Capítulo 1: Volveré
«El café despierta, pero también enamora».
Solo. Esa es la palabra que describe a Bastián Fuentes. Solo. Así se encontraba después de la muerte de su esposa.
Estaba destrozado, ya no le importaba nada además de su hijo. El pequeño Adriel. Un pequeño ser que surgió del amor que sentía por Mara, y por quien ella había dado la vida. Su hijo, apostaría por él. Solo por él saldría adelante, lograría avanzar, su bebe era el motor de su vida.
Giró y lo vio. Recostado en lo que dejaría de ser su cama y su habitación, su bebe con las mejillas rosaditas y sus ojos brillosos rebosantes de felicidad.
Dios ¿Qué haría con un bebe de un mes? Era la pregunta que cruzaba en su mente cada dos segundos y lo que la gente le preguntó después del funeral. Tendría que dividir el tiempo entre su pequeño y la empresa. Bastián estaba asustado, siempre soñó con criar a su hijo al lado de Mara, pero ahora le tocaba hacerlo solo, debía sacarlo adelante. Adriel sería un gran hombre, de eso estaba seguro.
***
Los días de Bastián eran un torbellino de emociones. Por las mañanas, se encargaba de alimentar a Adriel, de arrullarlo cuando lloraba e intentaba seguir con su empresa desde casa, el tiempo transcurría, meses pasaban y el vacío de Mara se hacía más evidente. Las noches eran más difíciles; cuando la casa estaba en total silencio, Adriel dormido y el completamente solo, su mente lo traicionaba, trayendo recuerdos de su esposa, de su risa, de su olor a lavanda después de una ducha, de la forma en que su mano encajaba perfectamente con la suya.
Cada día sentía como si se ahogara cada vez más, superarla representaba la prueba más complicada que la vida le había colocado, su tristeza sobrepasaba limites, pero cuando miraba a su hijo, encontraba la fuerza para mantenerse a flote. Adriel se había convertido en su faro, en su única razón para levantarse cada mañana y su mayor miedo era dejar de estar para él.
***
En otro lado de la ciudad de Venecia Ariel escuchó la campanilla del café anunciando su llegada.
Cruzó el pasillo saludando a Mónica con la mano y continuó su recorrido hasta los casilleros donde guardaban sus pertenencias. Se colocó el delantal que identificaba al café y suspiró, dirigió a la caja con una gran sonrisa, a dar lo mejor de ella en otro día de trabajo. Empezaba noviembre, muchos servicios de catering que atender y junto a ello el frío, comenzaba a respirar navidad.
Una vez Adriel se quedó dormido, Bastián le pidió a Sophie —su vecina—, que lo cuidara por unas horas mientras organizaba un poco su agenda en el trabajo, incluida la visita al café Parisi. Necesitaba buscar a una niñera.
Salió de la empresa y dirigió a un café. En el lugar laboraba Ariel, tenía asignadas las mesas del uno al ocho.
El día se le había hecho eterno, estaba cada cinco minutos viendo el reloj. Cuando el ambiente en la cafetería se tranquilizó, sacó el móvil junto a los audífonos. Maroon 5 sonaba a todo volumen haciendo que su cuerpo se relajara. Aprovechando que estaba sola en el almacén, se puso a brincar y bailar mientras acomodaba el resto de los utensilios utilizados. Alguien le dio un golpe un golpecito en el hombro y se giró con el corazón a mil.
—¡Mónica! ¡Casi me matas del susto! —exclamó con las manos en puños. La chica soltó una carcajada.
—Disculpa. No sabía que estabas tan distraída —dice en son de paz—. Solo quería decirte que acaba de llegar un cliente y está sentado en unas de tus mesas —Ariel se quejó de inmediato—, si te sirve de consuelo, el hombre esta guapísimo.
—Guapísimo... ¿cómo modelo de Calvin Klein?
—Como modelo de Calvin Klein —afirma entre risas.
Ambas chicas salieron del almacén hasta las mesas, Mónica miró la dos y sonrió, alentándola a avanzar.
No solo estaba guapísimo, ese hombre estaba esculpido por los mismísimos dioses griegos, pensó Ariel. Tenía la mirada pérdida, triste, se veía decaído y miraba el reloj con impaciencia.
Se acercó despacio hasta estar frente a él. Era moreno con unos increíbles ojos grises, estaba vestido con ropa de marca y elegantemente. Sin duda era un hombre con mucho dinero.
Ariel carraspeó y entonces Bastián se percató de su presencia, la miró fijamente.
—Hola —dijo intentado que su voz sonara segura—. Bienvenido a Parisi. ¿Qué desea ordenar?
Bastián se encontraba sorprendido. Iba a levantarse de la mesa cuando de pronto ella apareció. No contestó nada, se limitó a observarla. La chica había llamado su atención apenas la vio.
Nunca olvidaría a Mara, pero tenía que rehacer su vida. Ariel se mordió los labios con nerviosismo esperando una respuesta y él posó la mirada en su boca poniéndola más nerviosa.
—A ti —susurra en voz ronca.
Los ojos de Ariel se abrieron como platos. Le había faltado el respeto, ni siquiera la conocía.
—¿Disculpe? —cuestionó cruzándose de brazos—, no estoy dentro del menú señor.
—Oh vamos no soy tan viejo —menciona y Ariel se retiró inmediatamente dejándolo con la boca abierta. Ese hombre está loco, pensó.
Regresó la mirada a la mesa y él ya se había marchado del sitio.
¿Para qué entró al café si no iba a pedir nada?, se preguntó Ariel internamente.
—Auch ¿Qué te pasa? —le preguntó a Mónica que le hacía señales raras para que volteara.
¡Santo cielos! El hombre estaba a pocos pasos de ella. Comenzaba a creer que si no se derretía como mantequilla en arepa caliente era gracias a su autocontrol.
Ariel lo miró con el ceño fruncido y Bastián a ella con diversión.
—Volveré —exclamó solo para que Ariel lo escuchara.
Bastián se sintió atraído por aquella chica cuyo nombre desconocía, regresaría al café al día siguiente.
Algo cambió cuando la vio, Bastián no podía dejar de pensar en ella, en su energía vibrante y en la chispa de alegría que parecía irradiar incluso en la fría atmósfera de noviembre. No sabía ni siquiera su nombre en ese momento, pero ya se había grabado en su mente. Había algo en su sonrisa, en la forma en que lo miró con esos ojos grandes y brillantes, que hizo que su corazón latiera un poco más rápido. No había sentido eso en mucho tiempo. Dos años habían transcurridos de la muerte de Mara y él no se arriesgaba, ni se molestaba en conocer o salir con alguien. Solo eran él y Adriel.