CAPÍTULO 19: DECISIONES
Eran casi las ocho de la noche cuando Ariel regresaba de entregar un pedido y se topó con el señor Rinaldi, quien la saludó con ese aire de empresario siempre apurado.
—¡Señorita Parisi! —exclamó con una sonrisa—. Justo iba a llamarla. Parece que Jilian será el encargado del evento de los D´Este. Quizá tenga que recurrir a sus servicios si me llegan a cancelar.
Ariel disimuló y forzó una sonrisa.
—Encantada, señor Rinaldi. Espero que Jilian tenga muchos éxitos. Yo… yo tengo bastante trabajo por delante, menús que ajustar, pedidos que entregar
No dijo más. No podía. Le costaba aceptar que había llegado tan lejos para, nada.
Estaban cerrando el lugar y mientras revisaba facturas en la barra, el teléfono fijo sonó.
—¿Bar Parisi? —la voz impecable de Jacqueline llenó el auricular, tan elegante como un abrigo de marfil—. Habla Jacqueline D´Este
Ariel se quedó muda unos segundos.
—Así es… ¿en qué puedo ayudarla.
—He tomado mi decisión —continuó Jacqueline, con una serenidad que imponía—. He probado a los mejores, pero ninguna propuesta tuvo la fuerza que encontré en la suya. La hallaca fue… inesperada. Y eso es lo que busco. El Bar Parisi será el encargado del catering de nuestra cena conmemorativa.
Ariel apretó el auricular como si fuera a escapársele de la mano.
—¿En serio? —susurró, incrédula.
—En serio —confirmó Jacqueline—. Prepárese, señorita Parisi. Lo que se aproxima no es un evento cualquiera, es un escenario cargado de relatos. En diciembre, cada escenario susurra su historia.
La llamada terminó, pero las palabras quedaron flotando como campanillas en el aire. Ariel bajó lentamente el teléfono, temblando entre la incredulidad y la euforia.
—¿Qué dijo? —gritó Bianca, casi sin aliento, mientras Mónica se acercaba con los ojos desorbitados.
Ariel levantó la mirada, todavía incrédula, con un brillo húmedo en los ojos.
—Dijo… que somos las elegidas.
El bar explotó en gritos, saltos y abrazos. Bianca chillaba como si hubiera ganado la lotería, Mónica la levantaba del suelo girándola en círculos, y Ariel permitió que la emoción venciera al miedo.
Por unos segundos, en ese bar pequeño, se sintió que todo era posible.
La euforia aún vibraba en el aire cuando la campanilla de la puerta volvió a sonar. Ariel, con las mejillas todavía encendidas de tanta emoción, alzó la vista y casi se atragantó con el chocolate que tenía entre las manos recién hecho.
Era Bastián. Y no venía solo. A su lado caminaba un hombre alto, de porte imponente y mirada penetrante. Su traje oscuro parecía hecho a medida para intimidar y su paso transmitía la seguridad de alguien acostumbrado a mover hilos importantes.
—Nube de Leche —saludó Bastián con esa sonrisa ladeada que comenzaba a detestar por todo lo que le generaba—. Quiero presentarte a alguien.
—Un placer —dijo Jareb, extendiéndole la mano con firmeza—. He oído maravillas de este lugar.
Ariel lo saludó con educación, aunque no pudo ocultar el desconcierto. ¿Qué hacían ellos allí, justo esa noche?
Bastián, notando la confusión en su mirada, se inclinó un poco hacia ella.
—Jareb es amigo de la familia. Está organizando una pequeña fiesta para su hija Jessie, en dos días —explicó—. Pensé que sería buena idea que conociera Bar Parisi. —le guiño el ojo.
El corazón de Ariel dio un vuelco.
—¿Una fiesta…? —repitió, incrédula.
—Sí —confirmó Jareb con un gesto cansado, aunque amable—. Annie, mi esposa, quiere que sea un evento íntimo pero perfecto. Y yo… bueno, no confío en cualquiera para un detalle así. —comentó con más confianza —si no fuera por este idiota —que no dejaba de mencionarte.
Bastián le sostuvo la mirada, con un dejo de picardía.
—Ya sabes que te debo la cita de hoy—dijo, bajando un poco la voz, como si solo quisiera que ella lo escuchara—. avísame cuando llegues a casa, iré por ti.
Ella parpadeó, incapaz de decidir si quería abofetearlo o sonreír como una tonta. Antes de que pudiera contestar, la puerta volvió a sonar.
—¡Ariel! —la voz alegre de Jonny llenó el lugar.
Ella apenas tuvo tiempo de reaccionar antes de que su amigo la levantara en brazos y la girara en el aire, provocando carcajadas nerviosas. Jareb alzó una ceja divertido, y Bastián, aunque mantenía la compostura, no pudo ocultar la tensión que endureció su mandíbula al ver la escena.
—Jonny, bájame, me vas a marear —protestó Ariel, entre risas.
—Ni pensarlo, Copito. Hoy me siento millonario de felicidad —dijo Jonny, depositándola de nuevo en el suelo.
Ariel aprovechó el momento para presentarlos, aún un poco azorada.
—Bastián… él es Jonny, mi mejor amigo, casi mi hermano. Y Jonny, él es… Bastián.
Los dos hombres se estrecharon la mano con una sonrisa diplomática, aunque el aire entre ellos chisporroteó con esa rivalidad silenciosa que no necesita palabras.