Cada Navidad, cada maldita Navidad...
Todos los años viajamos a Montreal, Canadá, a principios de Diciembre a visitar a mis abuelos, a Tom y a su familia, para pasar las Navidades.
¿Quién era Tom? El mejor amigo de Leonard, mi padre. Ellos se habían conocido durante un campamento de verano cuando mi padre todavía vivía aquí, fueron amigos durante toda su infancia y adolescencia.
Hasta que, un 20 de Diciembre, mi padre conoció a Rose, una hermosa neoyorquina de la cual se enamoró perdidamente. Fué amor a primera vista, conectaron inmediatamente y decidieron pasar las vacaciones de invierno juntos. Cuando Rose tuvo que volver a Estados Unidos, mi padre estaba tan loco por ella que decidió tomar el primer vuelo hacia Nueva York y nunca más separarse de ella.
Fueron novios por unos años, se casaron, tuvieron dos hijos llamados Jasper y Jules. Y el resto es historia...
Leonard nunca perdió su amistad con Tom, de hecho, fue él quién le presentó a Rose. Y meses más tarde, fue mi padre quién le presentó a Anna a su mejor amigo, quien en un futuro se convertiría en su esposa y madre de sus hijos. Y para completar la inmensa unión que estos cuatro seres tenían entre ellos, los padres de Leonard, osea mis abuelos, eran mejores amigos de los padres de Tom.
Así que aquí estábamos, mis padres, mi hermano y yo, en el Aeropuerto internacional Pierre Elliott Trudeau de Montreal, esperando a que mi abuelo viniera a recogernos.
No tuvimos que avanzar mucho más a través del aeropuerto para distinguir los blancos cabellos de mi abuelo, el cual sostenía un cartel que decía "¡Familia Robinson!" y sonreía de oreja a oreja.
Jasper y yo corrimos hacia él para fundirnos en un gran abrazo; echaba mucho de menos a mi abuelo. Y por sobre todas las cosas, amaba Canadá, amaba la época navideña, y amaba pasarlo con ellos. Sólo había una cosa, una pequeña e insignificante cosa que detestaba.
Y ese era Antonhy Tucker. Pero ya hablaremos de él más adelante...
— ¿Cómo estuvo el viaje? —preguntó mi abuelo, ayudando a mi padre a subir las maletas a su auto.
— Tranquilo... —contestó mi padre, sonriéndole— Lamentamos no haber venido a principios del mes, sé que nos perdimos muchas festividades pero el trabajo fue... duro este año y no obtuve las vacaciones hasta esta fecha.
Al escuchar eso hice una mueca, mi padre había estado trabajando muy duro últimamente. A principios de año, lo habían despedido de la empresa en la cuál era gerente, fue una gran baja económica para nosotros y fue muy triste para él también, ya que había trabajado en esa empresa desde que había salido de la Universidad. Tuvimos que reducir muchísimo los gastos y eso afectó a toda la familia, y el trabajo actual que tiene apenas alcanza para los gastos básicos del hogar. Es por eso que este año nos habíamos planteado la idea de pasar la Navidad en casa, aunque era algo impensado para nosotros. Cuando mi abuelo se enteró de la situación se opuso terminantemente y nos ofreció cubrir todos los gastos de nuestra estadía aquí, y aunque mi padre luego de mucha insistencia aceptó, decidió que este año solo viajaríamos por Navidad, para no ser una gran carga para mis abuelos.
— Claro, entiendo, hijo —dijo mi abuelo, dándole una palmada a mi padre—. Su abuela no puede contener la emoción de verlos, los echábamos mucho de menos. ¡Pero ahora ya están aquí y eso es lo importante!
Media hora más tarde estábamos en la cabaña de mi abuelo. El lugar se veía hermoso, estaba nevando y eso le daba el contraste perfecto a las decoraciones navideñas. Mi abuela se tomaba las fiestas muy apecho, y todos los años decoraba cada milímetro de su hogar.
El resto del día lo pasamos sentados en la sala junto a la chimenea, mi abuela había preparado un delicioso chocolate caliente al que le puso mini malvaviscos y canela, también había hecho galletas de jengibre que estaban absolutamente exquisitas.
Podría pasar el resto de mi vida en esa sala, en el sofá tapada con una manta, junto al fuego y mis abuelos, viendo películas navideñas y disfrutando de un roscón casero. El tiempo pasa tan rápido aquí que apenas me había dado cuenta que ya era de noche.
— ¿Los Tucker vendrán pronto? —preguntó mi abuela, que estaba recostada en el sofá junto a mí.
— Así es, mañana por la mañana el viejo Tom y su familia se unirán a nosotros —Leonard sonrió al decirlo. Ya había pasado demasiado tiempo desde la última vez que había visto a su mejor amigo.
— ¿Viene toda su familia? —inquirió mi abuelo.
De repente, un silencio invadió la habitación.
Hacía unos meses, la familia Tucker había tenido la terrible pérdida de su abuela. Fue un suceso que afectó a ambas familias, sobre todo a mi padre, quién no pudo acompañar físicamente a Tom en ese momento por su situación laboral.
— Tom y su esposa vienen, sí —respondió mi padre, bebiendo un sorbo de su chocolate caliente— Lamentablemente sus hijos no vendrán: Giuliana comienza la universidad, Florence viajó a Toronto a ver a su novia, Tatiana está de intercambio en España, y Antonhy y Nini simplemente decidieron no venir...
— Es entendible... —susurró mi madre, tomando la mano de Leonard y acariciándole.
Por un lado, me sentía muy mal por ellos, no podía imaginar por lo que estaban pasando. Su abuela era genial, la queríamos mucho, era muy divertida y dulce. Cuando me enteré de la noticia llamé a Nini y lloramos juntas por teléfono, me hubiera gustado estar ahí para acompañarlos.
Y por otro lado, aunque me siento culpable por pensarlo, me alegraba no tener que ver a Antonhy esta Navidad. Después de todo lo sucedido en mi vida este año, lo único que me faltaba era tener que soportar al estúpido y superficial amigo de mi hermano.