CAPÍTULO 26:
ENTRE CONCIERTOS Y CORAZONES
El avión despegó de Maiquetía con rumbo a Medellín. Adriel iba sentado junto a la ventana, pegando su nariz contra el vidrio. Balbuceaba palabras sueltas con emoción infantil.
—Miiiiaaa, papá, miraaa… nuubeesss grandeees —dijo señalando como si acabara de descubrir un universo nuevo.
Bastián sonrió, acariciando su cabello. Ariel lo observó de reojo, conmovida por esa paciencia infinita que él siempre tenía con su hijo.
La gira de Lost Xouls había dado inicio en el Caribe y ahora saltaba a Sudamérica. El itinerario estaba lleno de conciertos, pero entre vuelos y escenarios, había espacio para recuerdos, aventuras y descubrimientos.
Mientras recorrían ciudades y escenarios, Ariel descubrió un pequeño ritual que se repetía en cada país. Antes de cada concierto, cuando la banda aún dormitaba entre maletas y guitarras, ella se dedicaba a preparar cappuccino en la habitación de hotel o en la cocina del alojamiento.
El aroma del café recién hecho se mezclaba con el aire de cada ciudad, y Bastián siempre aparecía detrás de ella, con la camisa desabrochada y los ojos brillando. Tomaba la taza con delicadeza y probaba un sorbo:
—Mmm… está perfecto —decía, sonriendo, pero ladeando la cabeza como si algo faltara—. Pero… sigue faltando algo.
Ariel, divertida, se cruzaba de brazos:
—¿Y qué es lo que falta, señor perfeccionista?
—Tú —respondía él, con esa voz grave que lograba que su corazón se acelerara—. Algo más de ti.
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En Medellín, ciudad de la eterna primavera, en el Parque de los Deseos, Jack y los chicos de la banda reían como adolescentes. Dylan intentaba volar una cometa mientras Adriel corría detrás de él con torpeza.
—¡Miiiaaa, Miiiaaa, vuelaaa! —gritaba Adriel, arrastrando la palabra como si fuese lo más importante del día.
—Corre, campeón, ayúdame —rio Dylan, bajándose para enseñarle a sostener la cuerda. Ariel los miraba con ternura, con esa sensación de que la vida le estaba regalando escenarios maravillosos, como si todos los colores de diciembre donde acepto darle una oportunidad a Bastián se estuvieran conectando, para crear múltiples fuegos artificiales.
La siguiente estación fue Bogotá. Subieron a Monserrate, con el frío cortándoles la piel. Desde lo alto, Adriel abrió los brazos señalando las montañas.
—¡Italiiiiaaaa, alláááá! —dijo convencido.
Las carcajadas estallaron entre todos. Jack le revolvió el cabello.
—Este niño tiene más imaginación que todos nosotros juntos.
Ariel se estremeció. Bastián se quitó la chaqueta y se la colocó en los hombros sin decir palabra. El gesto valía más que cualquier frase.
El siguiente destino fue Brasil. En Río, la playa Copacabana fue el escenario del concierto. Días después y sin el bululú de gente. Fue que pudieron disfrutar del mar. Adriel se sentó con un balde intentando armar un castillo de arena.
—Cas’ito, cas’ito —balbuceaba.
Noah y Logan terminaron ayudándole, construyendo torres que se derrumbaban una tras otra.
—Si esto fuera un escenario, ya nos habrían abucheado —rio Logan.
—O aplaudido, depende de quién lo mire —contestó Ariel, sentada bajo una sombrilla.
Un poco más allá, Jack levantaba un vaso de caipirinha y brindaba solo, disfrutando como si estuviera en su propio paraíso.
—¡Saúde, mis panas! —gritó con voz ronca por la risa—. Que la vida se vive mejor entre samba y limón.
Ethan le lanzó una mirada divertida.
—Ya veremos si mañana puedes cantar con tanto “salud” encima.
Jack simplemente alzó la copa de nuevo y guiñó un ojo, indiferente.
Bastián se sentó a su lado, con los pies enterrados en la arena.
—Él es feliz hasta con un puñado de arena —murmuró mirando a su hijo—. Ojalá fuera tan fácil para nosotros.
Ariel lo miró, reconociendo en su voz el peso de algo más profundo.
Cuando el sol comenzó a caer, los colores del cielo se mezclaban con el reflejo del mar, tiñendo la arena de tonos naranja y violeta. Adriel ya dormía acurrucado sobre una toalla, exhausto de tanto jugar, y Jack seguía riendo mientras bebía la última caipirinha del día.
Ariel se quedó sentada en la orilla, dejando que las olas le acariciaran los pies. Bastián se acomodó a su lado, apoyando la espalda contra un tronco seco. No hizo falta hablar; el murmullo del mar y el roce de la arena húmeda eran suficientes.
—Hoy fue un día… perfecto —susurró ella, cerrando los ojos unos segundos.
—Sí —respondió él, rozándole la mano con la suya—. Aunque tú eres la que hace que cualquier lugar sea perfecto, los chicos, Adriel, nosotros hacemos el momento.
Ariel sonrió, sintiendo cómo el corazón le latía un poco más rápido. Bastián la miró, con esa mezcla de calma y deseo que siempre la dejaba sin palabras. Lentamente, rodeó su hombro con el brazo, acercándola a él.