CAPÍTULO 25:
PRIMERAS PARADAS
. Entre maletas de colores y voces en distintos idiomas, Ariel repasaba mentalmente su lista por quinta vez.
—Pasaportes, tickets, adaptadores, cámara, cargadores, café en grano —murmuraba para sí mientras intentaba cerrar la maleta—. ¿Dónde está mi sombrero? ¡Jack! ¡Mi sombrero!
—deja de gritar, drama Queen —respondió Jack desde el sofá de la sala, agitando el sombrero como si fuera un trofeo—. ¿De verdad lo necesitas en pleno invierno?
—En Las Bahamas no es invierno —le lanzó una mirada fulminante.
Bastián apareció detrás de Jack, con su eterna calma que a ella le desarmaba.
—Relájate, Nube de Leche, lo peor que puede pasar es que tengamos que comprarte otro sombrero.
—El mío tiene historia —bufó Ariel, arrebatándole el accesorio y encajándolo en la maleta.
El vuelo fue una mezcla de risas, playlist compartidas y siestas intermitentes. Cuando el avión comenzó a descender sobre las aguas turquesas de Nassau, Ariel se quedó pegada a la ventanilla.
—Es como mirar una postal gigante —susurró y Adriel quien ya estaba inquieto por tantas horas de vuelo, se asomó.
—Azul, azul, azul —dijo cantarín mientras miraba el océano.
Bastián le apretó la mano.
—Bienvenida a la primera parada de nuestra locura.
La brisa cálida los recibió en la pista, un cambio radical frente al frío de Milán. Apenas dejaron las maletas en el hotel, corrieron hacia la playa. Ariel se quitó las sandalias para sentir la arena fina bajo los pies, mientras Adriel correteaba delante de todos, salpicando agua y risas.
—¡Azul, Azul, Azul! —gritaba el niño, viendo como sus piecitos se enterraban en la arena.
Bastián, a su lado, la miró como si guardara cada segundo en la memoria.
—Esta tan feliz y aprendiendo nuevas palabras —dijo en voz baja.
Ariel lo miró, con el corazón latiendo un poco más rápido.
—Quizás porque tú también lo estás.
Durante el día disfruto con Adriel de las vistas, mientras Jack estaba reunido con la banda y Bastián en reuniones con algunos empresarios. Esa noche, el cielo caribeño se llenó de música. La banda de Jack tenía su primera presentación del viaje en una terraza frente al mar. Guirnaldas de luces colgaban como estrellas improvisadas, y el sonido de las guitarras se mezclaba con el murmullo de las olas.
Bastián sostenía a Adriel en brazos para que pudiera ver el escenario.
—¡tío Jackiiiii! —dijo el niño, agitando la mano.
Jack les guiñó un ojo antes de empezar a tocar, el cabello revuelto por el viento y una adrenalina que se reflejaba a simple vista.
Cuando las primeras notas llenaron el aire, Ariel sintió cómo la música se le metía en la piel. Adriel aplaudía fuera de ritmo, riendo a carcajadas y Bastián, a su lado, la miraba más a ella que al escenario, como si cada acorde fuera una excusa para acercarse un poco más.
La última canción terminó entre aplausos y silbidos. Jack bajó del escenario directo hacia ellos, levantando a Adriel en brazos como si hubiera ganado un trofeo.
—¿Y qué tal mi público favorito? —preguntó, dándole un beso en la frente al niño.
—¡Me gus-taaa! — Adriel—. ¡¿ota musila?
—Las que quieras, campeón —Jack sonrió todo sudorosos pero feliz al ver que su sobrino estaba adquiriendo todo el vocabulario que habían estado practicando.
La madrugada los encontró caminando descalzos por la orilla. Adriel, agotado, dormía en brazos de Bastián mientras Ariel recogía conchas marinas para guardarlas como recuerdo.
—Creo que este viaje va a ser más de lo que imaginamos —susurró él.
Ella lo miró, sintiendo que cada palabra era una promesa.
—Ya lo es.
*****
El calor húmedo de Nassau se colaba hasta los pasillos del estadio Thomas Robinson. Afuera, los fans ya rugían como una ola que no conocía calma, pero dentro, el camerino era otro universo: risas, gritos, guitarras afinándose y un aire de electricidad que hacía imposible quedarse quieto.
Ariel estaba tan sorprendida porque no se imaginaba todo el alcance que Lost Xouls tenía. Jack empujó la puerta con un hombro y entró primero, con la seguridad de quien vuelve a su madriguera.
—¡LX.7, les traigo invitados! —anunció con dramatismo, alzando las manos como si acabara de descubrir América.
Ariel entró detrás, un poco nerviosa, con Adriel aferrado a su mano y Bastián cerrando la marcha. Lo que vio la dejó momentáneamente sin habla: cinco chicos más, cada uno con un estilo tan distinto que parecía imposible que convivieran en la misma banda, pero con una energía que llenaba la habitación como un torbellino.
—¡Miren nada más! —exclamó Dylan, el rubio de ojos verdes, fue el primero en reaccionar: —. ¡Santos riffs, Jack! ¿Qué es esto? ¿A quién nos trae? ¿La nueva manager secreta o la musa oficial de la gira?