Caos Salvaje

Capítulo 10

ZHANNA SMIRNOVA

Avancé hasta detenerme delante de los hermanos.

—Dimak se pondrá furioso cuando note que Zhanna ha partido con nosotros —dijo Maxim dando un paso hacia el frente.

—Son los socios de mi padre los que estarán ahí. Tengo que saber dónde están las minas. Son mías, soy la única heredera de los Smirnov que queda con vida.

—Vamos antes de que se den cuenta de tu ausencia.

En los últimos días me la pasaba en el jardín, corriendo con los dos tigres; al menos ya no me veían como a una extraña.

Los tres avanzamos para entrar en el jet; las personas a nuestro alrededor nos ignoraban. Me senté al lado de una de las ventanas. Desde aquí, afuera todo se veía pequeño. El piloto dio el aviso de abrocharnos los cinturones.

En dos días sería la reunión de los árabes. Nunca asistí a una de ellas; mi padre no lo permitía, al menos con Mileva era así. Nunca le dije que quería ir. Saber del negocio familiar ahora era lo único que podía mantenerme cerca de lo que perdí.

—Todo el tiempo estarás en tu habitación, Zhanna. Maxim y yo nos reuniremos con los árabes y tú escucharás todo detrás de unas pantallas. Verás los rostros de cada uno de ellos. No intentes salir, no podemos permitir que alguien te conozca y que el plan de Dimak de hacerte pasar por fallecida no haya valido la pena.

—No voy a salir a menos que el hotel se esté incendiando —dije en broma para contrarrestar su mal humor—. Sé lo que está en juego. Me siento tranquila al saber que Demyan piensa que estoy muerta. No voy a poner en peligro la reunión.

Aunque ya tenía más confianza en mí misma, aún dudaba de lo que podía hacer. Mis entrenamientos cada vez eran más difíciles, pero me gustaba sentir cómo mi cuerpo cada vez era más fuerte. En mí ya no había rastro de la mujer malograda que llegó a las manos de la mafia.

—Tu arma. Entrégamela. Te la devolveré en el hotel.

Se la entregué a Alek y la escondió dentro de un maletín de color oscuro. Me limité a mirar las nubes y otros aviones que pasaban cerca del jet.

Luego abrió otro maletín que cargaba Maxim; dentro había pequeñas pantallas que serían utilizadas para observar alrededor del hotel y a los dos cuando estuvieran hablando con los árabes.

Maxim me extendió un pequeño audífono que pasaba desapercibido por lo pequeño.

—Póntelo y cubre la oreja con tu cabello. Nunca te lo quites, es la única manera de comunicarme contigo sin que lo que sea que hablemos lo escuchen los demás. Además, con esto podré saber dónde estás en cada momento.

Me coloqué el pequeño aparato; al comienzo podía ser un poco incómodo, pero luego, con el pasar del tiempo, se sentía como una parte más de mi oreja.

El jet aterrizó en el aeropuerto de Kazán. Me abrigué lo suficientemente bien para que mi rostro pasara desapercibido por las cámaras del lugar.

—Vamos —ordenó Alek. Aún faltaban más de veinticuatro horas para que los árabes se reunieran con las personas que quedaban por juntarse, lo que les daría tiempo para explorar el lugar si no es que ya lo habían hecho.

Avanzamos sin ningún contratiempo hasta salir a la carretera, donde una camioneta rentada esperaba por nosotros.

Subimos sin perder tiempo, y el motor rugió cuando nos alejábamos del aeropuerto.

Tentaba dónde había traído el arma. Me sentía insegura sin tenerla a mi lado.

Momento después, el auto se detuvo frente al hotel. No en el cual se habían hecho reservación los árabes, sino en uno del frente de la misma cadena hotelera.

Maxim fue el primero en salir y entrar al hotel. Seguí sus pasos de cerca dejando a Alek detrás.

Cuando el último llegó con el arsenal de dispositivos y armas, Maxim ya tenía los pases para las habitaciones.

—Tu habitación estará frente a la de Alek y la mía. Estaremos pendientes a cualquier ruido. Es momento de organizar todo antes de que los árabes lleguen al lugar.

Entré en la habitación no sin antes pedirle a Alek que me devolviera el arma. Ahora era el único objeto con el cual podía defenderme. Esto podría salir mal si los árabes saben que estoy cerca de ellos. Nunca supe cómo eran los negocios de mi padre. Debo entrar a la mansión y averiguar qué hay ahí. La madre de Mileva nos había vuelto a ir después de aquella mañana; la mujer que vivía ahí solo estaba para limpiar el hogar. Me había dado cuenta de que todo seguía ahí, incluso un viejo jarrón que, según mi padre, era de mi madre. Ella no había cambiado nada. Entonces, todo me parecía tan confuso que no podía soportarlo más.

Con el iPad que Alek me entregó tenía acceso a las cámaras las veinticuatro horas del día. Desearía que en más lugares de la mansión hubiera cámaras.

Y poder vigilar todo el lugar. La habitación del hotel estaba en el piso más alto. Me acerqué a la ventana; a esta distancia nadie podría verme.

Desde aquí, los autos parecían simples juguetes. El iPad comenzó a sonar con intensidad. Nunca antes lo había hecho.

Al tomarlo, me fijé en que había dos personas junto a la madre de Mileva. Aún no podía recordar su nombre. La última vez que la vi era una niña. En algunas ocasiones, mi hermana se iba de vacaciones con su madre.

Nunca fui invitada a sus paseos. Tampoco era como que me importara asistir a una reunión de madre e hija donde sería la tercera que no había nada en el lugar.

Dejé mis pensamientos a un lado y observé a las nuevas personas desconocidas. Todo sería tan fácil si se pudiera escuchar lo que hablan. Era una de las situaciones que Alek debía arreglar.

Los rostros desconocidos se tornaron distorsionados por un momento hasta que la imagen se aclaró. El tatuaje era el mismo que tenía el hombre al que Dimak asesinó aquella noche antes de marcharse a Italia. Aún lo recordaba con claridad.

La puerta sonó tres veces. Levanté el arma; del otro lado cayó un profundo silencio hasta que Alek habló.

—Soy yo. ¿Puedo pasar? —aún tenía la misma ropa del viaje. No iba a desempacar para luego tener que volver a hacerlo.




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