EPÍLOGO
Un año después
El Bar Parisi estaba más lleno que nunca. La Navidad volvió a envolver la ciudad, las luces titilaban en tonos dorados y verdes, el árbol de navidad dominaba la esquina junto al ventanal y la música suave de villancicos llenaba el aire. Era la noche del veinticuatro de diciembre otra vez, un año después de aquella propuesta que había cambiado todo. Esta vez no había viajes ni giras, solo la calma de un hogar lleno de vida.
Ariel caminaba entre las mesas con la seguridad de alguien que había encontrado su lugar en el mundo. Bianca la observaba con orgullo desde la barra, mientras Adriel —ya un poco más alto, con ese brillo curioso en los ojos— ayudaba a colocar pequeños adornos en los cappuccino que servían a los clientes más fieles.
Bastián entró sacudiéndose la nieve de los hombros. La buscó con la mirada y la encontró al instante: Ariel estaba detrás de la barra, preparando algo con sumo cuidado. Su cabello caía sobre sus hombros y, en su rostro, esa sonrisa que todavía conseguía dejarlo sin aliento.
—Llegaste justo a tiempo —le dijo ella cuando se acercó.
En la cocina, Ariel se movía entre tazas y cucharitas con la ligereza de quien conoce cada rincón de su territorio. Sobre la mesa descansaban frascos de azúcar, la jarra de leche caliente y la cafetera lista para silbar.
—Tres cucharitas de azúcar —enumeró ella con solemnidad, como si recitara un conjuro.
—Ciento veinticinco mililitros de leche —continuó Bastián, inclinándose sobre ella para verter el líquido.
—Veinticinco de espresso —dijo Ariel, sirviendo con cuidado la medida exacta.
Ambos se miraron y rieron al unísono. Era casi un juego, una coreografía íntima que habían repetido tantas veces.
—Falta lo más importante —añadió él, acercándose lentamente.
—¿La canela? —preguntó ella, fingiendo inocencia.
—No… —susurró, robándole un beso que la hizo reír contra sus labios—. El ingrediente secreto.
Desde el salón llegó la voz de Adriel, que correteaba con un gorro de Papá Noel. El niño entró a la cocina cargando una taza más pequeña y la colocó frente a su madre con el mayor de los orgullos. Ella lo sirvió y colocó frente a él una taza de cappuccino navideño. La espuma era perfecta, con un dibujo delicado. Pero antes de que Bastián pudiera inclinarse a leerlo, Adriel se adelantó y puso sus pequeñas manos sobre la taza.
—¡Esperaaaaa, papá! —exclamó entre risas nerviosas.
Con cuidado, ayudó a girar la taza para que el mensaje quedara justo frente a los ojos de Bastián. Y entonces lo leyó.
“Hermanito a bordo.”
El tiempo se detuvo.
Bastián levantó los ojos hacia Ariel, que lo miraba con una mezcla de ternura y lágrimas contenidas.
—¿Es verdad? —susurró él, con la voz quebrada. Ella asintió suavemente, confirmando lo que su voz temblorosa aún no podía decir en voz alta.
Adriel se apoyó en la barra, sonriendo orgulloso.
—Voy a ser hermano mayor.
Bastián rodeó a Ariel con un abrazo fuerte, cerrando los ojos, dejando que la emoción lo desbordara. El bar, el aroma del café, las luces de Navidad, el niño con su cascanueces al lado… todo parecía formar parte de una postal perfecta.
—Ahora seremos muchos, ¿no?
Ariel rio, acariciando el cabello del pequeño de casi cinco años
—Sí, mi cielo. Muchos, y siempre juntos.
Bastián tomó una de las tazas de cappuccino y la levantó como si brindara.
—El cappuccino perfecto… tiene un nuevo ingrediente.
Ariel apoyó la frente en la de él y susurró:
—¿Seguimos intentando hacer que nuestra navidad sea la mejor como nuestros cappuccinos?…
Afuera, la nieve comenzó a caer otra vez, como testigo de un amor que seguía creciendo, taza tras taza, Navidad tras Navidad.
Y en la mesa, junto a la taza humeante, estaban todos los ingredientes que alguna vez parecieron un juego: una sonrisa, un beso, tres bolas de nieve, un cascanueces… y el nuevo secreto que los llevaría a empezar otro capítulo de su historia y seguir preparando el mejor cappuccino navideño.
Tres cucharitas de azúcar, ciento veinticinco mililitros de leche, veinticinco mililitros de café espresso, una sonrisa, un beso… y el mejor cappuccino navideño del mundo estaba servido.
FIN
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No hay palabras para describir lo que siento, y suena raro, después de escribir 57.713 palabras, pero aca voy.
Despúes de dos años, de mucho tiempo en pausa. La historia de Ariel y Bastián ha lllegado a su fin, pero ojo, es el final de un libro, que debía terminar. Pero ellos seguiran trazando su camino.
¿Estoy feliz? Si
¿Estoy orgullosa de mi y de ellos ? Si
¿Tengo sentimientos encontrados? si, porque Cappucino navideño es ficccion SI, pero también es hogar, Ariel es Venezolana, asi como yo, narre la tradicion navideña que es hacer hallacas en familia, escuchar gaitas, decidi contar a través de ella mi adicción al café. Por otro lado, con Jack y su gira con la banda pude plasmar y recorrer todos esos lugares que algún día deseo visitar y que investigando sobre ellos, solo aumentaron mis ganas de viajar.