CAPÍTULO 17: NO QUIERO SER TU AMIGO NADA MÁS
Bastián levantó la taza y probó un sorbo del cappuccino. Frunció el ceño.
—Está… raro —dijo, con la ceja levantada, como si intentara descifrar el misterio sumergido.
Ariel lo observaba desde la barra, cruzada de brazos, con esa mirada que mezclaba fastidio y orgullo.
—Claro que está raro —respondió, sin mirarlo—. Probablemente porque no sabes lo que estás haciendo… o porque lo que intentas es ridículo.
Él la miró y sonrió, reconociendo ese tono suyo que ya conocía demasiado bien, ella estaba furiosa, sabía que perder apuesta tras apuesta la tenia de mal humor.
—¿Ridículo? ¿Intentar que a alguien se le bajen los humos?
—No me hagas reír Espresso Sarcástico—replicó ella—. Sé exactamente lo que estás intentando, Bastián.
Él arqueó una ceja, divertido y curioso a la vez.
—¿Ah, sí? ¿Y qué sería eso?
—Que me hagas… caer —dijo ella, dejando que la ironía se filtrara en cada palabra—. Pero déjame confesarte algo: no creo en eso que llaman “amor”.
Bastián dejó la taza sobre la barra y la miró fijamente, captando cada gesto, cada tensión.
—¿Ah, no?
—No —continuó ella, sincera—. Enamorarse es solo lo que la gente cree que hace. Una reacción química del cerebro, nada más. No hay sentimientos profundos, ni promesas, ni destinos románticos. Solo hormonas y atracción física. Dos personas, hormonalmente predispuestas, genéticamente compatibles… eso es todo.
La observó, divertido, sin perder la sonrisa.
—Vaya… —dijo, acercándose un poco más—. Suena bastante convincente cuando lo dices así.
Ella se encogió de hombros, con una mezcla de orgullo y desafío.
—Por eso siempre me pareció absurdo el amor. Te lo aseguro, todo eso que venden en películas y novelas es basura.
Él la observó, divertido, pero con algo de admiración creciente.
—Entonces, ¿qué pasa si empiezas a dudar de tu propia teoría? —preguntó, con un hilo de picardía.
Ariel vaciló un segundo, sin querer admitirlo ni siquiera frente a sí misma.
—Tal vez… tal vez mis experimentos empiecen a mostrar resultados inesperados —murmuró, cruzando los brazos de nuevo, más por costumbre que por defensa.
Él sonrió, sabiendo que había tocado un terreno sensible, y entendió, la apuesta era más que solo un medio para acercase a ella.
Se quedó observándola, divertido, mientras el vapor del cappuccino dibujaba espirales sobre la taza.
—Entonces, Nube de Leche… —dijo con esa media sonrisa que tanto la desarmaba—, ¿me estás diciendo que esto es solo un experimento para ti?
Ariel levantó la mirada y lo enfrentó con su habitual mezcla de orgullo y desafío.
—Todo lo que vivimos lo es —señaló la taza de café, el bar, y de último a él—incluso esto es un juego que acepté porque me gusta competir. Me gustan las apuestas, me gusta meterme en desafíos… y sí, acepté este reto contigo. Pero que quede claro: para mí, esto no es un juego de corazones. Es un reto que quiero superar, descubrir, Mi hada madrina me dijo que debía intentarlo… y ganar.
Bastián arqueó una ceja y se apoyó en la barra, cada vez más cerca.
—¿Y qué pasa si el “reto” empieza a complicarse? —preguntó, con esa mirada que no admitía evasivas.
Ella se encogió de hombros, aunque sentía que su teoría sobre el amor empezaba a temblar.
—Si me divierto, eso no significa que cambie lo que pienso. Que me divierta contigo no convierte esto en algo romántico. Estoy aquí para ti… prefiero ser una gran amiga nada más.
Él se inclinó un poco más sobre la barra, con la seriedad brillando en sus ojos.
—Pues yo no quiero ser tu amigo nada más, Nube de Leche.
Ariel lo miró, atrapada entre el sarcasmo que siempre la protegía y el vértigo de esas palabras que desarmaban cualquier muro.
Él dejó escapar una risa suave, como para suavizar la confesión, pero sin restarle peso.
—Eso suena a que, aunque te estás divirtiendo, todavía quieres mantener el control.
—Control es justo lo que necesito —replicó ella, mordiendo la lengua para no dejar escapar más de lo que quería admitir.
Mientras él jugueteaba con la cuchara en su taza, Ariel se permitió mirar de reojo cómo se movía por la barra, cómo esa sonrisa suya podía desarmarla con un solo gesto. Por un instante, la teoría de la química cerebral pareció flaquear. Quizá había algo más en el juego que simples hormonas y neurotransmisores.
Pero, firme en su decisión, volvió a apoyarse contra la barra, cruzando los brazos.
—Que quede claro, Espresso Sarcástico: este juego es serio para mí. Cada apuesta, cada cita… no es solo diversión. Es un reto que quiero entender, y tú eres la parte complicada que debo descifrar.
Él sonrió, satisfecho. En lugar de bromear o lanzar algún comentario desafiante, se quedó en silencio un instante, observándola. Sabía que, aunque ella jugaba, lo hacía con reglas propias, mucho más exigentes que cualquier apuesta absurda que hubieran inventado. Un juego serio que no podía predecir ni controlar, y eso lo fascinaba.