CAPÍTULO 14: ALIADOS
El reloj marcaba casi la medianoche cuando Bastián estacionó frente al edificio de Ariel. Durante el trayecto, habían compartido silencios cómodos y alguna que otra risa, recordando los momentos más divertidos de la decoración del árbol.
—Gracias por traerme —dijo Ariel mientras desabrochaba el cinturón, un hilo de sonrisa en los labios.
—Siempre —contestó él, mirándola un instante antes de bajarse del auto—. Nos vemos mañana.
Ariel abrió la puerta del edificio y lo miró un segundo más. Había algo en la forma en que él la había acompañado toda la tarde que la hizo sentir ligera, como si algo hubiera cambiado sin necesidad de palabras.
—Buenas noches, Bastián —susurró, antes de cerrar la puerta detrás de ella.
***
Al entrar en el apartamento, su mamá ya estaba en la sala, sentada en el sofá con los brazos cruzados y una sonrisa traviesa.
—¡Ah, por fin! —exclamó—. Ven, cuéntame todo. ¿Cómo estuvo el paseo? ¿Sobrevivió el árbol?
Ariel rodó los ojos, divertida.
—Mamá… sí, sobrevivió y está precioso, de verdad.
—Ajá —dijo su mamá, arqueando una ceja—. Seguro lo único que hicieron fue hablar de decoración, y de lo bella que eres ¿no?
Ariel se sonrojó y negó con la cabeza, riéndose.
—Mamá, no exageres…
En ese momento, un golpe en la puerta interrumpió la escena. Al abrirla, Jonny y Mónica entraron cargando bolsas que olían a galletas de jengibres recién horneadas y chocolate caliente.
—¡Sorpresa navideña! —dijo Jonny, entrando con pasos exagerados como si él mismo fuera un regalo—. ¡Trajimos galletas, chocolate y felicidad en abundancia!
—Y oídos para un poco de chisme —añadió Mónica, empujando suavemente a Jonny—. Queríamos escuchar todo de primera mano.
La mamá de Ariel se levantó de golpe, señalando a los invitados con teatralidad.
—¡Ah, por fin, aliados míos! Esto promete. Si no me cuentan todo, prometo que les pongo a limpiar el bar durante una semana.
Todos rieron, Jonny levantó las manos en señal de rendición.
—Trato hecho… pero no nos hagas cocinar también, ¿sí?
Mónica se dejó caer en el sillón, mirando a Ariel con complicidad.
—Bueno, ¿y qué hay de Bastián? ¿Tu paseo fue todo dulce o hubo drama también?
Ariel se río, tapándose la boca.
—¡Mamá! Déjame respirar… pero digamos que el paseo tuvo su magia.
Bianca se acercó, dándole un codazo amistoso.
—¡Eso me gusta escuchar! Ahora sí, sentémonos a disfrutar, que el árbol no se va a admirar solo y estos dulces no se van a comer solos.
La sala se llenó de risas, aromas a canela y azúcar, un calor familiar y clima que solo la Navidad podía ofrecer. Ariel, mientras servía la bebida caliente, no pudo evitar sonreír por lo vivido ese día, pensando que algunos momentos mágicos no necesitan ser perfectos, solo compartidos con las personas correctas.
Ariel estaba sentada en la alfombra, con una taza de chocolate caliente entre las manos, observando cómo su mamá y sus amigos reían y comentaban cualquier detalle del día. Había algo hermoso en ese cuadro: todos tan pendientes, tan curiosos, tan felices por verla sonreír. Y aunque se divertía con ellos, en su interior sentía una punzada de conciencia.
Nunca se había dado del todo la oportunidad de abrir su corazón, de arriesgarse en serio. Por eso, verlos así —emocionados, soñadores, casi como si fueran parte de la historia— le sacaba una sonrisa. Sí, Bastián le gustaba, no lo dudaba. Era un gran hombre, pero todavía quedaba mucho por descubrir, mucho camino por andar y ella en el amor a primera vista no creía.
Más tarde, Bianca fue la primera en levantarse.
—Mis aliados, yo me rindo mañana tengo que madrugar. —Le dio un beso en la mejilla a Ariel y un abrazo apretado a los demás—. No cuenten el final sin mí, ¿eh?
—Prometido —dijo Ariel sonriendo, viéndola desaparecer por el pasillo.
La noche avanzó y la conversación se fue apagando entre risas flojas. Mónica, rendida en el sofá, terminó con la cabeza apoyada en un cojín, respirando profundo. Jonny se levantó en silencio, buscó una manta y, con cuidado, la arropó. Ariel lo observó desde la mesa, conmovida por el gesto.
Él la pilló mirándolo y sonrió.
—No digas nada Copito. Si se despierta y me ve, jura que soy demasiado cursi.
Ariel río bajito, llevándose una mano a la boca.
—No es cursi, Jonny. Es lindo.
Se quedaron un segundo en silencio, hasta que él regresó y se dejó caer junto a ella.
—¿Y tú? —preguntó con voz baja, señalando con la mirada hacia la puerta, en dirección a donde horas antes la había dejado Bastián—. ¿Qué piensas de todo esto?
Ariel suspiró.
—Pienso… que todos están más ilusionados que yo. —Sonrió leve, pero sincera—. No me malinterpretes, me agrada. Es un gran tipo. Pero… aún nos queda mucho por conocer y me alegra verlos felices, soñando conmigo, aunque yo apenas esté empezando.