CAPÍTULO 28: CASCANUECES
Milán despertaba con un sol pálido que se filtraba entre los edificios, reflejándose sobre la nieve recién caída. Ariel se acomodó en la mesa del desayuno, con Adriel en su regazo, mientras Bianca servía chocolate caliente y pan dulce recién horneado.
—Mira cómo ha crecido, ¡ya casi puede comer todo solo! —bromeó Jonny mientras observaba a Adriel intentar sostener su taza.
Bastián rio, ayudando al niño a equilibrar la taza sin derramar. Ariel sonrió, sintiendo una calidez diferente recorrerla. Antes la Navidad había sido fría y silenciosa; ahora estaba llena de risas, aromas, manos entrelazadas y miradas cómplices.
Tras desayunar, pasearon por las calles decoradas. Luces doradas colgaban de los balcones y las plazas olían a castañas asadas. Ariel se dejó llevar, disfrutando del simple hecho de caminar de la mano de Bastián, con Adriel correteando entre ellos.
En un momento, Bianca la miró de reojo mientras ayudaba a Adriel con su gorro de lana, con una sonrisa cómplice en su rostro.
Al caer la tarde, Ariel los observó desde una esquina mientras Bastián lanzaba pequeñas bolas de nieve a Adriel. La risa del niño, mezclada con la de su padre, le hizo pensar: «Quizás este sea el verdadero regalo que no esperaba»
Las calles de Milán estaban casi vacías esa noche, con la nieve crujiente bajo sus botas y las luces reflejándose sobre los charcos helados. Ariel y Bastián caminaban tomados de la mano, disfrutando del silencio que rodeaba su paseo.
—¿Recuerdas la Navidad pasada? —preguntó Bastián, con una sonrisa que iluminaba su rostro—. Todo parecía tan distinto… tan solo cappuccino, risas, apuestas y un poco de magia improvisada.
—Lo recuerdo —respondió Ariel, apoyando la cabeza en su hombro—. Nunca imaginé que algo tan simple pudiera sentirse tan grande.
Bastián la miró con intensidad:
—Si la Navidad me trajo a ti, quiero celebrarla todos los años contigo.
Ariel cerró los ojos, recordando la guerra de nieve, el cascanueces de madera que él le había regalado, y los cafés compartidos durante su gira. Todo parecía encajar, como una receta que se había ido preparando lentamente.
—Lo único que falta es el mejor cappuccino navideño —bromeó ella, con un brillo travieso en los ojos. Él rio suavemente, dejando que el aire frío llevara sus palabras:
—Entonces tendremos que intentar prepararlo juntos, cada Navidad.
El silencio que siguió estuvo lleno de promesas implícitas, de miradas que hablaban más que cualquier palabra.
*********
La tarde del veintiséis de diciembre llegó con una calma especial, como si la ciudad suspirara tras el bullicio de los días anteriores.
Ariel caminaba junto a Bastián, con Adriel saltando entre ambos, riendo con cada soplo de viento helado que arremolinaba copos de nieve. El niño llevaba en las manos su cascanueces, el mismo que Bastián le había regalado hace unos días. Lo trataba con cuidado, como si se tratara de un guardián.
—Mira, Nube de Leche—dijo Adriel, levantando el cascanueces—, parece que sonríe.
Ariel lo acarició con ternura al notar que había dicho la oración sin trabas.
—O quizá eres tú el que sonríe, mi cielo.
Bastián se inclinó para estar a la altura de Adriel.
—Un cascanueces siempre protege lo que más quiere. ¿Sabes a quién protege este?
Adriel, muy serio, respondió:
—A mi mamá… y a mí.
Bastián le guiñó un ojo, y Ariel sintió un nudo en el pecho.
Horas después al entrar en el bar, este estaba casi vacío, con apenas algunos clientes disfrutando de la nieve que caía afuera. La tarde estaba envuelta en una luz dorada que entraba por los ventanales. El aroma del café recién molido se mezclaba con la crema y la canela. Bianca los recibió detrás de la barra, con esa complicidad que solo Ariel alcanzaba a notar en sus ojos.
—Bienvenidos —dijo, con una sonrisa distinta, como si escondiera un secreto.
Se sentaron en la mesa más cercana al ventanal, desde donde la nieve caía con suavidad, pintando de blanco las calles. Adriel corrió a ver cómo los copos chocaban contra el vidrio y extendió la mano, como si pudiera atraparlos.
Adriel seguía jugando con los copos en la ventana mientras Ariel y Bastián conversaban relajados recordando, los pequeños detalles que habían marcado su historia y el frío de las calles de Milán que ahora parecían cálidas desde la ventana del bar.
Bianca apareció entre las mesas con una sonrisa discreta, llevando un cappuccino humeante. Lo colocó frente a Ariel como si nada, pero sus ojos brillaban con complicidad.
Ariel, distraída, levantó la taza y leyó con incredulidad lo que aparecía escrito sobre la espuma:
"¿Quieres casarte conmigo?"
El mundo pareció detenerse y se quedó paralizada, con los ojos llenos de lágrimas, mientras Bastián se arrodillaba frente a ella, sosteniendo el cascanueces en la mano, convertido en un cofre improvisado