Cappuccino Navideño Completa

CAPÍTULO 13: CAFÉ CON POESÍA

CAPÍTULO 13: CAFÉ CON POESÍA

La sala olía a cajas viejas de adornos y a ilusión. Ariel extendía las luces mientras Jack desenredaba cintas con la torpeza de siempre. El árbol descansaba en el centro de la sala, todavía envuelto en la red. Apenas Bastián lo acomodó en la base metálica, Jack aplaudió como si se tratara de un logro heroico.

—Bien, misión cumplida —dijo, estirando los brazos—. Ahora solo falta que se vea como un árbol de Navidad y no como un secuestrado.

Ariel rio mientras se agachaba para cortar la red. Las ramas se desplegaron lentamente, llenando el espacio con el aroma fresco del pino. Adriel, desde el suelo, batía las manitos emocionado, balbuceando sonidos que parecían aplausos descoordinados.

—Mira quién es el más entusiasmado —comentó Ariel, acercándose al pequeño y mostrándole una esfera roja brillante—. ¿Quieres ayudarme?

—Siii —contestó y estiró los brazos, en cuanto la tuvo en las manos, empezó a sacudirla como si fuera un juguete. Jack no pudo evitar reírse.

—Genial. Ya tenemos al decorador oficial. ¿Cómo se dice?

—Fe-liz Navitad —y tanto Bastián como Ariel voltearon a verlo con los ojos brillosos.

Entre bromas y risas, fueron colocando las esferas, las guirnaldas y las luces. Ariel y Jack discutían sobre cual rama era la mejor para colgar la estrella, mientras Bastián, con su paciencia característica, se encargaba de enderezar las decoraciones torcidas.

—Si seguimos así, el árbol va a parecer una obra de arte moderna —bromeó Jack, viendo cómo Ariel colocaba varias esferas juntas en la misma rama.

—Se llama estilo —replicó ella, sacándole la lengua.

La sala se llenó de risas y del sonido de cajas abriéndose. Entre esferas envueltas en papel viejo y luces enredadas, Ariel iba dando indicaciones como si fuera la directora de una orquesta.

—Jack, esas luces van del centro hacia arriba, no al revés —decía divertida.

—¡Tú manda, jefa! —contestó él, fingiendo un saludo militar mientras enredaba más de lo que ayudaba.

Adriel, entretanto, había decidido que lo más divertido era hacer rodar dos bolas por el suelo, persiguiéndolas entre risitas mientras su padre lo observaba con una mezcla de ternura y alivio. Minutos después el pequeño terremoto estaba en sus brazos, quien se estiraba con todas sus fuerzas para alcanzar las bolas de colores. Cada vez que sus deditos tocaban una, soltaba una carcajada contagiosa.

—Mira, pequeño travieso —susurró Bastián, levantándolo un poco más—, esta es tu primera Navidad de verdad.

Ariel los observó de reojo y sintió que algo tibio le recorría el pecho. Por un instante, el árbol, las luces con todo lo demás parecían desvanecerse: solo quedaban ellos cuatros y esa risa pura que llenaba la casa.

Cuando al fin colocaron la estrella en lo alto del árbol, todos dieron un paso atrás para admirar el resultado. Las luces parpadeaban suavemente, iluminando la estancia con un brillo cálido.

Jack cruzó los brazos y asintió con solemnidad.

—No está mal. Pero creo que falta algo.

—¿Qué? —preguntó Ariel, curiosa.

Jack la miró con fingida seriedad.

—Un cappuccino navideño. El primero en frente de este árbol.

Ariel alzó una ceja, pero no pudo evitar sonreír.

—Con que eso faltaba, ¿eh? —ella rodó los ojos, pero sonrió.
—Sabía que terminarías pidiéndolo.

—Exacto —replicó Jack, dejándose caer en el sofá—. Tú eres la especialista, y yo quiero la experiencia completa.

Bastián, divertido, le hizo un gesto a Ariel para que aceptara.

—Creo que es una buena tradición para inaugurar el árbol.

Ariel fue hasta la cocina junto a los hermanos Fuentes y comenzó a preparar el café. Mientras la máquina resoplaba y llenaba el aire con ese aroma inconfundible, su voz se alzó desde la barra, clara y un poco soñadora.

—¿Saben de dónde viene el cappuccino? —preguntó, mientras espolvoreaba cacao sobre la espuma.

—Ilumínanos —dijo Jack, ya acomodado como si esperara un cuento.

Ariel sonrió.

—Se dice que nació en Italia, hace siglos. Los monjes capuchinos lo popularizaron, porque el color de la mezcla de café y leche se parecía al tono de sus túnicas. De ahí viene el nombre. —Alzó la taza para mostrar la crema perfecta—pero en realidad todo comenzó en Viena, allá lo llamaban kapuziner, porque el color se parecía al hábito de los frailes capuchinos. Luego los italianos lo hicieron suyo, con el espresso y esa espuma cremosa que lo hace perfecto —siguió relatando con los ojos brillosos

—En Italia, por tradición dicen que el cappuccino solo se toma en el desayuno. Jamás después de las once de la mañana. —Ariel rio suavemente, negando con la cabeza—. Pero no siempre es así y en la actualidad muchas cosas pasaron a ser leyendas… los adictos como yo y para muchas otras personas la hora nunca importa. A cualquier hora del día, un cappuccino siempre es bienvenido.

Sirvió las tazas, coronándolas con espuma perfecta y un toque de cacao, cuando alzó la vista, se encontró con la mirada fija de Bastián. Él no decía nada, solo la observaba con esa mezcla de ternura y algo más profundo.




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