CAPÍTULO 15: LE FALTA ALGO
Los días comenzaron a correr con una rutina que, poco a poco, se volvió costumbre.
Cada mañana, Ariel cumplía con lo prometido: preparar el cappuccino de Bastián. Y aunque él siempre lo recibía con una sonrisa, ella misma reconocía, con frustración divertida, que aún no lograba “el toque perfecto”.
—Le falta cremosidad en la espuma —decía un día, mirando la taza como si fuera un examen reprobado.
—Hoy está bien… pero le falta calor, como si el abrazo llegara tarde —opinó al siguiente.
—Le falta ese punto dulce que no empalaga, pero conquista —resoplaba otro día, haciendo reír a Bastián.
Él, sin embargo, jamás dejaba una gota en la taza.
—Pues si esto es lo que llamas “fallar”, ojalá me falles todos los días —bromeó, provocando que ella lo empujara con el hombro y rodara los ojos.
Entre cappuccinos, fueron surgiendo momentos que se volvieron memorables sin esfuerzo. Un paseo improvisado al parque con Adriel, donde Ariel terminó con nieve en el pelo porque Bastián insistió en que lo ayudara a hacer una montaña para que el bebé se lanzara encima. Una tarde de compras en la que discutieron quince minutos sobre si las luces navideñas debían ser blancas o de colores. Y hasta una noche en la que terminaron en la cocina, ensayando un menú riéndose a carcajadas.
Faltaban apenas doce días para Navidad y Milán olía a canela y prisa. Esa mañana, Ariel salió del Bar Parisi cargando varias cajas con dulces y mini panettones; los llevaba apilados hasta el mentón y apenas veía por dónde caminaba.
—Felices fiestas —iba diciendo a todo el que se cruzaba mientras avanzaba por la calle angosta.
Al doblar una esquina, se encontró con el señor Rinaldi, su vecino, siempre con su sombrero y bufanda perfectamente colocados.
—¡Buenos días, señorita Ariel! —saludó él.
—Buenos días, señor Rinaldi —respondió ella, ajustando las cajas para que no se cayeran—. ¿Ya sabe qué catering contratarán para su cena navideña?
Él asintió con energía.
—Claro que sí. Este año nos quedamos con Jillian. Ya sabe, son rápidos y traen de todo.
Mordió su lengua antes de soltar un comentario. Jillian era su competencia más fuerte.
—¿Y sabe qué catering han elegido los hoteles grandes? El Pryde, el Hilton… —preguntó con curiosidad.
Rinaldi se encogió de hombros.
—No, de eso no me han dicho nada. Quizás todavía estén decidiéndolo.
Se despidieron y ella siguió su camino. Entregó los pedidos y regresó al Bar Parisi, donde el olor a crema pastelera la recibió como un abrazo. En la cocina, Mónica y su madre estaban inclinadas sobre la mesa, rellenando cornettos con crema.
—¿Cómo te fue? —preguntó su madre sin levantar la vista.
Les contó lo que le había dicho el señor Rinaldi y las dos se miraron en silencio.
—Tenemos que movernos más con la publicidad —dijo Mónica, limpiándose las manos con un paño—. Jillian nos está ganando terreno.
—Hemos recibido pocos pedidos para estas fechas… nada grande, solo lo de siempre. Ni un servicio de catering importante —suspiró Ariel, apoyándose en el mostrador—. Quizás sea hora de pedirle un deseo a Papá Noel como todos los años.
—Si crees que eso funciona, yo te acompaño —rio Mónica mientras terminaba de decorar un pastel en forma de arbolito de varios pisos—Listo —dijo ella orgullosa.
—Le falta algo —Ariel se acercó y, con fondant, modeló una estrellita que colocó en la punta—. Ahora sí está perfecto para entregar.
—Haré la entrega —respondió Mónica tomando la caja.
—Bien. Mientras las chicas atienden, yo adelantaré el quiche y los arancini —dijo Ariel, arremangándose el delantal.
Cuando Mónica volvió, Ariel se acordó de que había quedado con Jonny para salir a comprar los regalos de Navidad: algo para Mónica, para su madre, para Jack que siempre venía a la ciudad… y, de paso, algo para Bastián y Adriel.
—Saldré a reunirme con un cliente ¿puedes cerrar más tarde? —le preguntó a Mónica una vez terminó todo —Por cierto, el pedido de los Señores Russo está listo.
—Anda tranquila, yo me encargo —respondió Mónica revisando todos los postres que quedaban en exhibición.
Más tarde, luego de haber recorrido miles de tiendas, Ariel y Jonny se sentaron a comer un helado en una pequeña gelatería con vista al canal. La tarde estaba gris, pero el aire sabía a vainilla y promesas.