CAPÍTULO 23: UNA OPORTUNIDAD
Los días previos al Año Nuevo pasaron como si alguien hubiera adelantado el reloj. Entre las citas que ya se habían vuelto costumbre, los preparativos del bar y las constantes idas y venidas de amigos, Ariel apenas tenía tiempo para pensar. Bar Parisi estaba a reventar: turistas que buscaban un café que los abrigara, vecinos que ya no podían pasar un día sin su cappuccino navideño, y las inevitables despedidas del año que llenaban las tardes de brindis improvisados.
Bastián, fiel a su palabra, no solo aparecía para verla, sino que se había vuelto una especie de héroe silencioso. Pasaba horas detrás de la barra revisando cuentas, ajustando números y resolviendo problemas de logística como si hubiera nacido para eso.
—Si no fuera por ti, ya estaríamos sirviendo cafés gratis sin saberlo —le dijo Jonny una tarde, medio en broma, mientras revisaba los balances.
Bastián sonrió, quitándole importancia.
—Solo intento que empiecen el año sin dolores de cabeza.
Ariel lo observó desde el otro lado de la barra, con las manos manchadas de cacao y el corazón latiendo un poco más rápido de lo que quisiera admitir. Una oportunidad, él solo quería una oportunidad y se la daría, en tan solo un mes, le había demostrado que no buscaba a alguien para una noche, él realmente la quería.
Aquella noche, mientras el bar quedaba en silencio y las luces de la calle se reflejaban en la nieve, Bastián llegó a casa sorprendiéndose con Jack en la entrada, quien lo esperaba con una cerveza en mano y una sonrisa que delataba noticias.
—Te ves demasiado ocupado para alguien que decía que solo iba a “ayudar un poco” en el bar —bromeó, dándole un golpe amistoso en el hombro.
—Tú tampoco pareces alguien que guarda secretos —replicó Bastián, notando la expresión cómplice de su hermano.
Jack se acomodó en el sofá, el brillo de emoción imposible de ocultar.
—La banda quedó seleccionada para la gira del concurso. Es oficial. Nos vamos en un par de semanas —exclamó con entusiasmo
El mayor de los hermanos se quedó en silencio por un momento, asimilando la noticia.
—Jack… eso es increíble.
—Sí, pero no te emociones demasiado. —Jack levantó una ceja, divertido—. Mamá dice que, si no vienes a ver al menos una fecha, te deshereda.
Bastián rio, apoyándose en el respaldo.
—Eso suena exactamente a mamá.
—Y también dijo que, si no vas, ella misma te arrastra. Así que ve haciendo maletas, hermano.
El silencio que siguió estuvo lleno de complicidad. Bastián pensó en Ariel, en el bar, en lo mucho que había cambiado en pocas semanas. Jack lo miró de reojo.
—¿Sabes? No recuerdo haberte visto así en mucho tiempo.
—¿Así cómo?
—Con esa cara de… “no quiero que nada interrumpa lo que estoy viviendo”.
Bastián bajó la mirada, incapaz de disimular la sonrisa.
—Quizás porque no quiero.
Jack levantó la cerveza, brindando en el aire.
—Entonces invítala, si ella ya acepto darte una oportunidad, este año ya valió la pena. Ahora te toca hacerla creer realmente.
—¿Qué mujer no cree en el amor?
—Una que se vio muchas peliculas, Kdramas, y leyó muchos libros, que tiene las expectativas en las nubes y llego a la conclusión de que eso no existe. Una mujer que estudió ingeniería química, y aprendió sobre mezclas, reacciones y construyó su propia teoría sobre el amor, que en la actualidad parece tener mucha lógica ¿no crees?
***
El 31 de diciembre llegó cubierto de nieve y luces parpadeantes. Ariel despertó con la sensación de que el año se le había escurrido entre los dedos, pero al mismo tiempo, había dejado huellas imborrables. Se miró en el espejo mientras se acomodaba el cabello, pensando en todo lo que ese año había significado.
Si algo aprendí, se dijo mientras se abrochaba los pendientes, es que cada día puede ser un comienzo. Este año… me enseñó a confiar otra vez. A dejar ir culpas que no me pertenecían. A reír sin pedir permiso. A creer que la vida puede sorprenderme.
Y lo había hecho. Con un bar que ahora sentía suyo, con amigos que se habían vuelto familia, y con un hombre que le había demostrado, día tras día, que el amor no siempre llega con planes, sino con momentos.
La casa de Bastián estaba llena de voces, aromas de comida y el murmullo alegre de quienes se preparaban para despedir el año. Jacqueline servía ponche con una elegancia innata, Bianca organizaba los postres mientras Adriel corría con un gorro demasiado grande para su cabeza. Jonny, cómo no, se encargaba de la música, orgulloso de haber encontrado la mezcla perfecta entre villancicos y clásicos de rock.
Bastián se acercó a Ariel mientras ella terminaba de colocar una bandeja de hallacas en la mesa.
—Prometí a Jonny que este fin de año no trabajarías tanto —susurró, acomodándole un mechón suelto detrás de la oreja.
—Y yo prometí que no dejaría que me salvaras de todo —respondió ella, sonriendo.