Cappuccino Navideño Completa

Capítulo 12: un árbol perfecto

CAPÍTULO 12: un árbol perfecto

El aire frío de la tarde les dio la bienvenida en cuanto salieron del café. El cielo se teñía de tonos dorados y rosados, y las luces navideñas empezaban a encenderse tímidamente en las calles.

Bastián aseguró a Adriel en su silla para el coche, mientras Ariel lo observaba desde el otro lado, con las manos en los bolsillos del abrigo. Unos minutos después, ya estaban en marcha, dejando atrás las calles céntricas.

El motor ronroneaba con suavidad y, en el interior del auto, la calefacción apenas empezaba a templarles las manos. Ariel miraba por la ventanilla cómo las luces de la ciudad se quedaban atrás, cediendo el paso a la carretera y a los primeros indicios de campo abierto.

El aire frío de la tarde se colaba por la ventanilla entreabierta del coche, trayendo consigo ese olor inconfundible de diciembre: mezcla de leña lejana, dulces recién horneados y la promesa de fiestas por venir.

Se acomodó en el asiento del copiloto, todavía con la sensación extraña de haber dejado a su madre al mando del café. Se frotó las manos, sonriendo apenas al ver cómo Bastián revisaba el retrovisor antes de salir del centro de la ciudad.

—No puedo creer que mi mamá me haya echado del trabajo así, sin más —murmuró ella, divertida.

—Yo diría que te dio el permiso más oficial del mundo —replicó él, con una sonrisa ladeada—. Además, ¿a quién se le niega un árbol de Navidad?

El coche avanzaba hacia las afueras. Pronto los edificios fueron quedando atrás, dando paso a carreteras bordeadas de árboles desnudos y colinas que parecían dormidas bajo el cielo grisáceo.

—¿Siempre compras el árbol en viveros tan lejos? —preguntó Ariel, mirándolo de reojo.

—Claro. Los del centro son todos pequeños, sin vida… —alzó una ceja, como si lo tuviera muy claro—. Si vamos a hacerlo, que sea bien. Quiero que Adriel tenga un árbol que le dure todo diciembre y que casi toque el techo de la sala, es la primera navidad que celebraré con él. —confesó mientras miraba por el retrovisor.

Ariel soltó una risa suave.

—¿Y también quieres que sea simétrico, verde perfecto y con aroma a bosque recién llovido?

—Si —dijo él con fingida solemnidad—, si vamos a empezar una tradición, quiero hacerlo en grande.

Ella giró la cabeza hacia la ventanilla, contemplando los campos que se extendían a lo lejos. Había algo especial en ese trayecto: un silencio cómodo, salpicado de risas y pequeñas confesiones. Sentía que aquel viaje no era solo por un árbol, sino por algo mucho más simbólico, aunque no se atrevía a decirlo en voz alta.

—No pensé que buscar un árbol pudiera volver a sentirse… importante —admitió ella, rompiendo el silencio.

Bastián la miró de reojo, serio por un segundo.

—En algún momento volvemos a nuestra infancia. No se trata del árbol en sí… se trata de con quién lo eliges y decoras —soltó dándole una que otra mirada.

Ella sintió que el corazón le dio un pequeño salto. Fingió buscar algo en su bolso solo para no dejar que él la sorprendiera sonrojada.

A lo lejos, los letreros pintados a mano anunciaban el inicio de la zona de viveros. “Pinos reales, abetos, frescura garantizada”, decía uno, colgando torcido entre dos postes. Ariel soltó una carcajada.

—Esto parece un club secreto de árboles.

—Pues bienvenida —contestó él, girando el volante hacia un camino de tierra—. Vamos al inicio.

Cuando el coche se adentró entre hileras interminables de pinos, el aire cambió. Olía a resina, a bosque, a Navidad en estado puro. Ariel bajó un poco la ventanilla y respiró hondo, como una niña entrando en un parque de diversiones.

—Wow… —murmuró, con los ojos brillando—. Creo que acabo de entender por qué insististe en venir tan lejos.

—Ooooh oh —balbuceo el niño —Adiel… —

Bastián aparcó y, antes de bajar, la miró con una chispa de diversión en los ojos.

—Prepárate. Esto es casi una misión de alto riesgo. Elegir un árbol puede sacar lo mejor y lo peor de una persona.

Ariel arqueó una ceja.

—¿En serio? ¿O me estás asustando para que deje que elijas tú?

—No, no… —dijo él, abriendo la puerta y saliendo—. Solo digo que aquí se revela el verdadero carácter.

Ella rio y lo siguió, dejando que el frío le tiñera las mejillas de rosa. Frente a ellos se extendía un mar de árboles, cada uno con su forma, su tamaño, su promesa de Navidad. Después de mucho tiempo, Ariel sintió que no estaba eligiendo solo un árbol: estaba eligiendo un recuerdo.

Caminaba al lado de Bastián, que llevaba Adriel de la mano con una mezcla de seriedad y orgullo, como si estuviera presentando al mundo entero a su hijo.

—Tengo que admitirlo —comentó Ariel, metiendo las manos en los bolsillos de su abrigo—. No esperaba que mi primer paseo para elegir un árbol de Navidad fuera en plan niñera oficial.

—Ni yo esperaba que aceptaras —replicó Bastián con una sonrisa ladeada, mirándola de reojo—. Tal como ocurrió pensé que dirías que estabas demasiado ocupada o que odiabas el olor a pino.




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