La primera cita no empezó con mariposas, sino con un golpe seco.
Literalmente.
—Ay… —se quejó Mariana mientras frotaba su rodilla—. ¿Quién pone una mesita tan baja en medio de un café?
—Técnicamente, tú la pateaste —respondió Adrián, conteniendo la risa.
Mariana lo fulminó con la mirada mientras trataba de recuperar su dignidad. Llevaba diez minutos intentando parecer relajada, pero su torpeza corporal había decidido boicotear la cita.
Adrián, en cambio, lucía encantador. Sin bata, sin gafas, sin formalidad médica, solo él, con una camisa azul arremangada y una sonrisa que parecía desarmar cualquier argumento lógico (ironías del destino, considerando su seudónimo).
—¿Sabes? —dijo ella, tomando su taza—. Esto es una paradoja. Dos personas que no creían en las apps de citas… teniendo una cita gracias a una app.
—Diría que es una ironía estadística —respondió él—. O una anomalía del algoritmo. Aunque para ser sinceros te conocí en el trabajo.
—O una historia que te mueres por analizar científicamente —le lanzó, divertida.— No le des tanta vuelta ni quieras buscarle la lógica.
—Solo si me dejas tomar notas durante la cena.
—Olvídalo.
Ambos rieron. Había algo deliciosamente natural en esa torpeza compartida. Entre frases cruzadas, silencios que no pesaban y risas que se escapaban sin permiso, el aire se llenó de algo más que aroma a café.
En un momento, mientras ella hablaba sobre una nueva campaña para la fundación, Adrián la miró con atención, como si por primera vez viera algo que se le había escapado entre tanto trabajo y pantallas.
—¿Qué? —preguntó Mariana, notando su mirada.
—Nada. Solo… no puedo creer que estuviste ahí todo este tiempo —dijo él, bajando la voz.
—Yo tampoco. Y lo peor es que te hice match solo para demostrarle a mis amigas que esas cosas eran una pérdida de tiempo.
—Entonces me gané una cita por orgullo. Interesante.
—Y por accidente.
—Los mejores descubrimientos de la ciencia suelen ser accidentales —replicó él, sonriendo.
El camarero se acercó para tomarles una foto “de recuerdo”, según dijo.
Mariana quiso negarse, pero Adrián ya sonreía.
El flash capturó justo el momento en que ambos, entre risas, se chocaban sin querer las manos tratando de posar.
Un pequeño accidente más.
Un match más.
Al salir del café, empezó a lloviznar.
Mariana, riendo, intentó cubrirse con una carpeta. Adrián, sin pensarlo, le ofreció su chaqueta.
—Esto parece una escena de esas películas que tú dices que son “predecibles” —bromeó ella.
—Sí, pero esta tiene mejor banda sonora. —Él señaló su corazón—. Suena en vivo.
Ella rodó los ojos, aunque no pudo ocultar la sonrisa.
—¿Sabes, Adrián? No sé si esto funcione. Somos muy distintos.
—Lo sé —respondió él, con calma—. Pero por alguna razón, cuando tú hablas, mi lógica falla.
Y ahí, bajo una llovizna ligera, con el aroma de café y una mezcla de risas y silencios cómodos, Mariana pensó que, tal vez, algunos algoritmos no necesitaban Wi-Fi… solo sincronía.
Un mensaje nuevo apareció en la app, que aún ninguno había eliminado:
MrLogic: “¿Segunda cita?”
CoffeeLover: “Solo si prometes no proyectar mis mensajes otra vez.”
La conversación quedó ahí.
Suspendida.
Como una notificación que todavía parpadea.
Como una historia que, quizá, recién está empezando.