CAPÍTULO 27:
LA TOSCANA ENTRE SUSURROS Y VIÑEDOS
El último destino de la gira los llevó a Italia. Primero aterrizaron en Florencia, donde la banda tuvo un concierto íntimo en un teatro antiguo. Las calles empedradas y los edificios renacentistas parecían susurrar historias mientras Ariel tomaba de la mano a Bastián y caminaban con Adriel entre ellos.
Los chicos de la banda tenían ensayo, así que Ariel, Bastián y Adriel decidieron aprovechar el día para explorar.
Adriel iba de la mano de su madre, balbuceando emocionado cada vez que veía una estatua.
—¡Graaande, graaande! —exclamó señalando el David de Miguel Ángel en una réplica de la Piazza della Signoria
—Sí, mi cielo, es muy grande —rio Ariel acariciando su cabecita.
Pero el verdadero plan del día era recorrer la Toscana, esa ruta mágica entre Florencia y Roma. Bastián había alquilado un auto y, con el entusiasmo de un niño, conducía mientras el paisaje se transformaba en colinas onduladas, cipreses solitarios y casitas de piedra.
El primer pueblo fue Certaldo, con sus murallas medievales y calles estrechas. Ariel se detuvo a mirar las ventanas adornadas con flores, y Bastián, en un gesto travieso, le colocó una pequeña margarita detrás de la oreja.
—Ahora sí, eres parte del paisaje Nube de Leche —le susurró.
Ella sonrió, con el rubor en las mejillas.
Siguieron hasta Volterra, donde las torres y murallas parecían salidas de otro tiempo. Adriel, con su balbuceo gracioso, intentó repetir el nombre del lugar:
—Vol…teee…raaa —y todos rieron, celebrando su esfuerzo.
En San Giminagno, las torres medievales se alzaban contra el cielo azul. Desde lo alto de una colina, Ariel tomó una foto panorámica mientras Bastián la rodeaba por la cintura.
—Si alguna vez soñé con un viaje perfecto, es este, aun siendo niñero de Jack —murmuró él en su oído.
—Yo nunca lo soñé… pero lo estoy viviendo —contestó ella, con ternura. —no me arrepiento de haber aceptado venir a recorrer el mundo con ustedes.
Más tarde, en Montepulciano, caminaron entre callejones que olían a vino y pan recién horneado. Adriel probó un trozo de queso que un tendero les ofreció y exclamó:
—Mmmm… licooo.
—Ya tienes el paladar italiano, campeón —rio Bastián, dándole un beso en la frente.
Finalmente llegaron a Siena, donde la Piazza del Campo se abría como un abanico ante sus ojos. Ariel quedó maravillada con la catedral, y Adriel, cansado pero contento, se quedó dormido en brazos de su padre mientras ella contemplaba las fachadas góticas iluminadas por la tarde.
Antes de regresar a Florencia, hicieron una última parada en un viñedo toscano. Los campos de uva se extendían hasta perderse en el horizonte. Los tres caminaron entre las hileras verdes, con el sol de la tarde dorando el paisaje. Un guía les ofreció uvas frescas y vino local para degustar. Ariel probó una uva dulce, y Bastián se inclinó hacia ella, probando la misma con sus labios.
—Tenías razón… está más dulce contigo —susurró, rozando apenas su boca en un beso fugaz.
Ariel rio, con las mejillas encendidas, mientras Adriel intentaba alcanzar un racimo con sus manitas pequeñas.
—Cas…itasss… nooo, uvas —balbuceó confundido, provocando que ambos estallaran en risas.
El regreso a Florencia estuvo lleno de silencios cómodos, de miradas cómplices y la certeza que era la ruta que si o si toda persona debía recorrer antes de morir. Aquellos pueblitos no solo contaban una historia, te hacían parte de la película.
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Tras unos días en Florencia, partieron hacia Milán. La ciudad los recibió con luces de diciembre y el aroma de castañas asadas flotando en el aire. Al bajar del taxi frente al pequeño apartamento de su madre, Ariel sintió un nudo en la garganta. La puerta se abrió y allí estaba ella, abrazándola con fuerza.
—¡Mi niña! —exclamó, entre risas y lágrimas. Ariel se hundió en aquel abrazo que olía a hogar, cerrando los ojos como si el tiempo nunca hubiera pasado.
Jonny y Mónica también llegaron rápidamente, fundiéndose en abrazos llenos de cariño y alegría. Adriel, confundido pero feliz, gritó:
—¡Blanca y Jooo!
El reencuentro fue cálido, lleno de risas y recuerdos que parecían comprimidos en el tiempo. El apartamento se llenó de voces, del aroma a café y del calor de la familia reunida. Afuera, Milán seguía encendiéndose con la Navidad; adentro, Ariel sintió que volvía a casa, aunque ya no era misma persona que se había marchado en enero. En su espalda llevaba una mochila más ligera en comparación, con la que había partido. Aquella en donde llevaba el libro de su vida, que había soltado las preocupaciones, superado el dolor, acumulado muchas experiencias y recuerdos.
En medio de aquella algarabía, la puerta volvió a sonar. Jack entró con una sonrisa de oreja a oreja, seguido de los chicos de la banda.
—¡Señoras y señores! —anunció con tono teatral—. Les presento a la segunda familia de mi hermano y, por lo visto, también de mi cuñada: la banda más insoportable y ruidosa de Italia.