Cappuccino Navideño Completa

CAPÍTULO 9: LO ENFRENTARÉ

CAPÍTULO 9: LO ENFRENTARÉ

Bastián dejó el móvil sobre la mesa con un suspiro que se le escapó del pecho. El mensaje ya estaba enviado. Corto, sencillo… pero suficiente. No quería sonar ansioso, aunque lo estaba. Ariel tenía algo distinto, algo que removía una parte de él que había estado demasiado tiempo en silencio.

Se pasó la mano por el cabello recostando su codo de la rodilla.

—Tranquilo, Bastián… no tienes dieciocho —murmuró, negando con la cabeza.

Un sonido lo sacó de su ensueño: un golpecito contra la cuna portátil que tenía en la sala. Al voltear, encontró a Adriel de pie, sujetándose con sus manitos del borde, con los rizos despeinados y la sonrisa traviesa de siempre.

—¡Papá! —balbuceó, y al instante estiró los brazos hacia él.

Bastián caminó hasta allí y lo alzó con facilidad, respirando el olor tibio y dulce de su hijo. Adriel apoyó la cabeza en su hombro y luego señaló la mesa con su vocecita aún torpe:

—Pan… pan…

—¿Tienes hambre otra vez? —preguntó Bastián, besándole la frente—. Hace media hora cenaste, glotón.

El niño rio, como si entendiera la broma, y dio palmaditas en el pecho de su padre.

Se sentaron en el sofá. Adriel comenzó a jugar con las manos grandes de Bastián, intentando encajar sus deditos con los de él. Esa pequeña acción siempre lo desarmaba.

—¿Sabes qué, campeón? —susurró Bastián—. Todo lo que hago, lo hago por ti.

Adriel no comprendía aquellas palabras, pero rio otra vez, como si hubiera entendido más de lo que parecía, y apoyó su frente contra la de su padre.

El teléfono vibró en la mesa, iluminando la pantalla con un nombre que él esperaba ver. Bastián no se movió. Primero abrazó a su hijo, disfrutando de ese instante que le recordaba lo esencial.

Después, cuando Adriel ya dormitaba en sus brazos, se permitió mirar el mensaje. Sonrió con la ilusión de que algo nuevo podía comenzar.

Bastián miró la pantalla iluminada, el corazón dándole un vuelco. No era un “sí” ni un “no”, pero la sola respuesta de Ariel bastaba para arrancarle una sonrisa tonta. Guardó el móvil, porque la prioridad en ese instante seguía dormida en sus brazos.

Se levantó despacio y llevó a Adriel a su cuarto. La habitación era sencilla, pero estaba llena de pequeños detalles: un móvil de estrellas de madera sobre la cuna, una manta azul celeste bordada con su nombre, y un par de carritos regados en el suelo. Lo acomodó con cuidado, arropándolo.

El niño abrió los ojos apenas un segundo, balbuceando medio dormido:
—Pa… pá…

—Aquí estoy, hijo —susurró Bastián, acariciándole los rizos—. Siempre voy a estar aquí.

Esperó hasta que el pequeño volvió a dormirse por completo, respirando pausado para poder salir del cuarto.

Ya en la sala, encendió la lámpara baja y volvió a tomar el móvil. Se quedó un rato mirando la conversación con Ariel, releyendo su respuesta como si pudiera encontrarle algún significado oculto. La sonrisa se le escapaba sola, pero pronto frunció el ceño.

Su vida no era sencilla. No podía invitarla sin pensarlo dos veces. No quería que Ariel lo viera solo como un padre en apuros… aunque lo era. No quería asustarla con todo lo que implicaba estar con él.

Se dejó caer en el sofá, exhalando hondo.

—¿Qué estás haciendo, Bastián? —se preguntó en voz baja.

En el silencio de la noche, la respiración tranquila de Adriel en la otra habitación le devolvía calma. Quizás todo sería complicado. Quizás Ariel se alejaría al descubrirlo, pero, sentía que valía la pena intentarlo.

Mientras en el apartamento, Bastián intentaba convencer a su corazón de que no corriese tan rápido, al otro lado de la ciudad Ariel se revolvía en su cama, con el móvil aún en la mano.

La habitación estaba en penumbras, iluminada apenas por las lucecitas del árbol navideño que había dejado encendido. El aroma a canela de las velas flotaba en el aire, pero ni siquiera esa calidez lograba tranquilizarla.

Releyó el mensaje por enésima vez: ¿Pensabas que no lo iba a conseguir? seguido de las iniciales BF.

Suspiró, enterrando el rostro en la almohada.

—¿Pero ¿qué te pasa, Ariel? —murmuró para sí, como si hablarse en voz alta ayudara a ordenar sus pensamientos.

Era un hombre extraño. Directo, demasiado intenso… pero, al mismo tiempo, había algo en él que le había removido el suelo. Quizá era la forma en que la miraba, o cómo su voz parecía romper las paredes que había construido alrededor de sí misma.

Se giró hacia el techo, observando las sombras que se formaban con las luces parpadeantes. Recordó la manera en que Bastián había insistido, su sonrisa audaz, y cómo ella había intentado ignorarlo… solo para terminar atrapada justo en lo que trataba de evitar.

—Estás loca si crees que esto puede terminar bien —se dijo con un hilo de voz, aunque en el fondo, su sonrisa temblorosa la delataba.

Apretó el móvil contra el pecho, sintiéndose como una adolescente otra vez, dividida entre la emoción y el miedo. No era solo el hombre… era la posibilidad de abrir la puerta a algo nuevo, cuando ni siquiera estaba segura de lo que quería.




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