Nota del narrador: Cata se quedó esa semana a dormir en casa de Sofía porque, según sus palabras, “la energía de mi edificio está rara, creo que hay un fantasma que me esconde los calcetines y los tuppers”. Nadie discutió eso. Menos Simón, el gato, que la aceptó como nuevo mueble ruidoso en el hogar.
Esa tarde, todo estaba en su sitio. Y eso era justamente lo que daba miedo.
Sofía dormía la siesta en el sofá con la cabeza enterrada entre dos cojines y una mantita de patitos encima. Simón ronroneaba a sus pies como si fuera un calentador peludo programado para detectar drama. Todo estaba demasiado… tranquilo.
Y todos sabemos que cuando Cata tiene tiempo libre y acceso a internet, la paz mundial peligra.
—Sofía, ¿estás viva? —susurró, agachándose con un dedo apuntando a la mantita—. Parpadea si necesitas ayuda. O café.
Sofía gruñó desde su nido de almohadas.
—Entonces lo tomaré como un “haz lo que quieras”, gracias —respondió Cata, abriendo su portátil como quien abre un portal al multiverso del caos.
Buscó “test para saber qué tipo de novia soy” y eligió el más brillante, más cursi y con más gifs de gatos. Lo conectó a la televisión con su nuevo cable HDMI que compró en una página dudosa que también vendía toallas en forma de sushi y pijamas con LED.
Cuando Sofía se despertó (por el volumen de la intro del test, que sonaba como trailer de película romántica de bajo presupuesto), ya era demasiado tarde.
—¿Qué demonios es esto? —balbuceó, frotándose los ojos— ¿Es un test o una sesión de espiritismo amoroso?
—¡Calla! ¡Estamos a punto de saber si eres una “novia intensa con trauma vintage” o una “novia zen con problemas de control”! —gritó Cata mientras el test hacía un ruidito de “bling bling”.
—Yo solo quería dormir en paz, no saber si estoy emocionalmente disponible para una relación en 2025.
—¡Pregunta uno! —leyó Cata con voz de locutora de reality—. ¿Cómo reaccionas si tu pareja no responde un mensaje en cinco minutos?
A) Le mando otro.
B) Empiezo a buscar “¿es normal morir de ansiedad amorosa?”
C) Planeo una conversación ficticia donde lo dejo.
D) Me como una bolsa entera de patatas mientras lo stalkeo en redes.
—F: Llamo a su madre y pregunto si sigue vivo —respondió Sofía, todavía con el pelo como nido de cuervo.
Rieron. Siguieron.
Pregunta tras pregunta, Cata leía en voz alta, Sofía respondía entre sarcasmo y existencialismo, y Simón solo se levantó para ir a vomitar en señal de desaprobación.
—Pregunta doce: ¿Aceptas que esta app acceda a tu micrófono, ubicación, historial de compras, huella emocional y probablemente tu alma para darte un resultado personalizado?
—¿QUÉ? ¿¡Tu alma!?
—Yo puse “sí”, obvio. ¿Cómo sabrán si soy novia con tendencia a dramas si no analizan mi TikTok a las tres de la mañana?
Sofía se quedó tiesa.
—¿Le diste permiso?
—¡Sí! Tranquila, solo fue un clic. Uno no se va a morir por eso...
En ese momento, las luces del router parpadearon.
Se escuchó un pitido agudo. Una vibración extraña. Como cuando en las pelis alguien hackea el Pentágono desde una tostadora.
Y luego…
Oscuridad digital.
Pantalla negra.
Móviles sin señal.
WiFi muerto.
TV con el logo flotante de “Sin conexión”.
—Cata…
—¿Sí?
—¿Qué hiciste?
—Quizá… hackeé el edificio.
—¿CÓMO QUE QUIZÁ?
Salieron al pasillo. Ya se escuchaban voces. Murmullos. Sillas arrastradas. La señora del 3º gritando por teléfono como si estuviera llamando a la NASA.
—¡TAMARA! ¡NO ME CARGAN LOS MEMES! ¡DILE A PAPÁ QUE VUELVA EL INTERNET!
Y luego… la tragedia del siglo:
—¡¿QUIÉN SE ROBÓ MI INTERNET?! —chilló don Raúl del 4B— ¡ESTABA EN EL CAPÍTULO FINAL DE “MI AMOR TIENE UNA GEMELA MALVADA Y NO LO SABE”!
—Dios mío, desatamos el apocalipsis tecnológico —susurró Sofía.
Volvieron al piso.
Intentaron reiniciar el router.
Le hablaron.
Le suplicaron.
Cata incluso le puso incienso.
Nada.
Sofía se tiró en el sofá. Cata en el suelo.
—¿Crees que el FBI ya sabe que salí en tres citas con tipos distintos en marzo y que todos se parecían a Julián?
—Creo que la CIA ya actualizó tu perfil a “peligrosamente encantadora con tendencia a sabotajes digitales”.
En ese momento, desde la ventana abierta, una vecina del edificio de enfrente gritó:
—¡SEÑORAS! ¿¡USTEDES TAMBIÉN SIN INTERNET!? ¡YA LLAMÉ A MOVISTAR, ME DIJERON QUE “UN EVENTO INTERNO DESENCADENÓ UNA DESCONFIGURACIÓN MASIVA”!
Cata sacó la cabeza por la ventana:
—¡PERDÓN, FUE MI TEST DE NOVIA!
—¡¿QUÉ?! —contestó la vecina, que no sabía si reír o pedir una orden de alejamiento emocional.
Cata volvió al sofá, se tapó con la mantita de patitos de Sofía y dijo:
—Estoy segura de que soy una “novia con aura dramática y alma de hacker involuntaria”.
—Y yo soy una exnovia potencial que va a aparecer en las noticias si esto sigue así —gruñó Sofía.
Silencio.
Solo se escuchaba el pitido lejano del módem intentando volver a la vida como si fuera una resaca tecnológica.
—¿Lo contamos? —preguntó Sofía.
—Jamás —respondió Cata, abriendo otro bote de helado como quien abre una válvula de escape emocional.
Helado.
Silencio.
Vergüenza.
Y un router que, desde entonces, parpadea con resentimiento.
Pero lo peor no fue eso.
Lo peor vino al día siguiente, cuando la portera del edificio, Doña Elvira, pegó un cartel en el tablón de anuncios que decía:
“Atención vecinos: se ha detectado una interferencia no autorizada en el sistema WiFi del edificio. Quien sea responsable, por favor no vuelva a intentar acceder a tests románticos que exigen más datos que la declaración de la renta. Gracias.”
Y justo debajo, alguien había pegado un sticker que decía:
“Cata fue aquí 💅💔”