?

El teléfono temblaba en mi mano. Yo temblaba. Simón me miraba desde el sofá con cara de “yo sabía que ese hombre no era trigo limpio”.

—Señora Norma, disculpe, pero… todo esto… es un malentendido. Manuel y yo no estamos juntos.

Silencio. Largo. Denso. Me atrevería a decir: con eco.

—¿Cómo que no? —preguntó ella, ahora con voz de madre dolida—. Pero si me mandó un mensaje ayer diciendo: “Mami, ella es el amor de mi vida, pon a enfriar el champán”.

Tuve que sentarme. Porque ya no sabía si reír, llorar o ir a buscar a Manuel con una paloma de bordado y estampársela en la frente.

—¿Él… le mandó eso?

—Sí. Y una foto más. Estás tú dormida en el sofá con un filtro de corazones. ¡Qué moderna se ve esa aplicación, hija! ¡Parecen fotos de revista!

Ahí sí grité.

—¡ESE FILTRO ES DE MI INSTAGRAM STORIES! ¡Y ESA FOTO LA TOMÓ SIN PERMISO!

—¿Entonces… no hay boda?

—¡NO HAY NI RELACIÓN! ¡NO HAY NADA! ¡NO EXISTE JULIANUEL VERSIÓN MANUEL!

Silencio otra vez. El eco emocional. El sonido de un corazón materno rompiéndose al otro lado del auricular.

—Ah… bueno… entonces… le diré a Dominga que pause el bordado. Y le aviso al padre Mario que no reserve fecha. Qué pena, yo ya había escrito un discurso.

—Lo siento, señora. Pero… Manuel se emocionó solo. Mucho. Demasiado. Con efectos visuales incluidos.

Colgó sin decir adiós. Supongo que me convertí oficialmente en la villana del pueblo. Probablemente ya me están apodando “La rompecorazones de Canva”.

Llamé a Manuel. Obvio.

—¡Sofi! Justo te iba a mandar un sticker de una llama besando una zanahoria, ¡tenía tu nombre escrito!

—¿ME EXPLICAS LO DE TU MADRE Y LAS TOALLAS?

—Ah… ¿ya habló contigo?

—¡¿TOALLAS, MANUEL?! ¡¿MONTAJES?! ¡¿FILTROS?! ¡¿BODA?!

—Fue con buena intención… ¡ella estaba tan feliz! Pensé: “¿Y si la dejo creer un poquito?”

—¡¿UN POQUITO?! ¡¡MI CARA ESTÁ EN UNA FOTO ROMÁNTICA CON FONDOS DE AMANECER Y VELAS VIRTUALES!!

—¡Ay, eso fue en Canva Pro! ¡Lo pagué!

—¡LO VAS A PAGAR IGUAL, MANUEL! PERO CON TU VIDA SOCIAL.

Colgué. Me dejé caer en el sofá. Simón me trajo su ratoncito de juguete, quizás como ofrenda de paz ante mi ataque de nervios.

Lo único que sé es que si algún día me caso, va a ser con alguien que no tenga acceso a herramientas de diseño gráfico sin supervisión.

Y si alguien vuelve a bordar toallas con mi nombre… será para envolverme y desaparecer.



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En el texto hay: vida real, comedia y amor, chiklit

Editado: 23.05.2025

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