El universo tiene un extraño sentido del humor.
Sobre todo cuando decides ir a una reunión con cero ganas, el cabello medio desordenado y la autoestima a nivel “café sin azúcar”.
Mariana entró a la sala de conferencias con su laptop bajo el brazo y esa sonrisa diplomática que solo se activa en modo “reunión con directivos”. El grupo empresarial había organizado una jornada interna para presentar los resultados de la campaña “Por cada vida”, y ella debía proyectar el video viral que tanto revuelo había causado.
La sala estaba llena de médicos, representantes de la fundación, personal administrativo… y, claro, Adrián, impecable como siempre, revisando unas diapositivas con la misma seriedad con la que alguien lee una sentencia judicial.
—Buenos días, licenciada —dijo él, apenas levantando la vista—. ¿Todo listo con el video?
—Listísimo —respondió Mariana, evitando su mirada por razones que su corazón entendía demasiado bien.
Lo que ninguno de los dos sabía era que el destino tenía una actualización pendiente.
Mientras tanto, en otra pestaña abierta de su laptop (una que Mariana olvidó cerrar), seguía abierta la sesión de CoffeeLover, con una nueva notificación parpadeando:
“MrLogic: ¿Sigues pensando en el café de ayer o soy solo yo?”
Ella no lo vio… todavía.
Pero el proyector sí.
Un clic mal dado, una proyección duplicada, y de pronto, en la enorme pantalla de la sala, el mensaje apareció en letras grandes y luminosas, acompañado por el icono de la app de citas.
Silencio absoluto.
Adrián se giró lentamente hacia la pantalla, luego hacia ella.
Mariana sintió que su alma se despegaba del cuerpo y corría a esconderse detrás del archivador más cercano.
—Eso… no es parte de la presentación, ¿verdad? —preguntó él, con esa calma peligrosa de quien está a punto de reírse o de colapsar.
—Definitivamente no —respondió ella, roja hasta las orejas—. ¡Debe ser un virus!
—¿Un virus con sentido del humor? —murmuró Adrián, y un par de risas contenidas recorrieron la sala.
Con el corazón latiendo como alarma de incendio, Mariana cerró la ventana, retomó el video y trató de fingir normalidad. Pero Adrián la miraba distinto. Con una mezcla de curiosidad, desconcierto y algo más… algo que se parecía mucho a reconocimiento.
Después de la reunión, él la alcanzó en el pasillo.
—Mariana… —dijo, con esa voz baja que usaba cuando estaba entre lo profesional y lo personal.
—Si vas a burlarte, hazlo rápido —suspiró ella.
—No. Solo… —Él sacó su teléfono, abrió la app, y sin decir más, mostró la pantalla.
“MrLogic”. El mismo fondo. El mismo chat.
Mariana se quedó helada.
—No puede ser…
—Parece que el algoritmo tenía mejores planes que nosotros.
—O peor sentido del humor. —Ella soltó una risa nerviosa—. O sea, ¿todo este tiempo eras tú?
—Y tú eras la del café, la que decía que las citas online eran “una coreografía del ego”.
—Bueno, no estaba tan equivocada… —respondió ella, intentando no sonreír.
Adrián la miró con ese brillo travieso que rara vez dejaba escapar.
—Entonces, CoffeeLover… ¿te gustaría tomar ese café fuera del chat?
Mariana arqueó una ceja, divertida.
—Depende, ¿vas a llevar tu bata de cirujano o tu sentido del humor?
—Ambos. Nunca se sabe qué puede necesitar uno en una cita de emergencia.
Y por primera vez, sin Wi-Fi, sin pantallas, sin máscaras… el match fue real.