CAPÍTULO 6:
¿SABES QUIÉN ES ELLA?
La mañana siguiente Ariel se esforzó por preparar el cappuccino perfecto, agregando un toque especial para cumplir con la apuesta. Bastián, fiel a su palabra, estaba allí puntualmente para probarlo, y sus comentarios sobre el café eran muy exigentes. Sin embargo, no era solo el café lo que evaluaba; también observaba el esfuerzo y la dedicación que Ariel ponía en cada taza.
—Esta es buena, pero aún le falta algo —comentó Bastián mientras probaba el cappuccino del día. Su mirada se posó en Ariel con una mezcla de desafío y admiración.
—¿Qué le falta? —preguntó Ariel, limpiando un poco de espuma de la barra, sin ocultar su frustración—. ¿Más azúcar? ¿Más canela? Dime qué quieres y lo haré.
Bastián sonrió de medio lado, disfrutando del momento.
—No es cuestión de ingredientes, es el toque personal que le das —dijo él—. Tienes que transmitir más de ti misma en cada taza.
Ariel lo miró con incredulidad, su mente trabajando a toda velocidad para entender qué quería decir. Estaba acostumbrada a que las críticas fueran sobre el sabor, no sobre la "personalidad" del café. Sin embargo, decidió no dejarse vencer y se dedicó a perfeccionar su receta, buscando ese "toque personal" que él mencionaba.
—Creo que nunca nos presentamos adecuadamente —habló volviendo a captar su atención —Bastián Fuentes.
—¿Estás seguro Espresso Sarcástico? —respondió Ariel, alzando una ceja desafiante.
Entrecerró sus ojos observándola, notando que aquello era una guerra declarada.
—Nube de Leche eres más perspicaz de lo que creía —replicó con una sonrisa.
—Ariel Parisi —respondió ella, con un tono irritado, pero sin perder su compostura.
—Me encanta tu acento. ¿Eres nativa? —preguntó Bastián, con genuina curiosidad. Ariel lo observó de nuevo, preguntándose qué pretendía con tantas preguntas. Tenía un sinfín de interrogantes en la cabeza, pero sabía que tarde o temprano encontraría las respuestas.
—Sí, lo soy —contestó, jugando con sus manos, intentando mantenerlas ocupadas.
—Yo soy de Nueva York —comentó él, como si fuera algo relevante.
—¿Y eso qué? ¿vas a cumplir mi deseo de navidad? —replicó ella, alzando una ceja con escepticismo. Bastián le sonrió de nuevo, y esta vez, Ariel no pudo evitar reírse.
—Seré tu Santa Claus personalizado, cariño —dijo él, sacándose de algún lugar un gorro rojo y unas orejas de elfo que la dejaron desconcertada.
—Vaya, lo logré. Ese sonido es hermoso —comentó él, refiriéndose a su risa, mientras ella se ruborizaba hasta las orejas—. ¿Me das tu número?
—¿Por qué lo haría? —preguntó Ariel, colocando una mano en su cintura.
—Porque necesitamos estar en contacto, Nube de Leche.
—Me llamo Ariel —le corrigió, con un tono divertido—. ¿Y si te doy mi número, cómo me vas a llamar? —bromeó.
—Sólo dame tu número —insistió Bastián, sin perder la sonrisa.
—No.
—¿Por qué no?
—Porque no quiero que lo tengas. Es muy fácil de entender —respondió ella, riendo.
—¿Apuestas, Nube de Leche? —Bastián alzó una ceja, con un gesto que irradiaba desafío. Ariel se sumergió en un mar de ideas.
—¿Sobre conseguir mi número? —respondió, pensativa.
—Sí, si lo consigo, tendrás una cita conmigo… —propuso él, acercándose un poco más. Ella lo interrumpió poniendo un dedo en sus labios, sintiendo el calor de su piel.
Ariel no podía imaginarse teniendo una cita con él. Bastián era lo opuesto a todo lo que buscaba, no encajaba en su ideal de "gran amor". Pero una chispa de curiosidad brilló en sus ojos. ¿Qué podía perder?
—Y si no lo logras, dejarás de ser mi socio —replicó ella con firmeza.
—Trato hecho —dijo él, extendiendo la mano. Ariel no dudó en estrecharla, consciente de que, al seguir los impulsos de su corazón, podría estar caminando hacia su propia perdición.
En su vida, Ariel nunca había tenido una cita. Amaba dar, recibir cariño, y compartir momentos, pero nunca había estado en una relación.
¿Salía con amigos? Sí.
¿Había besado a alguien? Sí.
¿Se había enamorado? No.
¿Difícil de creer?
Quizás muchos pensarían lo mismo que Ariel: "El amor es solo química," esa misma química que ella prefería llamar "la química del amor." Ariel creía firmemente que podía vivir el resto de su vida sin una pareja, o mejor dicho, sin enamorarse. Cada año, en Navidad, se recordaba a sí misma que jamás caería en esa trampa.
Para ella, el cerebro humano tenía su propia lógica, o al menos, eso quería creer. Las mujeres y los hombres pensaban que se enamoraban, pero en realidad, era solo una reacción del cerebro que los hacía actuar de cierta manera. Para cada acción, había una reacción; el cerebro captaba señales del momento, y las interpretaba. Todo era química, incluso física; no había sentimientos de por medio, ni nada parecido. Ariel, según sus análisis y teorías, estaba convencida de que el amor no era más que atracción sexual entre hombres y mujeres, sin magia ni cuentos de hadas. Su único y verdadero amor siempre sería su madre, el ser que le había dado la vida y que nunca la abandonaría.