Cappuccino Navideño Completa

Capítulo 11: Te queda natural

CAPÍTULO 11: Te queda natural

El seis de diciembre amaneció fresco, con un sol tímido que apenas acariciaba las calles.

Bastián llegó al café temprano, con un cansancio que se reflejaba en sus ojos y el coche delante de él. Dentro, Adriel iba con las mejillas sonrosadas, enredado en una manta azul. Eran las ocho en punto y el aroma a canela, café recién molido lo envolvió apenas cruzó la puerta.

Ella, que ya estaba tras la barra, levantó la vista y no pudo evitar sonreír.

—Mira nada más… pensé que venías por un cappuccino, pero veo que me traes competencia —dijo, inclinándose un poco para ver al pequeño Adriel, que observaba todo con sus grandes ojos curiosos.

Bastián bufó una risa suave.

—Bueno, él todavía no pide café, pero no me sorprendería si lo hace pronto.

La joven castaña se agachó un poco para saludar al niño.

—Hola, Adriel… yo soy Ariel. ¿Sabes? Casi rima —dijo, divertida, sacándole una sonrisa al propio Bastián.

—Adiel —balbuceo haciéndola reír y levantar la mirada a Bastián.

—Sí, ya lo noté —respondió él, arqueando una ceja con un gesto que quería ser serio, pero no lo logró. Mientras Ariel le hacía cosquillas leves al pequeño, él carraspeó.

—Gracias por ofrecerte a cuidarlo hoy Nube de Leche. Sé que no es fácil.

—Tranquilo, no es ningún problema —respondió ella con naturalidad—. Además, siempre me han gustado los niños. Y quién sabe, tal vez él termine siendo mi crítico más exigente con el cappuccino navideño.

Ariel buscó una taza que ya tenía preparada detrás de la maquina

—Aquí tienes —dijo, empujando la taza hacia él con gesto desafiante—. El cappuccino navideño versión seis de diciembre. A ver si hoy logro el mejor cappuccino que tanto anhelas.

Bastián arqueó una ceja, tomó la taza entre sus manos y sopló suavemente antes de dar el primer sorbo.

—Mmm… —frunció un poco el ceño, como si se tratara de un jurado exigente.

Ariel lo miraba con los brazos cruzados, impaciente.

—¿Y bien? No me dejes en suspenso, Bastián.

Él sonrió apenas, disfrutando de la tensión que creaba.

—Está muy bueno. Mejor que el de ayer. Pero… —se inclinó un poco hacia ella— todavía le falta un detalle.

Ariel resopló, medio divertida, medio fastidiada.

—¿Otro “pero”? ¿Ahora qué le falta?

—Calor—contestó él con calma, girando la taza en su mano—. No del vapor de la leche, sino del tuyo. Suena cursi, lo sé, pero el día que logres que este café me sepa como tu risa y la pasión que sientes por esto, ese día ganarás la apuesta.

Ariel lo miró con incredulidad, luego se llevó una mano a la frente y rio, la estaba vacilando ¿verdad?

—¿Me estás diciendo que lo que le falta a mi cappuccino es… que yo me ría encima de la taza? —bromeó.

—No exactamente —respondió él con media sonrisa—. Digo que lo técnico ya lo dominas, pero falta ese “algo” que no se mide en cucharadas. Ese toque tuyo. ¿entiendes?

Ella negó con la cabeza, divertida.

—Eres insoportable. Exigente e insoportable.

—Y tú competitiva —replicó él con calma, levantando la taza a modo de brindis antes de dar otro sorbo y desviar la mirada hacia Adriel quien ya se había dormido otra vez—Parece un ángel ahora, no te dejes engañar, despierto tiene batería para rato.

Ariel se inclinó un poco sobre el coche y lo observó con ternura.

—Es precioso… Tiene tus ojos, ¿lo sabías? —dijo con un gesto divertido.

—Sí, eso me dicen —respondió él con un encogimiento de hombros, aunque no pudo ocultar el orgullo que le iluminó la mirada.

La voz de la madre de Ariel, que estaba acomodando unas bandejas de galletas, interrumpió la escena:

Se acercó al cochecito y lo miró con experiencia maternal

—Si llora, lo paseas un poco en brazos. Si tiene hambre, aquí te dejo un biberón. Y si no se calma… me avisas, que ya tengo mis mañas—Ariel rodó los ojos, aunque se le escapó una sonrisa.

—Mamá, lo tengo bajo control, ¿sí? No es la primera vez que cuido un niño.

—Pero sí la primera vez que cuidas uno tan pequeñito mientras atiendes la caja —contraatacó su madre, dándole una palmadita en el hombro.

Bastián soltó una carcajada y, tras inclinarse para besar a su hijo en la frente, se despidió.

—Bueno, Adriel, pórtate bien con tu niñera de hoy. —Luego miró a Ariel con complicidad—. Y si no… suerte.

Ella le sacó la lengua juguetonamente antes de verlo salir.

Bastián rio, negando con la cabeza, y después de unos segundos de conversación ligera, tuvo que despedirse.

—Me voy a la reunión. Si algo pasa, me llamas.

—Todo bajo control —aseguró Ariel, levantando la mano como si estuviera jurando solemnemente.

El bar quedó tranquilo, y Adriel se adaptó más rápido de lo que ella imaginaba, le acomodó un rincón con juguetes pequeños que Bianca —su mamá— había sacado de una caja guardada “por si acaso”.




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