Capítulo 3: Soy yo
¿Y qué pasó?
Nada, absolutamente nada.
Aquel día Ariel perdió la apuesta, Mónica tenía razón, el hombre no llegó a mencionar una palabra, se fue con su café y no volvió.
Bastián no había pisado la cafetería en un mes.
La cafetería se encontraba en su máximo apogeo. Los clientes iban y venían alegres, cantando, los villancicos sonaban por la radio, los niños se disfrazaban y los clientes quedaban sorprendidos con los desayunos, combos y las sorpresas navideñas.
Navidad era la época favorita de muchos clientes. Al entrar sonaba la campanilla anunciando su llegada, los pinos decoraban el lugar, junto a las luces, muchos se quedaban un buen tiempo para entrar en calor, la receta para el frio: Un buen café.
En Milán, Italia todo el mundo sabía quiénes eran los Parisi, y a pesar de que Ariel formaba parte de la lista de "Trabajadores comunes" era la hija de Bianca Parisi, nada más y nada menos que la dueña del gran bar, que ha pasado de generación en generación desde 1960. Preparar el mejor café al parecer era algo hereditario y Ariel no era la excepción, aunque por diversas razones había nacido y vivido en Venezuela gran parte de su niñez.
Y aunque en las tardes el lugar parecía estar vacío, las mañanas y la noche eran bastantes movidas.
Pues según las habladurías, los italianos consumían más café en las mañanas, años atrás, pedir un café en la tarde estando en Italia era asegurar ser turista. Y es por eso que se encargaban de tener las mejores navidades en el café.
—¡Señorita! —exclamó con efusividad una mujer mayor observando el mostrador.
—¿En que la puedo ayudar? —pregunta Ariel con una sonrisa.
—¿Podrías decirme cual es el mejor café y que son esos dulces, son nuevos? —cuestionó mientras miraba el mostrador con intriga.
—Le pondré el mejor Cappuccino, y esos—señaló el mostrador—son nuestros cupcakes sorpresas, cada uno es diferente.
La mirada de la mujer comenzó a brillar y una sonrisa se deslizó por su rostro.
—¡Quiero una caja entera de esos cupcakes! —su excitación y alegría la hacían sentir complacida.
—Pero recuerde, cada dulce es diferente —y con eso le entregó su bandeja con el cappuccino junto a la caja de pequeños pasteles.
Así comenzaba el primer día de diciembre en el café.
Una vez Ariel dejó todo en orden se dirigió a la cocina. Era hora de hacer magia, quería elaborar unos bombones diferentes y combinarlos con el cappuccino navideño, así tendría un nuevo combo para navidad, el famoso cappuccino era más espumoso que el normal, en Navidad era muy solicitado y ella decidió volverlo una tradición. Todos los primeros de diciembre daban inicio a las ventas mágicas como solía denominarlas, Ariel estaba sumamente concentrada hasta que escuchó la voz de un chico.
—¡Ariel! —saludó con efusividad Jack quien la sacó de sus pensamientos.
—¡Hola pequeño ya no tan pequeño! —correspondió el abrazo del adolescente. —¿Qué haces en la ciudad? —preguntó alborotándole el cabello.
—¡Es primero de diciembre no podía dejar al mejor cappuccino a un lado! —resaltó mientras se apoyaba de la encimera mientras la observaba ir y venir con una sonrisa pícara que delataba su mentira —Me escape de mi hermano, anda como un Grinch y no es la mejor compañía en este momento —la joven asintió a las palabras del chico de diecisiete años con una sonrisa y negó con la cabeza.
—Eres muy adicto al café para tu edad, prueba —dijo ella extendiéndole la caja de bombones junto a una gran taza de café —No deberías hacer eso. Capaz y esté muy preocupado.
—Él siempre me encuentra —contestó relajado mientras ingería un sorbo de café.
—¡Vaya! Si este —señaló la taza—, está mejor que el anterior —admitió el chico mientras la miraba. —Quisiera una novia como tú, sabes cocinar, haces el mejor café, amas la navidad. Eres hermosa. ¿Puedo desear más en una novia?
—¡Jack!
—Está bien, está bien. Solo digo que, si consigo una novia, será como tú —mencionó encogiéndose de hombros lo que hizo que Ariel soltara una carcajada.
—También me gusta tu pelo, pero en este momento parece un nido de pájaros —añadió, haciendo un gesto de explosión y emitiendo silbidos de pajaritos.
—Y tú pareces un santa descompuesto —respondió ella divertida, mientras tomaba un platillo lleno de crema y se lo lanzaba, pero dicho plato no se estrelló en la cara del chico sino de otra persona.
—¡Oh, Oh! —gritó el joven soltando una carcajada. Se retorcía de risa, con lágrimas asomando en sus ojos.
—¡Jack! —exclamó de pronto un hombre al entrar en la cocina del café sin previo aviso. ¿Cómo había entrado si no estaba autorizado? se preguntó de inmediato Ariel. —¿Es que no sabes que madre se vuelve loca si le digo que no sé dónde estás? Media hora, solo llevas media hora en Milán y ya quieres hacer lo que quieras —exclamó limpiándose la crema con una servilleta.
Ariel lo observaba con sorpresa, sin decir nada. Sin duda era más joven de lo que había pensado... quizás unos veinticuatro.
—¡Hermano! pero que alegría verte por acá. Estaba con Ariel, es una gran amiga, me la paso bien con ella cuando vengo a Milán —comentó Jack y ella notó como su hermano arqueaba una ceja, para su sorpresa, Ariel dio un paso atrás al detallarlo, cruzando los brazos, claramente incómoda. Él joven sintió un calor repentino en el rostro y carraspeó, intentando aligerar el ambiente:
—Eh... quiero decir, nos conocemos desde hace tiempo. Ariel es... especial, pero... solo es una gran amiga.
Ariel disimuló la risa ante el enredo de Jack, mientras que su hermano mantenía una expresión neutral, casi interrogante.
—¿Quién es Ariel? —preguntó confundido, con el ceño fruncido. Y toda esa escena se podía malinterpretar. Así que Ariel decidió intervenir de inmediato.
—Soy yo.
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Chan cHan .....
Gracias por leer