Un par de minutos después, el mensaje de respuesta llegó:
—Relativo, ¿eh? Me gusta que seas directa. Pero debo advertirte: puedo ser terriblemente insistente. 😎
Mariana rió en voz baja. Terriblemente insistente… eso suena a un guiño orquestado de manual de citas.
—Insistente, sí… pero solo si prometes no enviarme stickers horribles. —Contestó.
—Stickers horribles son mi especialidad —respondió él, sin perder el tono divertido—. Considera esto una advertencia legal.
Mientras tanto, en su apartamento, Valeria se inclinaba sobre el hombro de Mariana, revisando la conversación.
—Déjame adivinar… ¿ya empezó a coquetear? —preguntó, sonriendo con complicidad.
—Sí… y de manera bastante… programada —resopló Mariana, rodando los ojos—. Todo tan “perfecto” que duele.
—¡Ay, Mariana! —exclamó Valeria—. Eso es exactamente lo divertido. Deberías disfrutarlo un poco.
—Disfrutarlo… —repitió Mariana, como si probara la palabra—. Esto sigue pareciéndome un juego artificial, pero… me divierte más de lo que debería.
Por su parte, Adrián miraba su teléfono, cruzado de brazos, con una ceja levantada.
—Directa, sarcástica… —murmuró—. Bueno, al menos alguien que no se toma esto demasiado en serio.
Tecló un mensaje nuevo:
—Prometo no enviarte stickers horribles… al menos no todos los días. 😏
Minutos después, la respuesta de Mariana llegó como un pequeño golpe de humor bien calculado:
—Eso es lo que tú crees😉. —Y añadió un emoji de guiño que parecía desafiarlo—.
Adrián sonrió para sí mismo. Vale… esto se va a poner interesante.
Los días siguientes, los mensajes continuaron, siempre llenos de bromas, malentendidos y ese toque de coqueteo que no se veía exagerado, sino natural. Un emoji malinterpretado provocaba carcajadas, una frase demasiado directa causaba confusión y ambos disfrutaban de la tensión sin saber que compartían el mismo entorno laboral.
Un día, Mariana escribió:
—Oye… ¿alguna vez te has sentido atrapado en conversaciones que parecen ensayadas?
—¿Atrapado? —respondió Adrián—. Solo si tú lo consideras atrapamiento emocional. 😏
—Claro… atrapamiento emocional, seguimiento de algoritmo, prueba de paciencia… —tecleó Mariana, riendo mientras lo escribía—. Todo en un solo paquete.
—Perfecto… entonces estamos en sintonía —respondió él.
Mientras tanto, Valeria no podía contenerse.
—¡Te lo dije! —exclamó, riendo—. Disfruta el juego, Mariana. Ese chico va a hacer que termines más entretenida de lo que pensabas.
—Sí… entretenida, eso es —replicó Mariana, sonriendo—. Pero esto sigue siendo un experimento social. Nada más.
Y así continuaba el juego digital, lleno de guiños, stickers horribles, humor y coqueteos sutiles, mientras ninguno sospechaba que la persona detrás de los mensajes era, literalmente, la misma con la que compartían reuniones, cafés y planes de la fundación en la oficina.