Capítulo I

En la Comuna de San Lázaro, provincia de Santa Elena, ubicada en la Ruta del Spondylus, a 25 kms. de distancia del límite con la provincia de Manabí, habitan unos 350 comuneros. La mayoría dedicada a la pesca y atención turística a ecuatorianos y extranjeros que desean vivir una experiencia rústica al pie del mar.

Dentro de ese microcosmos destacaban el Presidente de la Comuna, don Herminio de la J, comunero de 60 años, viudo y padre de 3 hijos. Germán, 41 años, médico pediatra quien abandonó la comuna desde que se graduó de colegio y emigró a Quito, donde siguió la Universidad y la carrera que eventualmente haría muy orgullosa a toda su familia, aunque con la pena de verlo alejarse y no darle la alegría de ver a sus nietos, Julián y Margarita. Matías de 36, pequeño empresario quien instaló un hostal en la comuna de San Isidro, 5 Kms antes de Puerto López en Manabí; solía visitar a su familia y amigos en San Lázaro una vez al mes de manera casi religiosa; pasaba un día entero comiendo, conversando con todos, jugando volleyball con sus amigos de niñez y finalmente regresando a su hogar y negocios. Y Gabino, el menor, de 27 años y soltero aún; desde niño insistió a su padre y hermanos, que él quería ser marino o militar y que de esa manera podría protegerlos a ellos y sus amigos comuneros. Desde corta edad conoció de muchos casos de violencia provocada por delincuentes y criminales tanto nacionales como extranjeros; unas veces al calor del alcohol, drogas, celos, y otras por la codicia que provoca la droga y su tráfico criminal que no respeta ni sexo ni edad. Dos de sus mejores amigos de infancia cayeron en las redes de traficantes quienes los sedujeron con dinero fácil sin explicarles que eran actividades con fácil entrada y una imposible salida, al menos vivos. A medida que iba creciendo empezó a interesarse en los problemas provocados por derrames de sustancias químicas y combustibles en los ríos, esteros y toda forma de vía acuática, así como de desechos procesados sin los protocolos correspondientes que aseguren un impacto mínimo ambiental; sin olvidar las mareas de basura plástica y de todo tipo en las playas que se daban en época de feriados por la avalancha de turistas que visitan la Ruta del Sol o también conocida como la Ruta del Spondylus.

Desde pequeño se distinguió por sus dotes de liderazgo y su gran carisma, lo que le abría siempre muchas puertas. Era muy querido en la comuna, por su actitud siempre servicial y de ayuda a cualquier persona, sin importar si era lugareño o foráneo. Pasaba todo su tiempo libre en la comuna, departiendo con su familia, vecinos y amigos, con quienes pasaba las tardes jugando fútbol; debido a sus habilidades innatas con el balón, siempre fue considerado el capitán del equipo, por lo que en su comuna lo conocían como el Capi Gabino. 

Al crecer e ingresar en el ejército, debido a su total entrega y esfuerzo había logrado ascender a Sargento de Regimiento; un gran logro considerando que su familia no tenía recursos para ayudarlo a ingresar a la Escuela de Oficiales del Ejército, por lo que su promoción era un triunfo, aunque era consciente que no podría seguir ascendiendo, a menos que ingrese y se gradúe en la Escuela de Oficiales. Pero ese era un sueño aún lejano, aunque no imposible para Gabino.

Dentro de la Comuna, había una figura especial y emblemática. Julia la Loca. Nadie sabía su verdadero nombre o edad. De hecho, los más viejos aseguraban que siempre había mantenido su actual figura, aunque casi nadie tenía certeza desde cuándo vivía ella en la comuna. Reflejaba unos 80 años bien llevados en salud, gozaba de completa movilidad, no era ni gorda ni delgada, de estatura normal para las personas de la zona, piel curtida por el sol.

No se le conocía familia cercana o lejana, y casi no departía con nadie en la comuna. Era una especie de ermitaña, alejada totalmente de ese pequeño universo llamado San Lázaro; vivía en las proximidades en una colina, en donde las malas lenguas aseguraban se daban eventos extraños, que rayaban en lo paranormal. Los niños y jóvenes le temían, los adultos y mayores la miraban con una mezcla de lástima y respeto; nunca se comportó de manera grosera con la comuna, pero tampoco entablaba conversaciones nunca con nadie. Con excepción de Gabino. 

Lo conoció de niño, un día que lo encontró atrapado en un agujero que era una vieja trampa para animales. Gabino quiso rescatar a una guanta caída, pero perdió el equilibrio y cayó en el pozo seco. Julia vio la trampa abierta, se asomó encontrando al niño desmayado, y hábilmente lo rescató junto con el animal. Lo curó con ciertas pócimas y cataplasmas cuyas fórmulas ella conocía, mezclando hierbas y polvos, y al día siguiente estaba totalmente recuperado y cicatrizadas sus heridas. 

Al despertar, Gabino se vio forrado en sus rodillas y brazos con unas hojas húmedas y al tocarse su cabeza, sintió que estaba envuelta en los mismos materiales. Extrañamente al ver quién había sido su enfermera inesperada y reconocerla, no sintió miedo ni temor: “Gracias, señora Julia. Ha sido usted muy amable. Porqué estoy con estas hojas sobre mi cuerpo? Qué hizo para curarme?”

 “Señora??? Nadie me ha dicho así nunca. Siempre me han dicho Julia. La Loca”, le respondió ella con una mueca forzada por la sorpresa. “Lo sé, siempre lo he escuchado y nadie me ha respondido porqué le dicen eso a usted sin conocerla, sin haberse hecho amigos suyos. Ahora podré decirles a todos que es muy amable, y una buena doctora“. La anciana lo miró con una mezcla de ternura y gratitud. No recordaba un trato tan gentil y sincero desde hacía muchos años. Sus arrugados labios se abrieron con una olvidada sonrisa. “Gracias, hijito. Ya casi estás recuperado. Ahora debes comer para que estés fuerte. No quiero que digan que llegas a tu casa perdido después de un día, y con hambre”. Le preparó unos patacones con un sudado de wahoo, y una taza de leche caliente con café pasado, banquete que fue devorado por el niño.