CAPÍTULO 18: CITAS
Ariel caminaba entre las luces navideñas del centro, flanqueada por Jonny y Mónica. El frío le enrojecía la nariz, pero el ambiente era tan festivo que casi se olvidaba de que estaba en medio de una locura de citas con Bastián.
—Admito que este lugar se ve mejor en Navidad —comentó Jonny, con las manos en los bolsillos—. Parece sacado de una postal.
—Una postal bastante cara —bufó Mónica, girando los ojos hacia los escaparates llenos de luces—. ¿Han visto lo que cuesta un simple gorrito de lana? Cuarenta euros por un pedazo de hilo. ¡Cuarenta! ¡¿de qué está hecho, oro?!
—Podrías tejerlo tú —murmuró Jonny, divertido.
—¿Yo? —Mónica lo fulminó con la mirada—. Prefiero apostar con ella —dijo señalando a su amiga.
Ariel sonrió, disfrutando del tira y afloja habitual de sus amigos, cuando un “¡Ho, ho, ho!” resonó con fuerza. Frente a un árbol gigante iluminado, un Santa Claus repartía caramelos y escuchaba deseos de los niños.
Jonny se adelantó un paso, arqueando una ceja.
—No me digas que… —empezó a decir, pero Mónica ya empujaba a Ariel hacia la fila.
—¡Anda! —exclamó Mónica de inmediato, empujando a Ariel con una sonrisa traviesa—. Dijiste hace poco que querías pedirle un deseo a Papá Noel. Este es el momento ideal.
—¿Qué? No, ahora no es el momento, hay muchos niños Moni —protestó Ariel, pero terminó avanzando, riendo entre dientes.
—Y tú eres una niña con exceso de cafeína —se burló Mónica, cruzándose de brazos.
Jonny se rio por lo bajo.
—No la presiones… aunque sería divertido ver a Copito pedir un pony.
—¡Cállate! —le espetó Ariel, riendo nerviosa mientras, sin darse cuenta, ya estaba en la fila.
Diez minutos después estaba, frente a Santa, con las mejillas encendidas y la sensación absurda de que todo el centro comercial la estaba mirando. Ella, que juraba no caer en juegos infantiles, parecía de pronto la niña que mamá llevaba de la mano para pedir muñecas.
Santa la observó como si llevara siglos conociéndola, como si de verdad pudiera ver más allá, esa sensación le puso la piel de gallina.
—¿Y tú, jovencita? ¿Qué deseas para esta Navidad?
Respiró hondo.
—Éxito para Bar Parisi. Más clientes, más ventas… que todo el esfuerzo valga la pena —pidió entre suspiro.
El Santa asintió solemne, como si acabara de escuchar la petición más importante de la noche.
—Ese es un buen deseo. Y creo que tienes la determinación suficiente para lograrlo. —Luego inclinó la cabeza, ladeando una sonrisa—. Pero dime, ¿y el anhelo de tu corazón? Lo que tu niña interior realmente desea.
Ariel parpadeó tres veces, como si necesitara reiniciar el cerebro.
—¿Mi niña interior? —repitió, incrédula.
Santa asintió con la seriedad de un juez dictando sentencia. Ella abrió la boca, pero nada salió. ¿Qué debía pedir? ¿Un viaje a París? (que irónicamente ya era su apellido), ¿un castillo inflable? ¿Alguien que le hiciera creer en las relaciones de parejas? Una risa nerviosa le escapó.
—No lo sé —confesó al fin, encogiéndose de hombros.
—Claro que lo sabes —replicó Santa, con firmeza—. Solo que no te permites verlo, debes experimentar para saber si es realmente lo que quieres.
De pronto lo supo, pero no se atrevía a decirlo. No anhelaba algo perfecto de catálogo, sino una Navidad caótica, llena de risas, de recuerdos que pudieran atesorarse. Una Navidad suya, como las de antes, que la hicieran sentir una niña otra vez.
—Eso quiero —admitió al fin, casi en un susurro.
Santa sonrió satisfecho
—No todos los recuerdos ni personas destruyen lo que construyen. Ellos transforman, reinventan. Y tú… —le guiñó un ojo—, estás más cerca de esa locura de lo que imaginas —escucharlo solo hizo que se le erizara más el cuerpo.
Cuando volvió con Jonny y Mónica, ellos no dijeron nada, solo la miraron con ternura.
—No pediste nada para ti —murmuró Jonny.
—Ya lo hice —replicó ella, encogiéndose de hombros—. Si el café va bien, yo voy bien.
—Ajá —canturreó Mónica, dándole un codazo—. Te brillan los ojos. Eso fue magia navideña, ¿sí o no?
—¡No! —rio Ariel, cubriéndose el rostro.
Aunque la risa le salió ligera, no pudo negar lo que había sentido. Fue como si de pronto hubiese entrado en una de esas películas navideñas que tanto adoraba: luces brillando, un Santa mirándola como si supiera un secreto de su corazón, y ella con esa extraña calidez latiendo en el pecho. ¿Era magia navideña? Quizá sí. O tal vez era simplemente la Navidad recordándole que todavía podía soñar como una niña.
—Bueno… —murmuró, bajando las manos con una sonrisa que no pudo ocultar—, digamos que fue… raro. Bonito, pero raro.
Jonny levantó una ceja, con esa cara de hermano mayor fastidioso.
—Traducción: sí, sentiste la magia, pero no quieres admitirlo porque seguro piensas en cierto italiano testarudo.